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Entrevista:Ilse Aichinger

"No se debería invertir tanto en cultura sino en hospitales"

La jornada de Ilse Aichinger transcurre en el centro de Viena entre el café Demmel -antigua pastelería de la corte de Habsburgo, hoy una atracción turística- y el café Korb, frecuentado por Elfriede Jelinek, premiada este año con el Nobel de Literatura, y otros escritores de renombre. A veces va también al café Bräunerhof, pero ya no tanto como cuando podía pasar unas horas allí con su amigo Thomas Bernhard. Al caer la tarde, Aichinger desaparece en las salas de cine. La escritora nacida en Viena en 1921, autora en 1948 del primer texto publicado en Austria en el que se hace mención de los campos de concentración, sostiene que vivir es una "exigencia excesiva", que ella "hubiera preferido no nacer ni llegar a tan vieja". Sin embargo, ni el escepticismo ni la desesperación han dejado trazos en el rostro de esta mujer que habla y mira siempre sonriendo. "Si no se ve mi amargura es porque me gusta mucho ir al cine. Me levanto a las seis, y a las ocho salgo de casa a buscar el periódico, a ver si alcanzo a ir a cuatro o cinco cines al atardecer", dice como disculpándose antes de la entrevista en el café Korb.

"Mi relación con las palabras es cada vez más aguda. Los mejores no escriben porque se expresan con tanta brevedad que prefieren dejarlo"
"Cioran es mi escritor favorito. Como él, yo también creo que nacer es demasiado pedir"
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Extranjera en casa

RESPUESTA. Nunca me pude definir a través de la escritura. Yo quería ser médico como mi madre, pero fracasé porque mis manos eran demasiado torpes para esa profesión. En los años de la guerra trabajé en una farmacia como tenedora de libros. Durante las horas de trabajo escribí parte del texto de La esperanza más grande. No había pensado en publicar. Escribí para mí misma, me dije: "Tienes que escribir lo que ha ocurrido en estos seis años, porque hasta a mí me resulta extraño". La supervivencia ya no era posible en aquella realidad. Había que buscar otra realidad que integrara la "no supervivencia", aunque fuera imposible de imaginar. Los que llegamos a vivir aquella brutalidad sabemos que no hay película sobre Hitler que pueda reflejarla. Pero a pesar de todo, mis años más felices fueron los tiempos de la II Guerra Mundial porque entonces me decía: "Ahora todos son como son". Los buenos demasiado buenos, los malos demasiado malos. Y también están los que no se comprometen con nadie, los de en medio. De esos hay muchos hoy en Austria. Son terribles, empezando por el actual canciller Wolfgang Schüssel. Día a día, ya sea en procesiones de la iglesia, en manifestaciones comunistas o en desfiles nazis yo aún sigo viendo muchas personas que siguen a la multitud sólo porque temen perderse algo. Aunque ese algo no sea más que un cardenal católico austriaco. Quizá por Lenin valdría la pena ponerse en movimiento. ¿No ha visto usted esa maravillosa película, Good bye Lenin!?

P. En 1951, ingresó en el grupo 47, al que pertenecían Ingeborg Bachmann, Paul Celan, Heinrich Böll o Günter Grass... y donde conoció a su esposo, el escritor Günter Eich. Una generación consciente de que estaban escribiendo un nuevo comienzo, que había que reinventar la ética y el lenguaje. "Tenemos que relatar desde el final hacia el final" es un lema suyo de aquellos años. ¿Qué ha quedado de los propósitos del grupo 47?

R. (Se ríe). De niña hubiera querido ir a los boy scouts, pero costaba caro. Pensé que el grupo 47 sería una especie de campamento de boy scouts para adultos. Por eso me incorporé. Muchas veces nos reuníamos mucha gente en mi casa. Mi relación con las palabras es cada vez más aguda. Al escribir es importante la exactitud. Los mejores no escriben. Porque los mejores se expresan con tanta brevedad que prefieren dejarlo. Soy muy susceptible a las palabras mal empleadas. Aún más en el cine, porque se gasta mucho dinero. Mi hijo Clemens y mi editor Richard Reichensperger perdieron la vida por causa de accidentes (Clemens, en 1998; Reichensperger, en abril de 2004). Ambos murieron miserablemente en un gran hospital vienés. Y no se hace mucho para mejorar las condiciones. Desde entonces pienso que no se debería invertir tanto en cultura sino en hospitales. Mi editor tenía 43 años, y a diferencia de mí a él le gustaba mucho vivir, pero padecía de epilepsia grave. Hace unos días le sobrevino un ataque cuando caminaba por la Herrengasse, esa calle elegante del centro de Viena. Acabó sus días en el nuevo hospital de Viena, en un edificio horrible. Lo que se teme no es la muerte -que es una liberación- sino el morir. El morir y el vivir son parte de una misma identidad: las formas de vivir y las formas de morir. Morir en un accidente, de un cáncer o de un ataque de epilepsia en una calle elegante de Viena que ya no es tan elegante como lo fue antes. Hay una frase que dice: "Olvidar es una forma del recuerdo". A mí me parece la única forma. Si alguien intenta retener algo mientras está sucediendo, no funciona. El recuerdo sólo puede volver a surgir después de haber sido olvidado, pero resurge transformado.

P. Parece una visión de psicoanálisis.

R. En Viena no hay buenos psicoanalistas aparte de Sigmund Freud, pero él hace tiempo que ya no está. Para mí Freud es un mito, nunca llegué a conocerlo personalmente. Acabo de pasar delante de su casa, en la Berggasse. Allí vivió con toda su familia. Sus cuatro hermanas murieron en un campo de concentración. Después de la muerte de mi hijo y de mi editor fui a la consulta de una famosa psicoterapeuta que me habían recomendado, pero no me convenció. Me dije: "¿Qué hacer? ¡Si yo tampoco frecuento a los curas!". Lo mejor entonces es volver a leer a Emil Cioran. Como él no deja esperanza ninguna, abre la vía para que surja una nueva esperanza. Emil Cioran es mi escritor favorito. Como él, yo también creo que nacer es demasiado pedir. Nadie nos preguntó si quisimos nacer. Tampoco había nadie a quien preguntar. Yo me hubiera negado a nacer. No debido a mi destino, sino porque la vida me parece un asalto, un ataque.

P. Usted que presenció el nazismo en Viena, que vio cómo los vecinos consentían que a su abuela y sus tías las deportaran a Minsk, donde murieron, usted que sobrevivió con su madre en una habitación a dos pasos de la sede central de la Gestapo, ¿no le parece doloroso que una víctima se quede viviendo en el lugar del crimen?

R. No me veo como una víctima. A mí no me pasó nada porque fui bautizada al nacer. Mi padre, un maestro de escuela, era cristiano y mi madre, judía. Mi nombre es austriaco y no judío, así que nadie sospecha. En Viena había tantos judíos que no consiguieron matarlos a todos, y a los que éramos bautizados nos dejaban para el final. No había suficiente carbón para los trenes de deportación. Pero toda mi familia fue asesinada. En Viena la Gestapo fue mucho más brutal que en Berlín. Y lo peor no eran las bombas que caían. Lo más difícil era saber que en cualquier momento podían venir a buscarte a casa. Aquí los vecinos denunciaban mucho más que en Alemania. En Viena la Gestapo venía a buscarte de día, en Berlín, de noche. Los berlineses no lo hubieran aceptado como los vieneses. Pero no me gustan las palabras "víctima o verdugo". Porque no son roles opcionales. Uno no elige. Tampoco los verdugos tienen tanta libertad de elección como ellos creen. Son gente que cede. Creo que esto ocurre especialmente en Viena, como decía Bernhard... Anteayer fui a Ohlsdorf a visitar la casa donde él vivió, que ahora es un museo. Había estado allí por última vez cuando él vivía. Mi hijo, de niño, lo adoraba, y Bernhard nos invitaba a beber mosto. Pero anteayer Bernhard ya no estaba. En su casa ahora vi que tenía cuchillos afilados y un rifle sobre su cama. Parecía que hubiera vivido preparado por si lo asaltaban. Ese día había en Ohlsdorf conciertos con orquestas y cantantes. Bernhard hubiera estallado de cólera si los hubiera escuchado. Esos austriacos, esos católicos eran su tema.

P. ¿Y cuáles son sus temas primordiales?

R. Para mí, como para Cioran, el principal es la insoportabilidad de haber nacido. ¿Sabe que tengo una hermana gemela? El doctor Mengele, que se interesaba por gemelos y mató muchos, estuvo en nuestra casa cuando éramos niñas. Se enteró de que había una médica, mi madre, que había tenido mellizas..., pero no nos hizo nada porque no tenía suficiente información sobre nosotras. Yo pasé la guerra en Viena, pero mi hermana Helga se fue a Inglaterra porque ella no soportaba la situación, quería divertirse y bailar. Y lo consiguió. Pero ahora ella vive en Londres sola y aislada debido a la vejez. Yo no. Voy mucho al cine y escribo en los periódicos.

R. Lo que ocurre en Austria es una estupidización progresiva. Bernhard diría una "austriaquización". Los iniciadores del proyecto también querían meter en el maletín a Bernhard, pero la editorial Suhrkamp lo retiró de inmediato. ¿Cómo se puede hablar de un Koffer (maleta) para la literatura? Andersen tenía mucho miedo a la muerte aparente. El Austrokoffer parece un sarcófago para ser enterrado vivo. Pero no me tomo en serio todo lo que está ocurriendo porque viví otras cosas en la guerra. Tampoco me extrañó el triunfo de Haider (ultraderechista que entró en el Gobierno hace cuatro años, con el 27% de votos). Él quería ser como Hitler, quisiera tener su brutalidad pero no la tiene, ni tampoco su locura. Haider no es una personalidad, es muy vulgar. Pero el pueblo austriaco sí que sería capaz de todo, como decía Bernhard.

La escritora austriaca Ilse Aichinger goza de gran prestigio como poeta.
La escritora austriaca Ilse Aichinger goza de gran prestigio como poeta.H. LABLER

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