Al ataque
El PP ha pasado casi de no querer tocar ni una coma del Estatuto a abrirlo en canal. Y éste es el más evidente síntoma de que se acabó el botijo como único y máximo recurso político para Francisco Camps. El presidente del Consell tiene una imperiosa necesidad de deslumbrar a la oposición y a la sociedad con gestos políticos y mediáticos, y su propuesta para que la reforma del Estatuto incluya el modelo amplio para disolver las Cortes e iniciar inmediatamente una nueva legislatura, como las autonomías llamadas históricas, debe enmarcarse no sólo en ese estado de ansiedad sino también en una estrategia de alcance nacional que persigue poner contra las cuerdas a un Gobierno que, ante la posible avalancha de aperturas de procesos electorales, sólo contemplaba modelos restringidos para la mayoría del pelotón de las comunidades. Su empecinamiento en la defensa a ultranza del trasvase del Ebro no ha reportado al partido el efecto social preconcebido, y, encima, empezaba a acorralar al PP en su propia caricatura. Además, la penuria presupuestaria derivada de la deuda de la gestión de su antecesor, la paralización interna producida por las fricciones orgánicas de la sucesión y la radical crisis de los sectores industriales tradicionales le imponían pasar de una vez al ataque. Camps ha dado inequívocos pasos hacia la política en los últimos tiempos. Primero remodeló el Consell para satisfacer la exigencia orgánica y la política. En este último apartado incorporó a Justo Nieto a su gobierno para que buscase salidas imaginativas a la agonía industrial, y, sin salirse del guión marcado, esta misma semana ha escenificado su reconciliación con los empresarios, a los que ha exhortado a erradicar la palabra crisis de su paradigma. También ha avanzado en el aspecto orgánico, en el que ha amarrado el control del congreso regional del PP frente a las presiones de Eduardo Zaplana. Y ahora, para defender el centro electoral de su principal adversario y obligarle a definir posiciones que agudicen en lo posible sus contradicciones, se encamina hacia el escenario de la política simbólica tomando la iniciativa. Camps se ha quitado el pañuelo de la malva del resistente Palleter y se ha vuelto a enfundar el yelmo autonomista de Jaume I.
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