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¡Viva Bush! ¡Arriba Kerry!

Hace tiempo que la lengua española hace sus particulares apariciones en las campañas electorales norteamericanas. Este año no va a ser distinto. Los candidatos memorizan consignas sencillas al estilo de "Vamos a ganar", "Soy hombre de palabra" u otras como las que encabezan este artículo.

Hoy por hoy, la mayoría de los políticos norteamericanos no sabe decir en español mucho más que "amigoooo", ni tampoco tiene por qué saber más; sin embargo, las páginas web de demócratas y republicanos están llenas de literatura en español. El español es un recurso electoral nada despreciable. En concretos Estados, puede servir para ganar las elecciones. La mayoría de los censados como hispanos -un 13,3% de la población de EE UU- puede hablar español. En algunas ciudades importantes, la proporción de hispanos es notable: 27% en Nueva York, 26% en Chicago, 46% en Los Ángeles ¡y un sorprendente 66% en Miami!

La Oficina del Censo de EE UU prevé que para el año 2050 los hispanos supondrán un 24,3% de la población total, y en el año 2100 la proporción ascenderá al 35%. Todo indica que en dos generaciones México y EE UU serán los grandes países hispanohablantes, a mucha distancia de los demás. No es de extrañar que Samuel Huntington haya dedicado buen número de páginas al idioma español (y en concreto, al caso de Miami) en su último libro sobre los desafíos a la identidad norteamericana. Y no es de extrañar que algunos piensen que EE UU lleva el hipotético camino de convertirse en una sociedad bilingüe. Pero, ¿es realmente posible que algo así suceda?

Les adelanto mi conclusión: ni creo, ni espero, que EE UU se convierta en una sociedad bilingüe. La gran mayoría de norteamericanos no entiende la bondad de esa conversión, pero prácticamente todos los ciudadanos que hablan español entienden las bondades de aprender inglés y un porcentaje altísimo es fundamentalmente anglohablante pasada la primera generación. Sin duda, la lengua española ha consolidado en EE UU una posición que no disfruta ninguna otra lengua, exceptuada, claro está, la inglesa. El español no es en EE UU una lengua extranjera. No se extrañen si de paseo por Nueva York encuentran rótulos en los comercios con la indicación "English Spoken" o si en algunas ciudades visitan bibliotecas cuyos fondos hispánicos superan con mucho los propios de las bibliotecas hispanoamericanas o españolas. Sin embargo, creo que es erróneo deducir de los indicadores positivos para nuestro idioma la conclusión de que EE UU, o una sensible parte de ellos, va a aprender español hasta dominarlo, aunque esta idea late en algunos ambientes e incluso se ingenian estrategias para fomentar el tránsito al bilingüismo entendido, en el fondo, como la rebaja de la lengua inglesa en su representación pública.

Una gran parte de norteamericanos considera que el sacrificio que hicieron sus abuelos para integrarse en unos valores comunes ha merecido la pena y ha sido una buena receta para moderar las ideas racistas, xenófobas y todas aquellas donde el chovinismo regionalista, el nacionalismo o la nostalgia de la tribu priman sobre la comunidad. Por supuesto, el inglés ha formado parte importante de esa herencia, pues no hay que olvidar que en EE UU se hablan más de trescientas lenguas distintas, dado el aluvión emigratorio sobre el que se ha fundado el país. Pero como dicho aluvión ha considerado positivo integrarse en la corriente común, ninguna lengua ha amenazado la hegemonía del inglés, de ahí que en este terreno se haya definido al sistema integrador norteamericano como un "cementerio de lenguas". Sólo el español puede contestar la hegemonía del inglés; sin embargo, salvo en algunos círculos concretos de opinión, la mayoría de norteamericanos anglohablantes no ve en la lengua española una amenaza para su identidad, y nos interesa que no la vean como tal, sino que la consideren más bien como una oportunidad por si un día deciden aprender otro idioma aparte del inglés.

A mi juicio, ésa es la estrategia de futuro para el español estadounidense: no la de crecer sólo en número, sino la de crecer sobre todo en calidad, prestigio e interés entre la comunidad anglohablante. Tal paso no podrá darse si el futuro del español en EE UU se plantea en forma de ofensiva lingüística frente a la hegemonía del inglés, y no creo que se derive ninguna ventaja para la sociedad norteamericana, ni para la representación de la lengua española en ella, de la creación de un "frente hispanohablante" basado en la idea de que el inglés es prescindible.

Es posible que el "american dream" esté en entredicho en algunos de sus aspectos..., pero todavía se pronuncia "american dream" mejor que "sueño americano"; es decir, la esperanza de integrarse y prosperar en una sociedad una de cuyas condiciones de integración es la de ofrecer una amplísima comunidad lingüística que facilita la movilidad social, laboral y geográfica; una comunidad basada en una lengua, la inglesa, que es la que garantiza esa libertad de tránsito, relación y nivelación sociales, imposible de realizar si la comunidad se fragmentara en líneas étnicas o lingüísticas divergentes. Sin duda, esta fragmentación sobrepasaría el pretendido bilingüismo inglés-español hasta instalarse en un multilingüismo que, hipotéticamente, podría dibujar un mapa lingüístico de EE UU repartido en cientos de lenguas. El desafío que podría plantear el español a la identidad norteamericana no emana del idioma en sí, sino del hecho de que una vez puesto en duda el valor de la comunidad lingüística de base inglesa como importante niveladora social, otras muchas identidades, aparte de la hispánica, podrían reclamar su condición de insolubles en la corriente común norteamericana. Ésta perdería, por tanto, su razón de ser.

Sin embargo, la tarea de dar lustre al español, hacerlo trasmisor de mensajes y contenidos culturales e ideológicos interesantes, dignificar su imagen, presentarlo como la lengua culta que realmente es y colocarlo en una posición privilegiada como segunda lengua en el interés de los norteamericanos, no amenaza a nadie. Es más, el español está en posición óptima para esta tarea tanto por la calidad profesional y el interés de quienes lo enseñan como por las numerosas instituciones culturales en EE UU que se dedican desde hace muchos años al cultivo de la lengua española y la cultura producida en ella. Y, ¿para qué negarlo?, es una tarea en la que, hasta hace poco tiempo, ningún país hispanohablante se ha empeñado con la inteligencia o con la orientación que serían deseables, pues el mundo hispanohablante ha tenido comúnmente la extraña costumbre de mostrar en el escaparate sus productos menos atractivos y ocultar los de más valor. Ahora bien, se trata de una tarea a largo plazo y de esfuerzo continuado que, para dar frutos, necesita despojarse de ese espejismo que ve a los Estados Unidos llenos de hablantes de español desdeñosos del inglés. Para la sociedad internacional, para los propios EE UU y para los hispanohablantes que piensan vivir en dicho país, es lo mejor que los Estados Unidos sigan manteniendo una sólida comunidad lingüística basada en el inglés. Y que los anglohablantes se acuerden en primer lugar del español si alguna vez consideran que el mundo se ha vuelto demasiado complicado como para captarlo con una sola lengua. Ésa debería ser la estrategia: captar adhesiones con la calidad y no amenazar con el número.

Juan R. Lodares es profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de Gente de Cervantes. Historia humana del idioma español (Taurus).

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