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El problema de la izquierda en Estados Unidos

¿Quién recuerda hoy que Karl Marx pensó en la posibilidad de que Estados Unidos, libre de los suplicios históricos y metafísicos de Europa, encabezara la marcha hacia el socialismo? ¿Qué es, hoy, la izquierda en Estados Unidos?

Existen cuatro corrientes distintas en la oposición estadounidense. Una busca una socialdemocracia norteamericana. Otra pretende construir un internacionalismo desmilitarizado y social para Estados Unidos. La tercera lucha por los derechos civiles, los negros y las minorías étnicas, las mujeres y los homosexuales. La cuarta implica un debate sobre culturas alternativas: para vivir mejor es necesario vivir de otra forma. Estas posturas carecen de denominador común, y sus partidarios se ven obligados a defender las victorias conseguidas frente a la contraofensiva de los agentes del imperio y el mercado.

El principal vehículo de la izquierda en Estados Unidos es el Partido Demócrata, pero es un vehículo en mal estado. Con Clinton y los nuevos demócratas, que repudiaron gran parte de la historia del partido, los demócratas perdieron la mayoría en las dos cámaras del Congreso, varios puestos de gobernadores importantes y las cámaras en unos cuantos Estados cruciales. En su mayoría, los demócratas preferían como candidato presidencial al congresista Gephardt (próximo a los sindicatos) o al gobernador Dean (por su oposición a la guerra). Sin embargo, al final se conformaron con el senador Kerry, que anuncia en voz alta que "no va a haber redistribución" y cuya posición sobre Irak está envuelta en la niebla de la guerra. El partido no es un grupo de afiliados, sino una mezcla inestable de aparatos políticos estatales, grupos de intereses y donantes. Está dividido ideológicamente, entre los herederos de Franklin Roosevelt y Lyndon Johnson, que defienden el Estado de bienestar, y los nuevos demócratas, que buscan compromisos aún más amplios con el capital organizado.

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La fuerza de la izquierda estadounidense se encuentra en las organizaciones que financian las campañas y movilizan a los ciudadanos. Las más importantes son los sindicatos pertenecientes a la federación AFL-CIO. Pero los sindicatos sólo incluyen alrededor del 13% de los trabajadores (hubo un tiempo en el que llegaban a un tercio), y su debilidad es la causa más visible de la fragilidad de la socialdemocracia en Estados Unidos. Están perdiendo a los trabajadores de más edad, a medida que la economía se desindustrializa, y esa pérdida no se compensa con los trabajadores del sector de servicios ni los que tienen más nivel educativo, aparte de los enseñantes. Algunos dirigentes sindicales elaboran nuevas estrategias de movilización política, especialmente con los inmigrantes más recientes, pero, hasta ahora, los resultados han sido discretos.

A la lucha de los sindicatos por los derechos económicos se une la de los grupos de interés público que se dedican a defender al consumidor, proteger el medio ambiente, regular el capitalismo descontrolado y aumentar la participación política mediante la reforma de unos procedimientos electorales defectuosos. Gran parte de la acción se desarrolla en el Congreso, a veces en las cámaras de los Estados y con frecuencia en forma de razonamientos constitucionales y legales ante los tribunales. La críptica politización del proceso judicial y la fragmentación de la política legislativa hacen muy difícil el desarrollo de una estrategia común. La izquierda no ha conseguido explotar la vaga desconfianza de la sociedad estadounidense hacia el capital, entre otras cosas, porque en el propio Partido Demócrata hay representantes de ese capital muy bien establecidos.

Durante muchos años, además de Kennedy en el Senado, los líderes de estas fuerzas fuera del Congreso fueron el reverendo Jesse Jackson (cuyos intereses no se limitaban, ni mucho menos, a representar a los negros) y Ralph Nader. Jackson sigue trabajando sin descanso. Nader, resentido contra los demócratas, vuelve a presentarse a las elecciones. Hay varios Estados importantes en los que no se ha admitido su candidatura, pero tiene la capacidad de destruirse a sí mismo y dañar a los que antes eran sus amigos. En el año 2000 se presentó por el Partido Verde, pero, en esta ocasión, ellos presentan otro candidato. En Estados Unidos, los Verdes tienen bastante fuerza en algunos Estados (Maine y Nuevo México, por ejemplo), pero nuestro sistema mayoritario, en el que el voto no es proporcional, les perjudica sobremanera. Lo que sí tienen es gran capacidad de movilización local.

El voto proporcional permitiría que las elecciones presidenciales dejaran de depender de unos cuantos Estados. En la actualidad, las campañas nacionales oscilan entre el vacío ideológico (para no ofender a nadie) y la capitulación oportunista ante el chantaje electoral (utilizado por los grupos de presión que propugnan la cristianización de la vida pública, el acceso sin límites a las armas de fuego, la destrucción del Gobierno de Castro, etcétera). El voto proporcional, que repartiría los votos electorales de cada Estado con arreglo a los votos reales, en vez de dárselos todos al ganador, avanza con gran lentitud. Nuestra Constitución, que se muestra contraria al voto mayoritario, porque así se quiso para impedir la eliminación de la esclavitud por métodos democráticos, no se ha sometido todavía a ningún gran debate público.

La división de la izquierda es muy pronunciada, sobre todo en lo relacionado con el imperio. (La agrupación que reúne a la izquierda del partido, la Campaña para el Futuro de América, evita mencionar la guerra de Irak.) Las dos organizaciones de masas que se oponen a la militarización de la política nacional son la Iglesia católica, con el 25% del país, y las iglesias protestantes del Consejo Nacional de las Iglesias, que representan al 50%. Lo que opinan los obispos, teólogos, rectores de iglesias, pastores y sacerdotes no siempre lo comparten los fieles. La angustia, la ignorancia y el patrioterismo hacen que muchos ciudadanos (por ejemplo, los sindicalistas) no se den cuenta de que a los pueblos del mundo les gustaría que Estados Unidos dejase de intentar salvarlos de sí mismos.

Contamos con una clase intelectual antiimperialista, aunque no en las páginas editoriales o en los departamentos de relaciones internacionales de las universidades. Hay muchos altos funcionarios y diplomáticos más dispuestos a enfrentarse a Bush que la mayoría de los demócratas del Congreso. La "guerra contra el terror" no ha parado a los "terroristas", pero sí ha intimidado a periodistas y políticos. La reforma social en Estados Unidos está en deuda con el catolicismo

Norman Birnbaum es catedrático emérito de la Facultad de Derecho de Georgetown y autor de Después del progreso (Tusquets). Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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