Siete días
Cuanto peor mejor. Esta semana Gallardón y Esperanza Aguirre, en lugar de regañar de tapadillo y luego hacerse fotos como si fueran amantes, decidieron dejar de fingir y mostrarse ante la opinión pública tal y como son, es decir, como dos grandes rivales. Y me quedo corto con el término "rivales", que en política se reserva para los de otros partidos, mientras que la palabra "enemigos" suele resultar mucho más adecuada para los del propio. Hecha esta aclaración, me parece bien que tiraran de la manta mostrando su hostilidad mutua una vez que todos los intentos previos de reconciliación se mostraron fallidos. Es verdad que juntos desde el inicio les hubiera ido mucho mejor, pero son como el aceite y el agua y sus respectivos entornos han contribuido generosamente a mantener incólumes los principios químicos. Había que echar un pulso y, puestos a competir, es mejor que lo hicieran abiertamente en lugar de mantener ese lenguaje de ambigüedad y medias palabras que resultaba ya un poco patético. La famosa cena del Asador Frontón marcó, en consecuencia, un antes y un después sólo en las formas; el fondo era el de siempre.
Ese cambio nos ha permitido asistir en vivo y en directo a una semana de fuego cruzado realmente intenso. Cuentan que cuando doña Esperanza llamó chantajista a Gallardón, por tratar de imponerle a Manuel Cobo como secretario general, a Simancas le aparecieron ampollas en las manos de tanto frotárselas. La frase causaría también efectos secundarios, aunque de otra naturaleza, en el duodeno de Mariano Rajoy. El flamante presidente del PP tenía motivos para estar inquieto. Madrid no es Extremadura, ni Galicia; aquí la resonancia es infinitamente mayor y, además, los contendientes son pesos pesados con aspiraciones que desde luego van mucho más allá del control de una organización regional. Génova no podía permitirse el lujo de llegar al congreso de noviembre en Madrid con dos listas de ese calibre. Había que forzar una solución y, a ser posible, de consenso. Ésa era precisamente la jugada de Gallardón al presentar una alternativa que partía en clara desventaja frente a la de la señora Aguirre. Hace apenas un año, doña Esperanza no tenía estructura propia, pero se ha pateado los distritos y municipios de la región heredando de paso a los huérfanos de Rato que no tragan a Gallardón. La presidenta regional estaba sobrada en el partido y el alcalde de Madrid lo sabía. Es evidente que la fuerza de Gallardón no reside en la estructura, sino en su potencia electoral, y aprovecha cualquier circunstancia para hacerla valer. Todas las encuestas, incluso a escala nacional, lo certifican mostrando una clara distorsión entre el pensamiento imperante en la dirección del PP y el del electorado que puede darle la victoria. Por eso, su estrategia ha pasado siempre por ofrecer un perfil centrista que le proyecte como alternativa de futuro en esa organización tutelada por Aznar y encasillada en glorias pasadas. Dudo mucho que el amortizado Ángel Acebes, imagen viva de la derrota del 14-M, hiciera favor alguno a Esperanza Aguirre amenazando a Gallardón por "poner en peligro la cohesión del partido". Rajoy fue bastante más prudente que su secretario general y, probablemente también, más eficaz al mantenerse neutral y pedir que no dieran espectáculos, en clara referencia a los excesos verbales y gestuales durante la recepción de palacio. En cualquier caso, que nadie se engañe; aquí lo que estaba en juego eran ambiciones personales y supervivencias políticas, todas ellas, por cierto, perfectamente legítimas. El PP de Madrid era lo de menos, y conste que el partido en la región está manga por hombro y necesita desde hace tiempo una reorganización profunda.
Tampoco ha habido debate ideológico alguno, tan sólo percepciones diferentes de cómo pilotar una organización política para seducir al electorado. Ahora, tras la retirada de la candidatura de Cobo, queda por ver hasta dónde llega la anunciada generosidad de doña Esperanza con los vencidos. Sumar es siempre mejor que restar y ninguna mano negra debería truncar la manifestada voluntad integradora de la presidenta regional. Sería bueno para ellos y, sobre todo, para Madrid, donde su bronca personal lleva meses repercutiendo negativamente en las tareas de gobierno. En estos siete días han quemado mucha pólvora y el fuego altera los elementos químicos.
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