El cerebro del 'asesino del naipe'
La Audiencia de Madrid prepara el juicio contra Alfredo Galán, que se enfrenta a 153 años de cárcel
Apenas dos semanas antes -el día de Nochebuena de 2002- de su primer crimen bebió y empezó "a dar voces y gritos" mientras esgrimía una pistola Voltro 98, calibre 9 milímetros, que había adquirido en Bosnia mientras desempeñaba allí misiones humanitarias con el Ejército español. "No te preocupes, no funciona, tiene el cañón obturado", le soltó a su hermano José Manuel, que le miraba atónito. Pero esta pistola no era la Tokarev, 7,6 milímetros, que compró en un pub, también en Bosnia, por 400 euros, y con la que entre enero y marzo de 2003 sembró el pánico en la Comunidad de Madrid.
Alfredo Galán Sotillos, de 26 años, el asesino confeso del naipe -hoy encarcelado a la espera del juicio que se prepara ya contra él en la Sección Séptima de la Audiencia de Madrid-, había dejado de tomar la medicación antineurótica que le prescribieron en el hospital militar Gómez Ulla para tratar sus trastornos y cuadros de ansiedad. Y, pese a la prohibición de los médicos para que no tomara alcohol y menos aún mezclase éste con su medicación, bebía con profusión. A su hermano Miguel también le dio un buen susto la Nochevieja previa al inicio de los crímenes. En un viaje entre Ciudad Real y Puertollano que hizo en el Renault Megane 6363 BSH que usó luego para sus crímenes, dejó a otros de sus hermanos hecho un manojo de nervios. "Puso el coche a la máxima velocidad durante un viaje entre Puertollano y Ciudad Real", contó Miguel Galán a sus hermanas.
En Nochevieja viajó "a la máxima velocidad" de su coche de Ciudad Real a Puertollano
En las declaraciones que han prestado ante la policía, sus familiares coinciden en señalar que Alfredo llegó "muy cambiado" de su último viaje militar a los Balcanes. "Vino raro, quizá por lo que había visto allí", ha contado su hermana María Dolores. "Evitaba a las personas. Le preguntamos qué le pasaba, pero él rehuía la conversación. Decía que no quería hablar con nadie. Sólo veía películas de vídeo, violentas, programa de sucesos en la televisión y paseaba al perro, pero no hablaba con nadie". Después ocurrió la catástrofe del Prestige y el Ejército le obligó a ir a Galicia para limpiar chapapote. En los apenas 15 días que pasó allí tuvo un fuerte encontronazo con un superior y con una automovilista. "Sufrió neurosis, ataques de ansiedad y enajenación mental transitoria", destaca María Dolores.
Los mandos ordenaron su traslado al área de psiquiatría del hospital Gómez Ulla, en Madrid. Sólo estuvo un día hospitalizado, ya que él insistía en salir cuanto antes de allí. "Los familiares nos comprometimos a que tomaría la medicación y por eso le dieron el alta al día siguiente", cuenta María Dolores. Dos semanas después, el Ejército le rescindió el contrato como militar profesional.
"Nos lo llevamos a Puertollano y estábamos encima para que tomase la medicación. Pero se sintió presionado y se marchó a Ciudad Real", dice la hermana. Allí vive su padre. Aunque su familia le tenía como un muchacho "muy ahorrador", tras volver de Bosnia, "comenzó a despilfarrar el dinero" en Puertollano y Ciudad Real. Hacía "compras compulsivas y regalos a toda la familia", añade María Dolores.
Antes de entregarse a la policía, en el historial delictivo de Galán sólo constaba una detención, en noviembre de 2001, por conducir ebrio por las calles de Madrid. "En el cuartel de el Goloso, donde éramos amigos, le gustaba hacerse el gracioso dependiendo de la cantidad de alcohol que hubiese bebido", ha declarado Ángel Muñoz Garrido, de 22 años, amigo y compañero de cuartel de Alfredo. "Drogas no tomaba, pero beber sí bebía", según Muñoz. Nunca tuvo muchos amigos.
Varias cervezas llevaba en la sangre el 3 de julio de 2003. Ese día, luego de tres meses sin matar y después de que la policía hubiese centrado erróneamente sus sospechas en un joven de Alcalá de Henares, Alfredo decidió entregarse en una comisaría de policía de su ciudad natal, Puertollano: "Yo soy el asesino de la Baraja; estoy harto de la ineficacia policial", se jactó ante la mirada incrédula de los agentes. Alfredo tenía casa en Villalbilla, en Alcalá de Henares, pero viajaba con frecuencia a Puertollano para ver a sus hermanos. "Me he entregado aquí, porque estaba aquí, en Puertollano", se justificó. "Pero yo soy el asesino de la Baraja, soy yo...", reiteró. Contó que la "alarma social" de sus crímenes le infundió miedo y dejó de matar durante un tiempo. Pero Alfredo Galán tenía previsto seguir matando tras el verano de 2003. Protegía con guantes de cuero sus manos para que sus huellas, según su propio testimonio, no quedasen impregnadas en las cartas que dejaba al lado de sus víctimas tras matarlas. Pero con la llegada del calor y de la primavera, los guantes "me molestaban"; y eso, junto con la "alarma social" desatada, le hizo detener su sangriento periplo. Aunque tenía previsto seguir matando cuando llegase el invierno, según ha reconocido.
Los agentes le notaron ebrio y, en principio, dudaron que el joven que tenían delante fuese el mismo que había matado a seis personas en Madrid entre enero y marzo de 2003. Sus acciones eran sobrecogedoras. Miraba a sus víctimas, que elegía "al azar", según su testimonio, y les disparaba casi a cañón tocante en la cabeza o en la cara, sin pestañear.
El día que se entregó en Puertollano, a las 15.30 del 3 de julio de 2003, había estado con su hermano Miguel Ángel. "Unos días antes vino en Ave procedente de Madrid", ha contado Miguel Ángel. Vino a recoger su coche, ya que 15 días antes había perdido las llaves y hubo que pedir una copia a la casa Renault en Francia", señala Miguel Ángel. En la mañana de ese día estuvieron tomando cervezas. "Sobre las tres de la tarde, me dijo que le llevase en el coche a un videoclub a recoger unas películas. Tuve que salir de casa a hacer un recado y al volver, ya no estaba. En casa, sonó el teléfono", añade Miguel Ángel, "y era mi hermana Ana Inés, que me dijo que acababa de llamar José Manuel [otro de los hermanos de la familia, que vive en Cartagena, Murcia] para decirle que Alfredo le había telefoneado y le había dicho que él era el asesino de la baraja y que se iba a entregar". Ana Inés y Miguel Ángel no daban crédito a lo que sucedía. Pero mientras hablaban por teléfono, dos policías llamaron al timbre de la casa en la que estaba Miguel Ángel. "¿Es usted hermano de Alfredo Galán? Pues acompáñenos a la comisaría, que está allí su hermano, bebido, y dice cosas incoherentes". Al llegar a la comisaría, vio a Alfredo sentado en una silla. "Sí, yo soy el asesino de la Baraja; y si no lo crees, fíjate la que estoy liando", dijo a su hermano. Los agentes no le creían y pidieron pruebas a Galán. "Hay una cosa que no ha salido en ningún medio de comunicación, todas las cartas tienen un punto azul de rotulador en el envés", soltó. Los agentes llamaron a la Brigada de Homicidios de Madrid y facilitaron este dato. Y era cierto. Miembros de Homicidios se encaminaron de inmediato a Puertollano. Esa tarde, Manuel Galán Gil, padre de Alfredo, sufrió un fuerte dolor en el pecho y desde la comisaría, a la que acudió alarmado para interesarse por Alfredo, hubo que llevarle al hospital.
Sea o no el alcohol, o la temprana muerte de su madre, la causa de sus desequilibrios, lo cierto es que los tres psiquiatras judiciales que han examinado a Alfredo Galán sostienen que no es un enfermo mental y que, aunque padece un trastorno de la personalidad, distingue perfectamente el bien del mal. "A efectos jurídicos, es imputable", mantendrán éstos en el juicio. El fiscal del caso, Rafael Escobar, que demanda una condena de 153 años de cárcel para Galán por seis asesinatos y otros tres en grado de tentativa, sostiene que en las criminales acciones de Galán no concurre ninguna eximente.
Los psiquiatras han dictaminado que el asesino de la Baraja mataba por placer y que tiene "rasgos paranoides y un trastorno adaptativo de la personalidad", pero que ello no le convierte en "inimputable", puesto que "mataba por matar" y "sentía placer por ello". Se trata, opinan, de una persona "narcisista, sádica y megalómana que necesita ser admirada por los demás". "Mataba por mera gratificación personal, por tener la experiencia de lo que se siente al quitar la vida a otro ser humano", resaltan los peritos.
Una persona que mataba por placer fue capaz de colarse en las filas del Ejército y, además, tener acceso a armas y recibir un entrenamiento militar. "Aquí hay una responsabilidad clara del Estado, del Ejército, que no usa los filtros adecuados para evitar que una persona de estas características, un psicópata, llegue a sus filas y aprenda a matar", señalan fuentes jurídicas. Cuando Galán se entregó, un mando policial comentó: "No lo hemos pillado antes porque hacía las cosas de una manera tan simple y tonta que nos despistaba". Cuando Alfredo se incorporó al Ejercito, se había reducido el coeficiente intelectual de los aspirantes ante la ausencia de voluntarios.
Pruebas de los crímenes
La policía y el fiscal, Rafael Escobar, entienden que hay sobradas pruebas que inculpan a Alfredo Galán como autor de los crímenes del naipe. El fiscal le pide 153 años. La primera y fundamental es su propia confesión, la que hizo tras entregarse en la comisaría de Puertollano y más tarde ante el juez que le envió a la cárcel de Herrera de la Mancha (Ciudad Real). Es cierto que Galán luego se ha retractado de su confesión y ha culpado de los crímenes a dos neonazis. Según él, éstos le amenazaron para que se inculpara.
Pero aparte de su confesión, la policía ha descubierto en casa de Galán el casquillo del cartucho que disparó en su primer crimen. Además, cuando se entregó, facilitó datos que sólo la policía conocía. Él mismo confesó que las cartas tenían una marca de rotulador azul en el reverso. "Hay puntos del mismo color, para dar más fe de lo que os digo", comentó a la policía de Puertollano cuando los agentes no creían que él fuese el asesino del naipe. También se ha encontrado parte de la ropa que vestía cuando cometió los crímenes. Y algo a lo que la policía dio mucha importancia y que, ciertamente, no se había publicado en ningún periódico. Cuando habla del primer crimen, el del portero de la calle de Alonso Cano, señaló que encima de la mesa había una billetera y que no se la llevó porque a él no le interesaba el dinero. Este dato fue corroborado por la esposa de la víctima.
Como vigilante, Galán había trabajado en una tienda del área internacional del aeropuerto de Barajas.
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