_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El disidente

José Luis Ferris

Hoy jueves comienzan en Pau (Francia) unas jornadas sobre Juan Gil-Albert. Se celebra el centenario del escritor alcoyano y, pese al humo levantado y los esfuerzos en pro de su memoria, no es todavía un escritor de culto ni un poeta que inspire mayor veneración. Muchos ignoran que nos hallamos ante un vitalista cuya lección invita a vencer el pesimismo y a vivir contra corriente, contra lo multitudinario, contra todo cuanto constriñe la libertad del hombre.

Puede que estemos ante el escritor sin género, ante el poeta desubicado de toda generación, ante el hombre desplazado también por su falso narcisismo, por su hedonismo y su impudor, por "su modo de ser", pero su discurso se asienta en algo tan imperecedero como los posos de la sensibilidad y de la conciencia, en las grandes experiencias colectivas y en las minucias de la vida cotidiana. Que a nadie extrañe que el reconocimiento le llegara en la vejez. En 1972, Jaime Gil de Biedma conoce su obra y descubre a un autor personalísimo. Él influye decisivamente para que editoriales como Seix Barral, Tusquets y la Gaya Ciencia publiquen el resto de sus libros. Así se dio a conocer en 1974 Crónica general, Los días están contados, Valentín y La Meta-Física. También en Valencia se publica ese año una reedición de Contra el cine y Mesa revuelta. Después vendría una veintena de libros nuevos. En 1982 recibió el Premio de las Letras Valencianas y fue declarado hijo adoptivo de Valencia.

La obra más genuina de Juan Gil-Albert es, como decía Gil de Biedma, una "meditación autobiográfica". Exponer aquel vitalismo humanista en la España de entonces (aquellos años 50) era como predicar en el desierto. Se llevaba la angustia y lo social, la literatura marxista y el existencialismo. Su gran lección no fue escuchada hasta unas décadas más tarde, cuando las nuevas generaciones descubrieron en sus libros un mensaje precursor. Pese ello, pese a la ecuación de sabio que nos dejó resuelta, él sabía que quien no es como los otros corre el riesgo de ser tomado por disidente. También sabía que la tragedia, la gran tragedia del mundo, es ser distinto.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_