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Reportaje:

Falleras interculturales

Gueguel Massmanian y Cristina Sánchez son desde ayer las reinas de las Fallas de Valencia para 2005

Como inspirada por Pastora: "No me llames Carmina, llámame Gueguel". Prefiere la alegoría a la alegría en lengua armenia que encierra su segundo nombre. Carmina Gueguel Massmanian es, desde anoche, la fallera mayor de Valencia para 2005. Entra en el reinado con los 23 años a la vuelta de poco más de dos semanas, ajustada en negro por el corte y confección de una madre que se desdobla entre el diseño de moda y la atención al paciente. Plantará en la plaza de la Reina en un aniversario sonado: 125 años de la comisión La Seu-La Xerea-El Mercat. Aplazará la toga de letrada por el cancán del traje de fallera que paseará por cualquier celebración que se precie. "Sin vivir en una burbuja, eso sí". Y es que después de coger el guante a la congelada emoción de Rita Barberá al comunicar el gran honor y agradecer la representación "de todos los valencianos", Gueguel se comprometió con la no violencia. "Me preocupa la realidad del mundo en que vivimos, la violencia de género muy especialmente, las luchas entre algunos países y el terrorismo".

Algo de la tragedia histórica de pueblos con poca fiesta la ha conocido de la memoria viva de su padre, porque sus lejanas tierras de origen le siguen siendo extrañas. Massmanian está entre los ilustres de la medicina en dermatología. Recibe en el centro de especialidades de la calle de Alboraia y en La Fe, al margen de su propio rincón. Nació en Siria en el seno de una familia armenia, pasó por El Líbano y llegó a Madrid en 1966 porque la historia de un loco que luchaba contra molinos se coló entre sus cuentos infantiles y le despertó la curiosidad por España. "Me cerraron la Facultad", explica. Y se dijo: "Valencia, que tiene una buena facultad y mar". Antranick Massmanian, que asume con naturalidad el rosario de errores que coleccionará sobre la traducción gráfica del nombre y apellidos de su hija, es un habilidoso de la guitarra clásica. Y confiesa que ninguna de sus pasiones artísticas se ha reproducido en sus dos hijas. Más bien se parecen a Mari Carmen: enfermera, diseñadora de moda y muy, muy fallera.

La fiesta también es consanguínea en casa de los Sánchez Beltrán. Cristina, a la sazón fallera mayor infantil, es hija de un sevillano que no ha perdido el acento y de una valenciana con raíces en Alzira. La pequeña de las tres hijas encajó la distinción como si hubiera nacido también con ella. Suelta y resuelta, avisó que también ella estará entre los laureados en la medicina, pero en la cirugía o la cirugía plástica: "Para tocarle a la gente lo que no le guste, quitarle los complejos". Tiene diez años, estudia en el colegio Antonio María Claret, la peluquería de su madre no es su lugar preferido, enreda divinamente con las matemáticas y el trabajo de su padre lo resume en una fórmula: "agente comercial, vende". Con ella explica su dedicación a la exportación e importación de productor cárnicos. Sólo se extiende en sus habilidades con las lenguas: "Hablo valenciano, claro con mis iaios, estudio alemán y hablo inglés". Sin problemas con la altura, igual como base que alero, pelea por la canasta en sus partidos de baloncesto.

Confiesa su historiada coquetería: "Para mañana [hoy para el lector] prefiero llevar el traje inspirado en el siglo XIX, tengo otro que recuerda a los del XVIII pero la manga...". Y quiere dejar claro que el corte de su talle para el día de ayer había sido a medida, como si ya fuera fallera mayor.

Gueguel y Cristina se convirtieron ayer en una pareja de hecho para la Fallas. Empezaron el ejercicio sobre similares jaspeados de gres, entre retratos de mayores y otros que no lo son tanto, cercanos y lejanos afectos, en platas lucidas y maderas labradas, con paisajes bucólicos de fondo, achuchadas y agasajadas con flores y brindis. La una con la perspectiva de la graduación para lucir puños desnudos. La otra, con la puntería a prueba de tiros libres para que nada quede por decir: "Se tiene que hablar mucho de las Fallas".

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