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'ZP', el guerrero del antifaz

Uno puede estar contra la guerra de Irak y considerar la decisión de la retirada de tropas de Rodríguez Zapatero, una auténtica irresponsabilidad. Servidora lo ha escrito en algunos papeles públicos, a riesgo de ser expulsada del paraíso de las izquierdas. Pero ahora que lo dice Giovanni Sartori, il Principe de la izquierda liberal europea, y lo dice en la mismita Barcelona (irresponsabile la soluzione zapatera), me siento algo aliviada. ¿Será que algunos de izquierdas nos estamos volviendo de derechas?, ¿o será que hay muchos mundos en la izquierda, y todos habitan en ella? Y en algunos de esos mundos palpita una crítica seria a ciertos gestos de pancarta cuya bondad retórica puede esconder una enorme fragilidad ideológica. O lo que es peor, aflorar un notorio síntoma de inmadurez política, inmadurez que necesitaría someterse al dictado de la calle para vencerse a sí misma. En este sentido, los gestos más significativos -y más aplaudidos- de ZP en política internacional han disparado algunas de esas alarmas que personalmente sitúo en lugares estratégicos del pensamiento. Primero fueron las tropas españolas y su huida en estampida del infierno iraquí. Contra toda recomendación, incluso del amiguísimo John Kerry. Contra toda lógica, aval de la ONU para quedarse incluido. Contra toda responsabilidad o, como decía Sartori, ¿vamos a dejar la tortilla iraquí -los huevos ya están rotos- en manos del terrorismo? Contra todo deber, ¿o es que España no tenía la obligación moral de quedarse, después de haber sido cómplice de la invasión? Y, sobre todo, contra toda prudencia, porque si algo resulta evidente es que la seguridad de un país no puede depender de la simpatía que su política exterior provoque en las filas del totalitarismo terrorista. La primera alarma, pues, agravada por la designación de Moratinos como ministro de Asuntos Exteriores -un hombre rotundamente desacreditado en el Próximo Oriente- se me disparó mientras la calle aplaudía gozosa.

La segunda alarma vino de la mano de ese lindo discurso de boy scout que el bueno de ZP dio en el epicentro mismo del buenismo internacional que es la ONU. Y aquí dejo al margen mi absoluta falta de simpatía por la ONU, cuyo secuestro por parte de las decenas de dictaduras que conforman su asamblea general es un escándalo de proporciones cósmicas. Hemos tenido que llegar al millón de muertos en Sudán a manos del integrismo islámico del general Omar Hasan Ahmed al Bachir, para conseguir una notita de queja, no fuera caso que se enfadaran las potentes dictaduras árabes... Pero a la ONU hay que ir y ZP hizo los deberes correctamente. Cosa muy distinta fue lo que dijo, tan bonito en su poética -la paz siempre es poesía- como falaz en su prosa. Subrayo un par de trampas del discurso. Primera: la paz no es un titular, sino una cultura, y uno puede abanderarla en el ágora de los profetas, y después aumentar sensiblemente su presupuesto de defensa, o hacer una conmemoración del 12 de octubre en forma de grandilocuente, apologeta, rancio y magno desfile military. ¿Dónde estaba el ZP de la ONU cuando firmaba los presupuestos generales? Hay pacifismos que esconden algunos muertos en el armario. Que se lo digan, si no, a su amigo Chirac. La otra trampa, más precisa, tiene que ver con lo que dijo, especialmente cuando lanzó la idea de una alianza islámico-occidental. ¿Se refiere a una asamblea general con países como Irán o Siria con el objetivo de acabar con el terrorismo? Estaría bien, ahora que ya sabemos que Irán protege algunos de los grupos más violentos que deguellan secuestrados en Irak. El resultado de este tipo de discursos es un paternalismo arabista que acepta sin discusión una profunda perversidad: que la carencia de libertad en el mundo islámico es una cuestión cultural no discutible. Por tanto, lejos de usar la ONU para denunciar a las tiranías islámicas que fanatizan, oprimen y alimentan la intolerancia, base de la violencia, nuestro ZP convierte a los tiranos en interlocutores y consolida la idea perversa de que la opresión es una forma normal de régimen islámico. Hay un gran trecho entre criticar el concepto malévolo de choque de culturas, y abandonar 1.300 millones de personas a la suerte de sus déspotas. Bienintencionado, pues, en origen, su discurso resulta, en destino, enormemente frágil.

La última alarma, ¿cómo no?, la del 12 de octubre. Y no me refiero a las polémicas más hirientes que ha motivado el evento, aunque ciertamente el homenaje (así lo titulaba el Herald Tribune) a un voluntario de Hitler es un insulto a toda Europa. Al bueno de Bono se le fue la mano unos miles de pueblos. Pero como se ha escrito mucho sobre el nazi azul, sobre la bronca real, sobre la otra bronca, sobre la presencia de don Pasqual y hasta sobre la cabra con atributos (era un cabrón), me centraré en el inusitado amor a Francia, bien aliñado con un público desprecio a Estados Unidos. Nuevamente el populismo, nuevamente el infantilismo. Primero por Francia, país que nunca nos ha hecho un puñetero favor y cuyo pacifismo atribulado pasa por tener implicación en un montón de guerras africanas, por vender armas a países sanguinarios (matanza de kurdos incluida) y por no tener nada que ver con la Virgen de los Desamparados, versión republicana. A la par, dar bofetones públicos a Estados Unidos, un país con el que tenemos que entendernos -y debemos hacerlo-, más allá de las críticas pertinentes, es una doble imbecilidad. ¿A dónde nos lleva, sino al ostracismo?

Tres gestos, pues, en dirección errática. Tres gestos para la calle, nacidos del populismo. Tres alarmas para la política exterior de un gobierno que, sin embargo, demuestra una gran madurez en política interior. ¿Será que ZP crece más hacia adentro que hacia afuera? ¿Será que vive bajo el síndrome de Aznar? ¿Será que aún le viene grande? Sea lo que fuere, la política exterior de ZP tiene más de pancarta que de política. Y, desde luego, no se está construyendo desde la madurez.

Pilar Rahola es periodista y escritora. www.pilarrahola.com

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