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Crónica:AUTOMOVILISMO | Gran Premio de Brasil de fórmula 1
Crónica
Texto informativo con interpretación

Épico final de Montoya y Alonso

El colombiano gana la disputadísima última carrera y el español consigue su objetivo, el cuarto puesto mundial

Robert Álvarez

Decidido ya el Mundial, tanto de pilotos como de marcas, la última carrera del año parecía predestinada a convertirse en un formulismo. Pero en Interlagos se vivió uno de los grandes premios más complicados de los últimos tiempos. Juan Pablo Montoya se llevó la última victoria en juego después de resistir el acoso del finlandés Kimi Raikkonen, que le pisó literalmente los talones durante las últimas 20 vueltas. El mano a mano fue bellísimo y se fraguó tras una infinidad de vicisitudes que hicieron trabajar a destajo y a ritmo de vértigo a todas las escuderías. La culpa la tuvo la lluvia, que cayó con fuerza poco antes de empezar, y que remitió justo cuando estaban los coches ya en la formación de salida. El despliegue de estrategias fue abrumador. Faltaron computadoras y profetas para resolver adecuadamente las decisiones en torno a si los coches debían calzar neumáticos para seco, lluvia o los intermedios, si era mejor parar dos o tres veces en boxes y cual era el momento idóneo para ello. Williams, que tanto irregular temporada ha llevado a cabo, logró al final, en su última oportunidad, llevarse el gato al agua. Una paradoja para un equipo del que ayer se despedía Montoya, harto de no obtener los resultados esperados.

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El piloto colombiano, además, compitió por su primer triunfo del año, el cuarto de su carrera, con Raikkonen, precisamente el piloto del que será compañero el año próximo en McLaren. Ambos aprovecharon el camino libre que dejó Michael Schumacher, siete veces campeón mundial, que después de romper el motor en los entrenamientos, fue penalizo y tuvo que salir desde tan atrás, el 18º lugar, que le dejó sin posibilidad de aspirar al podio. Tampoco fue el día de Rubens Barrichello, que perdió nada más empezar el primer puesto. El brasileño no es profeta en su tierra, donde nunca consiguió imponerse y donde a los Ferrari se les escapó el triunfo por tercera vez en los 18 grandes premios de un año en el que arrasaron.

Fernando Alonso se las vio y se las deseó para concluir en un cuarto puesto que le otorgó los cinco puntos que necesitaba para no ser desbancado por Montoya de la cuarta posición de la clasificación general final. El español partía desde el octavo puesto. Renault fue una de las pocas escuderías que se la jugó en el último instante y decidió poner neumáticos lisos en sus coches. Alonso tuvo que exhibir nervios de acero y mucha pericia en la conducción en las primeras vueltas en las que el asfalto estaba todavía mojado. Llegó a perder más de 20 segundos y a situarse en el 14º puesto. Pero la pista se secó, dejó de correr el peligro de derrapar y, además, actuó con la ventaja de una estrategia concebida para efectuar dos paradas en boxes, una menos que la mayor parte de sus rivales. Ello le permitió encabezar la prueba durante algunas vueltas. Pero cuando se detuvo en el giro 17, Montoya y Raikkonen cambiaron neumáticos, se situaron al frente y marcaron un ritmo irresistible y pusieron la directa.

Los acontecimientos se desencaderaron de manera frenética. Alonso vio cómo se degradaba el dibujo de sus neumáticos. Le superó Ralf Schumacher pero el alemán se pasó de frenada y recuperó el cuarto puesto. El adelantamiento fue providencial porque muy por detrás de Montoya, Raikkonen y Barrichello, Alonso necesitaba esa cuarta posición para no verse superado por Montoya en la clasificación final. Lo consiguió a pesar de que Sato y los hermanos Schumacher le acosaron hasta la agonía.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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