La senda de Maragall
Cual nuevo Marco Polo, Pasqual Maragall se ha ido de viaje al Extremo Oriente. Como en el caso del mercader veneciano, el motivo inicial es hacer negocios, aunque ahora no se trata de comerciar con sedas, sino de vender Cataluña a los chinos y China a los empresarios catalanes. Al Presidente de la Generalitat le gustaría que los industriales y financieros catalanes fueran a la búsqueda de ese gran mercado chino. "Id y ganaréis", ha venido a decir. También le gustaría que los empresarios chinos vieran Barcelona y Cataluña como la plataforma más adecuada para su desembarco en Europa, ya fuera como empresarios o turistas. Vamos, que a las anteriores inmigraciones que a lo largo de la historia han llegado a Cataluña, de fenicios, griegos, romanos, alemanes, andaluces, murcianos, gallegos y últimamente africanos, habrá que añadir ahora la de los chinos. Pero no hay que preocuparse, Cataluña es un país de acogida.
Aunque tengo la impresión de que existe un objetivo más profundo que el meramente comercial. Pasqual Maragall lleva tiempo realizando un viaje mental, íntimo, a la búsqueda de una nueva senda para el desarrollo y modernización económica y social de Cataluña. Sabe que el actual modelo, que tan bien funcionó durante las últimas décadas, está agotado. Durante la travesía en la oposición a Jordi Pujol, ya fue desgranando algunas ideas y propuestas de esa nueva vía que permita a Cataluña encontrar un nuevo liderazgo tecnológico e industrial, pero ahora en un mercado mundial abierto y en una España plural. Algunas de las llamadas maragalladas tienen mucho que ver con esa búsqueda. Y el Extremo Oriente es, a mi juicio, un punto de referencia importante de esa nueva senda que busca.
China, como en la época de Marco Polo, vuelve a fascinar a los occidentales con su extraordinario éxito económico y su cambio social. Además de su crecimiento, el avance chino se distingue por su énfasis en las industrias de alta tecnología. Es verdad que este éxito representa una amenaza para ciertas actividades manufactureras basadas en el trabajo barato de nuestros países. Pero, por otro lado, representa una oportunidad aún mayor de ganancias a largo plazo. El auge de las exportaciones chinas se ve más que compensado por sus importaciones industriales y las oportunidades de inversión extranjera. De hecho, se ha convertido en el motor del crecimiento global. Por lo tanto, hay que estar allí.
Pero el momento es oportuno también para vender a los chinos las ventajas de Barcelona y Cataluña como plataforma europea para la localización de sus inversiones. Dentro de muy poco, las empresas chinas no sólo exportarán, sino que tendrán la necesidad de deslocalizar algunas de sus inversiones hacia su mercados de exportación, en particular hacia Europa. Por cierto, tenemos la percepción de que las exportaciones chinas son productos manufacturados de bajo coste y de alta tecnología. Sin embargo, no sólo exportan ese tipo de bienes. Hace unas semanas visité las instalaciones de una terminal del puerto de Valencia. Estaban descargando contenedores de un barco, y pregunté de dónde venía. Ante mi sorpresa me enteré que traía manzanas de China. Ya ven hasta dónde llega la competitividad china, favorecida por los bajos costes del transporte marítimo.
Hay varias razones para esperar que las empresas chinas emprendan pronto la deslocalización hacia Europa. La historia del crecimiento de las naciones nos enseña que después de una primera etapa, en la que la internacionalización se produce a través de las exportaciones, viene una segunda en la que surgen las inversiones directas en el exterior. Por otro lado, la aparición de un cierto proteccionismo contra las exportaciones chinas, en particular en Estados Unidos, llevará a las empresas de aquel país a implantarse fuera. Y una tercera razón es que, tarde o temprano, la moneda china tendrá que devaluarse, como están ya exigiendo no sólo Estados Unidos y la Unión Europea, sino también Japón y Corea del Sur. La moneda china mantiene un tipo de cambio fijo con el dolar (8,3 yuanes) desde 1994. Y esa es una situación difícilmente sostenible. Cuando se produzca, las empresas chinas perderán competitividad, y eso las estimulará a deslocalizarse hacia las zonas hacia las que ahora exportan. Es la otra cara de la deslocalización. La que nos favorece.Y ahí es donde China se cruza en la senda de Maragall.
Pero las inversiones chinas tienen importancia para Cataluña por otro motivo. La historia del progreso tecnológico y económico de los países nos enseña que las innovaciones exitosas se producen por contacto persona a persona, por contagio con lo que ocurre alrededor, más que por la puesta en marcha de procesos endógenos. Como ha demostrado el profesor Jordi Nadal, el éxito de Cataluña en la primera industrialización fue en gran parte debido al contacto con técnicos y emprendedores procedentes de Francia, los Países Bajos e Inglaterra, que conocían las innovaciones que se estaban produciendo en esos países.
Pienso que sin formularlo de forma explícita, la idea de Pasqual Maragall para dinamizar Cataluña es una mezcla de contagio chino e irlandés. Este país supo captar en las dos últimas décadas gran parte de las inversiones en tecnología avanzada de las empresas norteamericanas y asiáticas que vinieron a Europa en el momento de la puesta en marcha del mercado interior europeo. Ahora, con la ampliación de la Unión Europea vuelve a surgir otra oportunidad de la mano de las inversiones chinas. Rememorando el título de la película de Marco Bellocchio, el viaje del Presidente de la Generalitat nos ha venido a recordar que "La Cina è vicina", que el Extremo Oriente no está tan lejos. Aunque, eso sí, necesitamos con urgencia, como en la época de Marco Polo, mejorar las comunicaciones directas.
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