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Columna
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Liderazgos

Enrique Gil Calvo

La caída del régimen de Aznar precipitada por el 11-M ha provocado un cambio radical en la forma de ejercer el liderazgo político. Se acabó el autoritarismo del hombre fuerte que imponía su santa voluntad sin atender a razones. Y en su lugar aflora un estilo mucho más light que los papanatas a la última calificarían de "metrosexual". Así sucede en La Moncloa, donde el cambio tranquilo de Zapatero ha impregnado la forma de gobernar con su talante respetuoso y amable con el usuario. Pero en el PP también ocurre algo semejante, pues los airados exabruptos del anterior líder máximo han sido sustituidos por el indulgente laissez faire, laissez passer de un flemático Rajoy.

¿Pasará lo mismo en los EE UU? En pocos días lo sabremos, pero tampoco sería extraño que sucediese, pues en las anteriores presidenciales ya se dio una opuesta inversión del liderazgo. Así lo teorizó Joseph Nye, al identificar dos formas de ejercer el poder, a las que llamó respectivamente poder "duro" (hard power) y poder "blando"(soft power). El poder duro se identifica con el ejercicio de la coerción, y se define como la capacidad de obligar a los demás a hacer por la fuerza lo que tú quieres que hagan en contra de su voluntad. Y el poder blando se entiende por contraste como la capacidad de convencer por las buenas a los demás para que quieran hacer por sí mismos lo que tú quieres que hagan a tu favor. En el caso estadounidense que inspiró a Nye, el liderazgo del presidente Bush se ha fundado en el ejercicio del poder duro mientras que el del presidente Clinton se basó en la utilización del poder blando, igual que promete hacer el candidato Kerry si es que llega a ganar las elecciones de noviembre.

Regresemos a España. Pocas dudas caben acerca de que tanto Zapatero como Rajoy se van a ver obligados a ejercer sus respectivos liderazgos políticos sobre la base del poder blando, incapacitados como están ambos para ejercer un poder duro del que carecen. Zapatero no puede ponerse duro (si exceptuamos su pulso al Consejo General del Poder Judicial) porque su precaria mayoría relativa le obliga a pactarlo todo con sus socios parlamentarios. Y Rajoy tampoco puede ejercer de duro porque todavía no se ha ganado por sí mismo el derecho a ocupar el cargo, que le sigue debiendo por partida doble a quien le nombró al haber perdido las elecciones que debía ganar. Así que, siendo doble acreedor, Rajoy está obligado a torear las embestidas de los acebes o albaceas de Aznar, que le seguirán imponiendo sus condiciones como han hecho en el XV Congreso del PP y en la forzada resolución de la crisis entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón.

En teoría, el poder blando es más eficiente que el duro, pero aquí se da una paradoja que Nye no pudo prever, dada la hegemonía estadounidense en el concierto internacional. Y es que el poder blando sólo se ejerce con propiedad cuando su titular puede amenazar con usar el poder duro alternativamente, como hacía Clinton en la escena mundial. La verdadera grandeza se demuestra renunciando a la fuerza para mostrase magnánimo gobernando con generosidad. Pero cuando se es objetivamente débil por carecer de poder duro y sólo contar con el blando, ya no se es libre de elegir entre uno y otro, teniendo que gobernar en situación de inferioridad. Y entonces el poder blando sólo puede triunfar convertido en una especie de "liderazgo torero", capaz de jugar con astucia sacando partido de su propia debilidad.

Para tener éxito en su ejecutoria, Zapatero deberá torear, por un lado, a Maragall y Carod-Rovira (por no hablar del insumiso Ibarretxe); por otro, a los ecosocialistas de Llamazares, y además a los ministros que se le desmanden (como acaba de hacer una vez más el de Defensa con su esperpento de la Hispanidad). Pero igual le sucede a Rajoy en el otro bando, pues su liderazgo depende de que logre torear el extremismo de los acebes con la maestría suficiente para que los gallardones puedan sacar adelante su centrismo electoral. Y para eso hay que tener liderazgo torero, pues el poder blando no es suficiente.

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