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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una herencia dadá

Entre todos los decodificadores que habrán desfilado frente a la obra de Artur Heras (Xàtiva, 1945) seguramente a muy pocos se les habrá escapado la fuerte influencia del primer Max Ernst, el más dadá, el que hacía morderse los codos de envidia a Picabia con aquellos caprichos delicados de alambiques y tubos catódicos, collages de prefabricados y postizos, animales, muebles... y sobre todo, aquella Alcoba del maestro, pintada a principios de los años veinte, tan vangoghiana, resumen del incumplimiento de todas las leyes pictóricas y trasunto, quizá, del taller imaginario de un pintor que ahora expulsa toda la imaginería de su paraíso freudiano. Pero en medio de esos recuerdos encubridores, encontramos también en la obra de Heras el ascendente de Eduardo Arroyo -en la planicie del color de fondo de sus cuadros más figurativos- o más formalmente a Lichtenstein y Polke, en las telas tituladas L'etern combate (2001) y Temps mort. El Heras más poético aunque ya menos audaz, pasa por la serie de bodegones Pla barat, Raspa-llums, Nocturn domèstic, Ilíada o Matí; y hay algo brossiano en la escultura El pes de la mirada, y de Guston en Dos mujeres d'Angel Ferrant y Orfeo.

ARTUR HERAS

Àmbit Galeria d'Art

Consell de Cent, 282. Barcelona

Hasta el 14 de noviembre

Manos que se alargan y se contraen hasta convertirse en cabezas, un sombrero Odiseo que se hacen a la mar, camas solitarias, relojes parados que ya no caminan, y narices mentirosas se refieren al espectador que se sitúa en el punto de mira de un escenario que cambia constantemente y que le identifica con aquello que observa. Penetramos en el misterio de ese mundo tan personal en la medida en que lo reconocemos en la vida cotidiana como algo impenetrable; la gramática de Heras se compone de signos idénticos a sí mismos que en su ansia de mimetismo abocan a representar una galería viviente de animales y otros seres vivos donde el propio artista tiene que estar reflejado. Y toda esa herencia dadá es la que el artista transporta hasta nuestros días, en su visión crítica del dramático estigma que los hombres dejan en nuestro entorno. Una obra tremendamente honesta y nada recurrente -por dispersa- y que si no fuera porque está montada sobre el drama humano, estaría condenada al diletantismo.

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