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IDA y VUELTA
Columna
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¡Viva Berlanga!

El desfile militar del Día de la Hispanidad ha provocado reacciones viscerales porque se analiza desde un punto de vista realista. La mezcla de elementos y contradicciones, el escenario, el mal estado del asfalto, los uniformes, los intereses políticos, la Patrulla Águila sobrevolando el estadio Santiago Bernabéu y las conversaciones de corrillo han disparado las especulaciones, la bilis y el electoralismo de quienes se escudan en las reyertas del pasado para no tener que resolver los problemas del presente. Y, sin embargo, fue un espectáculo digno del mejor Berlanga. Ningún director de cine ha superado la descripción que Berlanga ha hecho de España. La película El verdugo retrata la miseria moral de la época y relativiza el heroísmo y la brutalidad, tan presentes en la retórica del cada vez más locuaz ministro José Bono. La escopeta nacional disecciona el lado más corrupto del tardofranquismo, con pedigüeños autonómicos humillándose para preservar unos privilegios que son minucia comparados con los derechos de pernada de los adictos a la caza mayor. Eso también ocupó un lugar de honor en esa kermés, que parecía reunir los rasgos más ridículos de las dos Españas. En La vaquilla, en cambio, se caricaturiza la Guerra Civil subrayando su lado más estúpido, con un episodio anecdótico que no dista demasiado de la presencia del ex combatiente antifascista y del miembro de la División Azul. El primero admitió haber sido engañado y avisó de que cuando regrese a París sus camaradas le retirarán el saludo. Pero ya era demasiado tarde, que es lo que suele ocurrir cuando te dejas camelar por unos servicios de protocolo capaces de comprender a los que lucharon defendiendo a Hitler pero que se muestran inflexibles con EE UU.

Desfilar, sin embargo, no es tan fácil como parece. Yo sólo lo hice una vez, formando parte de un batallón que, en tiempos del ministro Alberto Oliart, tuvo que rendir honor a la bandera. Los preparativos fueron insoportables y a medida que se iba acercando el día de autos aumentaba la presión de oficiales y suboficiales y su nivel de mala leche. No les aburriré con mis batallitas pero sí les diré que la mejor manera de fomentar el pacifismo es participar en uno de esos desfiles. Vives pendiente de sacarle brillo a tu fusil y a tus zapatos, tienes que someterte a toda clase de ensayos, organizado por una mente perversa y sin ninguna capacidad para la sensatez, y, una vez sobre el terreno, sólo escuchas el ruido de las suelas de las botas golpeando acompasadamente el castigado suelo. Para llegar a eso hay que haber superado toda clase de diálogos para besugos, mucho más absurdos que los que escribió el recientemente fallecido Armand Matias Guiu. Nada tiene sentido y, precisamente por eso, conviene repetirse: peor es una guerra. Para completar este pensamiento desinflamatorio, se puede añadir una cita de Jacques Tati: "El militar es una planta a la que hay que cuidar con esmero para que no dé sus frutos". En cuanto al espectáculo del otro día, ni Els Joglars habrían logrado reunir tantos elementos para configurar un retablo en el que subsisten los elementos de una identidad que se resiste a perder sus rasgos más monstruosos. Fue, en el fondo, una terapia de grupo. El ministro Bono quiso compartir con todos nosotros los conflictos que para él supone haber tenido un padre falangista y la clase política estatal y autonómica se confabuló para protagonizar una reunión interesada en la que tan incómodos se sienten los anfitriones como los invitados.

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