Una odisea en el Magreb
Un dólar al día. Tal era el presupuesto destinado a un viaje rocambolesco que enseñó al director argentino a defenderse en los avatares de la vida. Lo cuenta 35 años después, al presentar Roma. Su última, conmovedora película.
El viaje fue un despropósito. Era verano y pasaron frío.
Pensamos que África era sinónimo de calor, pero en el Atlas había nieve. Era 1970 y mi amigo y yo hacíamos dedo en unas carreteras por las que no pasaba nadie. Nuestro objetivo era bajar el Nilo y de ahí llegar hasta la India.
Fueron en tren a Argel y visitaron Orán. Fascinación y paso a Túnez y Libia.
Libia tenía cerradas las fronteras tras la revolución que llevó a Gaddafi al poder, pero había una franja de 10 kilómetros que era tierra de nadie. Allí dormimos, y, al volver, las autoridades tunecinas no nos dejaron entrar en el país. Al fin lo logramos, y vimos que el camino a Egipto estaba cortado. Sólo se podía ir en avión y el dinero no nos llegaba.
Adiós al sueño del Nilo, que cambiaron por Turquía.
Nos alojamos en una pensión y fuimos al banco a cobrar un giro que nos debían, pero nos dijeron que no había relaciones con España. Tuvimos que irnos sin pagar. Con la ropa de la maleta oculta bajo el abrigo. Con el último dinero compramos un billete en el Orient Express. Pasamos tres días comiendo queso rallado con pan. En Venecia por fin llegó el dinero. Comimos lasaña hasta vomitar.
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