¡Bendita mala suerte!
Carlos Sainz se retira con un palmarés extraordinario y como uno de los pocos españoles que ha estado siempre en la lucha por ganar
La grandeza de un deportista, aparte de su palmarés, suele medirse muy bien a su retirada. Cuando se mira en su entorno y no hay sustituto. Entonces no hay discusión posible. Era el mejor y se le echará de menos. Carlos Sainz acaba de anunciar su adiós al mundo de los rallies, en el que ha sido un auténtico rey, y España no tendrá a nadie en la cumbre tras las dos pruebas que quedan del Mundial 2004: Cataluña -el próximo fin de semana- y Australia -del 12 al 14 de noviembre-. Nadie luchará por todos los podios, por ganar. Nada menos. Muy pocos deportistas españoles se han mantenido tantos años en la cumbre de su especialidad. Desde 1990, cuando logró su primera victoria.
Cuando se retiró, Miguel Induráin dejó el listón ciclista tan alto que ni se planteó la sucesión. Ha habido aspirantes a empezar a emularle, pero no han cuajado. Más historia sucesoria ha habido en el motociclismo tras Ángel Nieto, aunque nadie llegue tampoco a sus 12+1 títulos mundiales, o en el tenis después de Manuel Santana. Tras Severiano Ballesteros surgieron en el golf José María Olazabal y Sergio García. A José Manuel Abascal y José Luis González les superó Fermín Cacho y, aunque el atletismo esté en horas bajas, siempre hay cierta cantera, alguna esperanza relativa. Pero en los rallies habría que empezar ya a estar entre la élite para soñar siquiera con acercarse al historial de Sainz. Pero Solà, Puras...
Lacalle, su agente: "Se le miraba con lupa. Este país te sube enseguida y luego te tira"
Frequelin, director de Citroën: "Ha compartido nuestros títulos. Pone el 120% en cuanto hace"
"Ha compartido nuestros dos títulos" [el de pilotos de Sebastien Loeb y el de marcas], acaba de declarar Guy Frequelin, el director de Citröen, su último coche; "y no sólo como piloto, ¡qué piloto!, y como probador, algo en lo que también es excelente, sino como hombre de experiencia. Ha aconsejado a Sebastien en muchas ocasiones. Nos ha ayudado a aprender en el Mundial con sus conocimientos técnicos y su método. Carlos es alguien que pone el 120% en todo lo que hace". Loeb, que reconoce toda su ayuda, ha llegado a decir que este año, en Argentina o en Finlandia, no le podía seguir.
Experiencia, método. Sainz, a sus 42 años, no sólo ha ganado carreras desde que empezó, a los 18, con un Seat Panda que le compró su representante, Juanjo Lacalle, quizá el que mejor le conoce y cuenta cosas que ni él haría. "Lo ha dejado y todavía no lo he asimilado después de 24 años con él", dice. Desde que llegó al Mundial, en 1987, impuso su personalidad y su nueva forma de hacer las cosas. Fue un pionero, aunque los comienzos fueron muy duros. "¿Pero en España hay rallies?", le preguntaban. Sin embargo, cuando con sólo dos ruedas motrices y en agua fue más rápido que los de cuatro en San Remo empezaron a tomarle en cuenta. "Es lo que le digo a Solá", comenta Lacalle; "tenéis que brillar en algún momento para que os valoren". Y añade: "Pero hay otras cosas que no son cuantificables, como el liderazgo y el respeto que ha tenido Carlos. Antes, cuando todos los finlandeses se agarraban unas cogorzas tremendas, veían cómo él venía de correr 10 kilómetros y se metía en el gimnasio del hotel. Los rallies eran más duros, con tramos más largos, y era importante la preparación física y cuidarse. Yo no he visto a ningún finlandés hacer footing nunca. Ahora, en cambio, Solberg [noruego] y Loeb ya son atletas. Carlos lo profesionalizó todo, de alguna manera. Hasta Max Mosley, el presidente de la federación internacional, le ha llamado para consultarle su opinión, aunque luego no le hiciera caso."
Por todo ello, lo que más le fastidia a Sainz es que se recuerde "el rollo de la mala suerte" cuando se muestra orgulloso de lo que ha conseguido e incluso considera injusto quejarse, aunque siempre podría haber logrado más. Por la historia de los rallies han pasado grandes nombres, y sólo Kankkunen y Makinen han ganado más títulos que él. Pero hasta ellos, recordados por sus éxitos, han tenido tantos fracasos o más. "El problema", dice Lacalle", "es que Carlos ha sido el único español y se le ha mirado con lupa. Y este país te sube enseguida y luego te tira. En Finlandia hay cuatro o cinco pilotos y más cultura de rallies. Cuando, a principios de los 90, ganó seis o cuatro carreras por año y los dos títulos mundiales, la gente pensó que era fácil y que iba a ser todo así. Pero ha estado peleando siempre por ganar cuando lo más difícil es mantenerse".
Lacalle es muy gráfico: "El otro día lo comentaba con unos amigos. ¡Bendita mala suerte! Ya la quisiera yo para mí. La de un hombre que ha podido hacer el deporte que le gusta, que ha tenido éxito, que ha estado en los equipos que la ha dado la gana y no es nada fácil, que tiene una mujer extraordinaria y tres hijos maravillosos. Tiene todo en la vida. Es tener suerte, pero valer también. Mala suerte es la de Burns, al que con un fichaje multimillonario le sale un tumor en el cerebro, o la de McRae, que le han echado. Hasta la famosa parada de Inglaterra no fue mala suerte, sino el error de un ingeniero de Toyota, que era un listo y aligeró demasiado las bielas. El coche se paró ahí como se podía haber parado antes, como el primer coche, o después, al día siguiente, como el tercero, cuando salió a pasear con los vips. Mala suerte sí es que se te atraviese una oveja, como le pasó en Nueva Zelanda. Pero los errores pueden ocurrir simplemente porque entre los ciento y pico mecánicos alguno de ellos apriete mal un tornillo."
Con todo, para Lacalle los peores momentos de Sainz, aunque dice que quizá no lo admita, no fueron los deportivos, porque tiene la enorme capacidad de pasar página y pensar en la siguiente carrera, sino cuando una lesión de hombro le dejó con el brazo como un palo sin poder levantarlo e impotente para conducir: "Pero hasta entonces, que no hablaba y le vi mal, tuvo una tendinitis por querer recuperarse antes. Sentado, hacía ejercicios con una escoba."
Sainz ha dicho basta cuando aún está en la élite. Sin estridencias, con formas emotivas, como siempre. Con elegancia, como cuando contestaba con temple, sin enfadarse, a las más duras preguntas. "¿Cómo me pueden decir que no acelero lo que tengo que acelerar si me he jugado hoy cuatro veces la vida?", le llegó a decir a su representante. Pero respondió sin acritud. Hasta su última decisión ha sido inteligente. No todo el mundo sabe retirarse a tiempo.
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