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Columna
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Manipular

El evangelista San Marcos y el obispo de Hipona San Agustín le dieron nombre al barrio periférico de la capital de La Plana que surgió al otro lado de la carretera nacional 340 durante los años sesenta y setenta. En realidad, más que un barrio periférico es un pueblo con identidad propia, cuyos primeros vecinos procedían mayoritariamente de Albacete, Murcia, Castilla-La Mancha o las comarcas del interior castellonense. Su número de habitantes sobrepasa los dos millares de personas. Si se presta atención a las voces de sus calles, habrá como un cincuenta por ciento de castellanoparlantes y otro tanto de valencianoparlantes. Es un núcleo de población limpio, honesto y laborioso con problemas, como en tantos otros núcleos, de seguridad ciudadana. Hace unos días hubo un robo y luego se señaló a los presuntos autores del robo, y luego los señalados apalearon a los señaladores víctimas del robo. Secuencias de violencia e inseguridad ciudadana que no son ni inusuales ni infrecuentes en otros barrios, calles, plazas o núcleos de población con identidad propia como tienen San Agustín y San Marcos. En el barrio tienen sus fiestas propias en verano y festejan en invierno al valencianísimo San Antonio. Tienen un centro de salud desde los tiempo en que el gobierno municipal estaba en manos de la socialdemocracia local. Tienen un centro escolar, problemático como casi todos los centros públicos, una parroquia, una sucursal de la Bancaixa, el centro social multiusos Padre Amorós -popular cura de Castellón en décadas pasadas-, y tienen un asociación de vecinos muy activa que ha dado bandazos a la izquierda local otrora gobernante o a la derecha municipal que rige ahora los destinos de la ciudad y del barrio. Un día, hace algo más de una década, el entonces dirigente vecinal y concejal socialista del barrio se pasó con armas y pertrechos a las filas conservadoras del Partido Popular. Las causas fueron muchas, pero la realidad fue esa. Lo que era un vivero de votos socialdemócratas se convirtió en un vivero de votos conservadores en un barrio trabajador y honesto. Los conservadores, agradecidos, del Partido Popular han mimado y miman a la asociación de vecinos y al barrio: ahora le ponemos asfalto a la torrentera que dificultaba el acceso de los niños a la escuela en días de lluvia, pavimentamos calles, financiamos éstas y las otras actividades y el local social, ofrecemos el chocolate del moro con éste o el otro empleíllo municipal, y hasta llevamos a la parroquia de San Agustín y San Marcos la imagen de la Mare de Déu del Lledó en el 75 aniversario de su coronación, lo que quizás suscita la envidia o suspicacia de otras parroquias y otros devotos de la patrona de la ciudad. El mismísimo alcalde, José Luis Gimeno, que talante tiene para ello, se ha reunido con el vecindario alguna vez para tratar amigable y paternalmente sobre las carencias y necesidades del vecindario. Hasta aquí, y como en el tema de la inseguridad ciudadana, nada que se salga de lo normal y clientelar en el mundo de la política municipal. Lo anormal es cuanto ha sucedido esta última semana en nuestro barrio que tiene identidad propia como un pueblo. El desvergonzado rifirrafe entre los responsables municipales de la seguridad ciudadana y el responsable del Gobierno central en la misma materia a cuenta de los incidentes violentos arriba mencionados, cuando la responsabilidad es de todos, cuando no existe policía de barrio cercana al ciudadano y cuando todos manipulan y se dejan manipular en las asociaciones de vecinos.

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