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Columna
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Mundo rizomático

Una de las más valiosas aportaciones del filósofo Gilles Deleuze fue su conceptualización de una nueva manera de pensar rizomática, una idea sumamente fecunda. El rizoma no tiene estructura, ni binaria, ni arbórea o ramificada, ni genealógica: es una realidad caótica, subterránea, de fugas, como ratas que huyen o hiedra que crece sin plan. Una idea que podemos extrapolar para explicar la esencia mutante y violenta de nuestro mundo a principios del siglo XXI. Es rizomático Internet y son rizomáticos los barrios de favelas, pero también lo es esta III Guerra Mundial que ya ha empezado, extendida por todo el mundo: Gaza y Taba, Irak y Afganistán, Colombia y Guatemala, Sarajevo, Mostar y Kosovo, Uganda, Congo y Angola, Nueva York, Madrid y Yakarta, Moscú y Beslan....Y como sucedía en las otras guerras, mientras una parte del mundo se hunde en la miseria y la destrucción, la otra vive en un continuo despilfarro y fiesta.

La guerra entre poderosos y desahuciados tiene siempre la misma víctima: la población civil

Una guerra subterránea y esparcida, generada directamente por la actual fase del capitalismo, de camuflado carácter tecno-fascista: unas falsas democracias que sólo aceptan a los que se alienan, y que escupen y marginan a los que se salen de las reglas; con una democracia emblemática, la norteamericana, que ha eliminado el derecho a la libre manifestación. Una democracia vigilada con armas hasta los dientes. En los focos de violencia, con soldados, paramilitares, guardaespaldas, agentes de seguridad y mercenarios de la guerra, ya que es tal el negocio de la guerra que en gran parte se privatiza. En las democracias bajo control, con policías, guardias civiles, guardias urbanos y mossos d'esquadra. En unos espacios públicos, transportes públicos y lugares de ocio cuya vigilancia está subarrendada a empresas de seguridad privadas, a guardias jurado a quienes nadie controla. Una democracia poco constitucional y muy televigilada.

A este mundo se contrapone el rechazo de los desheredados de muchos países y la beligerancia de los terroristas y fundamentalistas, que nada tienen más que un cuerpo que puede explotar en cualquier lugar del planeta. Una organización terrorista, denominada Al Qaeda, que no tiene organización ni estructura, que es caótica, que tiene innumerables derivaciones, incontables grupos autónomos esparcidos por el planeta sin relación entre ellos; un rizoma por excelencia. Si el poder tiene ahora más capacidades represivas que nunca, los terroristas han degenerado hasta el periodo prehumano del animal, de la falta de cualquier valor ético y escrúpulo. La falta de escrúpulos de los fabricantes de armas se corresponde con la falta de escrúpulos de los desesperados terroristas y criminales. Entre las armas que se requisan en las favelas de Brasil predominan las que se han fabricado en Estados Unidos y España. Las armas y la guerra al alcance de cualquiera. Y mientras, el Ministerio de Defensa español, después de las elecciones, ha firmado contratos de armamento por más de 4.000 millones de euros.

No sólo las actividades económicas se han globalizado, dispersado y desterritorializado y los incesantes flujos de las inversiones son volátiles, sino que la industria de más peso, la industria de armas, está oculta, es un bulbo enterrado: son los inmensos rizomas de las veladas rutas de los traficantes inmunes que conducen de la fabricación al suministro. En este mundo rizomático, el poder se ha mutado y las instituciones supranacionales visibles, como la ONU, han sido inutilizadas. Y en este contexto, el atentado de los desesperados puede estallar en cualquier esquina. Una guerra entre poderosos y desahuciados que tiene siempre la misma víctima: la población civil. Y entre estas víctimas, las más trágicas son los niños, vidas truncadas en su inicio de quienes ni saben de qué guerra se trata.

"Hay dos balas en el mundo que son para ti", desvela Amnistía Internacional en sus campañas.

En este mundo rizomático, en el sentido siniestro y distópico del término de Deleuze, el negocio más rentable es el de la destrucción: el comercio internacional de armas y la organización de obras de reconstrucción de las ciudades que, previamente, se han fotografiado por satélite, analizando sus núcleos arquitectónicos de memoria y humanos de resistencia, y han sido destruidas masivamente con cualquier excusa. Armas de destrucción masiva y pequeñas armas, mucho más destructivas, que cada segundo matan a una persona en el mundo.

Aunque proliferen los foros y las bienales para distraer, la situación está llegando a un punto crítico.

Tal como se vio en la exposición En Guerra del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), tras la guerra siempre continua la violencia, y tal como demuestra Michael Moore en Bowling for Columbine, este fácil acceso a las armas, esta cultura de la violencia que va desde la vida doméstica hasta lo que podemos considerar una guerra mundial larvada, puede empezar en el supermercado.

En esta realidad rizomática, no hay otra misión más urgente que exigir un tratado internacional que empiece a desarmar un mundo preparado para ser destruido repetidas veces y que regule el macabro negocio de las armas, hasta hacerlo desaparecer, tal como se defiende en la campaña Tratado Armas Bajo Control, de Amnistía Internacional e Intermon-Oxfam. En la estrecha relación que existe entre sobrearmamento y subdesarrollo, la mejor manera de empezar en la lucha contra la miseria y el hambre que propugnan los presidentes Lula, Lagos, Chirac y Rodríguez Zapatero es el control de armas y el desarme; si no puede convertirse en pura hipocresía.

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