'Adagio ma non troppo'
Novelar la biografía de un bailarín que ha tocado la gloria y lleva quince años desaparecido entre las brumas de la locura y la mediocridad es un empeño que pocos autores sabrían convertir en tan emocionante periplo por las ilusiones y las pesadillas de las grandes figuras de la danza, dejando al descubierto, además, los secretos compartidos por escritores y funcionarios, mujeres y hombres, niños y ancianos. La portuguesa Mafalda Ivo Cruz ha creado un protagonista lleno de fuerza, Efron Cage, en el que confluyen todos los mitos del siglo XX, desde Diáguilev hasta Nuréyev, y ha sabido proyectar en él una búsqueda interior con la que una periodista -Mariana Matías, la otra gran voz dominante en este abrumador despliegue de primeras personas que es Última danza en Lisboa- revalida la gran apuesta de la novela por la modernidad. La radicalidad del empeño se manifiesta en la asombrosa calidad (vale decir nobleza, sinceridad) de los materiales, estrictamente sentimentales, y en la valiente cesura de la prosa, con la que la autora consigue (y no es una frase hecha) un ritmo que transforma el relato en coreografía y traslada al lector, como algunos versos de Marina Tsvetáieva, a un plano intermedio entre la tierra y los cielos. La búsqueda de la propia identidad y la vigencia del acto creador son aquí sinónimo de una firme defensa de la escritura -y de su llegada al lector- como afirmación de libertad. De hecho, todo el libro es una invitación a la relectura, como si el lomo fuese un eje y las páginas pudiesen girar sin pausa, sin duda porque bajo la audaz y espléndida pesquisa descrita por Ivo Cruz subyace una reivindicación de la razón poética (y lo que es más importante, de su legitimidad y eficacia) frente a la roma intriga de tantos formatos impuestos, a golpe de marketing, por las poderosas industrias culturales.
ÚLTIMA DANZA EN LISBOA
Mafalda Ivo Cruz
Traducción de Karmele Setien
Siruela. Madrid, 2004
245 páginas. 18,50 euros
Acaso porque nobleza y danza obligan, la autora y la obra son lusas muy rusas y el viejo mito simbolizado por el legendario Nijinski -Yo soy Rusia. Aquel que muere si no es amado- culmina en el penúltimo capítulo con la explícita descripción de la arrogancia que encarna Alexéi, el joven salvador de Mariana: "Porque sólo así logramos mantenernos. Mantener el pecho abierto, los hombros anchos". No hace falta ser un gran lusitanista ni un experto en ballet para saber que el legado de Camoens y Pessoa goza de excelente salud y que a estas páginas las vertebra el mismo nervio, el mismo genio que mueve a los grandes de las tablas. Maestro de la sutileza y el humor, Maurice Béjart cifró un adagio ma non troppo que es un conjuro contra la soledad, un guiño a la inteligencia y a veces da frutos tan raros y dignos de elogio como esta bellísima y conmovedora novela.
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