Por muchos años
Pese a la bomba informativa que el mismo nen del Poble Sec había soltado en rueda de prensa el día anterior, un acuerdo tácito cuajó el ambiente del teatro Albéniz, lleno hasta los topes de seguidores del ídolo. Sin decirlo, se declaró de mal gusto hablar de temas de salud, a menos que él mismo tuviera la ocurrencia de incluirlos en alguna canción de tono costumbrista.
Además, la fidelidad del público del más grande compositor e intérprete catalán y español de música popular supera todo lo imaginable, religiones incluidas. Por tanto, a ver, oír, callar y disfrutar, que era lo que tocaba, y los escépticos -si los hubiere, que no parecía-, al bar. Faltaría más.
Quizá la paloma que Rafael Alberti prestó a Serrat se equivocara en su vuelo rutilante, pero quien sí comenzó su labor de modo ciertamente titubeante fue el técnico de sonido, ya que en los primeros temas se escuchó más a la orquesta que al cantante, quien hizo ademán un par de veces de no oírse por los monitores de escena.
Serrat sinfónico
Joan Manuel Serrat (voz), acompañado de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. Teatro Albéniz. Madrid, hasta el 30 de octubre.
Sobre lo de añadir a la personalidad de Serrat el calificativo de sinfónico hay, sin embargo, opiniones para todos los gustos. A quien esto escribe, percibirle sin la sempiterna guitarra española y sin el apoyo de un pequeño conjunto electroacústico le parece una especie de pecado venial.
El cantante, sin embargo, se lo pasó pipa y así lo reconocía al final públicamente. No había más que verle buscando el corazón del escenario, justo en medio de los músicos, para dejarse ir entre las oscilaciones acústicas de tanto instrumento culto.
Excelente estuvo el director de orquesta y arreglista Joan Albert Amargós, si bien había temas cuyos arreglos adquirían la pomposidad de una banda sonora de John Williams y otros que parecían buscar las formas musicales del tango. Magistral, como siempre, el eterno acompañante de Serrat, el pianista Ricard Miralles.
Álbum de familia
En cuanto a Serrat, casi tres horas estuvo repasando páginas del álbum musical de su vida, lleno de instantáneas que todos conocen como si fueran de miembros de su propia familia. Preciosa Mi niñez, como la añeja Canço de matinada que hizo recordar a su autor los tiempos en los que mandaba aquí "un general periférico de carácter terrible". Con Herido de amor Serrat se internó en el coto de los poetas -en este caso Lorca- para explorarlo un poco después de nuevo en Cantares, compuesta a partir de unos versos de Antonio Machado. En catalán bordó la desgarradamente ecologista Pare y Fa vint anys que dic que fa vint anys que tinc vint anys -vaya trabalenguas para los legos en lenguas vernáculas- y especialmente hermosas resultaron la tierna Benito, la emocionante Princesa o la social Disculpe el señor.
Pero el momento cumbre de la velada lo constituyeron las ejecuciones de De cartón piedra, Aquellas pequeñas cosas, Barquito de papel, Paraules d'amor, Balada de otoño y, por supuesto, Lucía, tema que se vio obligado a improvisar en el bis ante la insistencia cariñosa de un público que aprovechó cada instante de silencio para mostrarle su afecto. Pero hubo muchas más en esta noche de gloria en la que el querido Serrat demostró que tiene más cuerda que el tordillo de madera del Carrusel del Furo. Por muchos años, Joan.
Babelia
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