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IDA y VUELTA
Columna
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El detalle del infiel

¿Qué hacía el bigote del presidente Maragall en el desfile de la Hispanidad? Teníamos allí al Rey y al presidente Rodríguez Zapatero, ambos perfectamente rasurados. También al señor Bono, seriamente abonado a una cara limpia. No vayan a creer ustedes que ésta sea una cuestión baladí. En Estados Unidos están ya cerca de completar un siglo entero de presidentes sin barba ni bigotes. El último ocupante de la Casa Blanca con pelos en la cara fue el bigotudo William Howard Taft en 1913. Le sucedió Woodrow Wilson, el primero de una larga lista de presidentes imberbes. Desde entonces, los norteamericanos quieren verles la cara a sus dirigentes. Es indudable que Carod Rovira hizo bien en no acudir al desfile de la Hispanidad. A la larga, dos bigotes catalanes juntos habrían podido sembrar una inesperada y doble inquietud. Aunque en realidad el horno no estaba para bollos ni bigotes, pues una facción de rasurados -Acebes y Ruiz Gallardón- centraba la atención en la bien afeitada recepción real.

En un reciente artículo en el New York Times, Jamie Malanowski analizaba con agudeza el hecho de que para un presidente de Estados Unidos el rostro rasurado es la norma de la profesión. Tal vez estos 100 años de presidentes imberbes estén relacionados con la barba y los bigotes de quienes han dirigido a los enemigos de Estados Unidos. Citaba Malanowski unos ejemplos indiscutibles: Pancho Villa (un tipo con bigote), Hitler (un estúpido bigotillo), Stalin (bigotazo), Fidel Castro (gran barba poblada), Ho Chi Minh (barba rala a lo Fu Manchú), Ayatolá Jomeini (barba grande y luenga), Osama Bin Laden (larga barba), Sadam Husein (bigote poblado). El caso de Osama Bin Laden siempre me ha llamado mucho la atención, porque su barba parece de diseño. No soy el único que sospecha que es un personaje de ficción, un invento digital. Eso explicaría que el rasurado Bush dejara tan pronto de buscar a su enemigo entre las cuevas de Afganistán. Puede que Bush y sus matones anden trastornados, pero no tanto como para buscar a un dibujo animado de la era digital entre las piedras dormidas por el opio afgano. ¿O acaso no es Bin Laden una sospechosa contrafigura de Fu Manchú, alias Ho Chi Minh? Se diría que la imaginación de sus inventores no dio para más y les salió un personaje de cómic, y si no recuerden ustedes aquel vídeo con risas enlatadas donde aparecía Osama Fu Manchú Minh comentando jocosamente con sus secuaces de tebeo el 11-S.

Para Malanowski hay en todo esto de las barbas enemigas algo evidente: durante las últimas 10 décadas, cuando los estadounidenses creían que estaban luchando contra el militarismo, el despotismo, el fascismo, el comunismo y el islamismo militante, en realidad estaban luchando contra el bigotismo. Sí, prácticamente todos aquellos contra los que Estados Unidos ha ido a la guerra tenían vello facial. Esto me lleva a preguntarme qué hacía el bigote del señor Aznar en la foto del trío de las Azores. ¿No deberíamos ir hacia una reinterpretación de esa fotografía? Sí, señores, ¿qué hacía ese bigote allí, en aquel momento de gran ardor guerrero angloamericano? ¿No era un bigote un tanto forzado? ¿No era, además, el clásico detalle del infiel? ¿Del infiel a la voluntad masiva de su pueblo? ¿Qué pasó para que fuera después todo tan mal y el descalabro resultara gigantesco? El bigote, que sobraba, dirán algunos. Seguramente esa tendencia hirsuta de Aznar trajo estos lodos de ahora. Y todo por no haberse fijado mejor la Administración americana en ciertos detalles. Hay veces en que el detalle, el bigote, lo es todo.

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