La última presa de Abu Ghraib
Huda al Azaui, detenida en la cárcel iraquí, relata los abusos que sufrió
Ello no le impide condenar "los actos criminales" de grupos como Tauid al Yihad (Monoteísmo y Guerra Santa), del jordano Abu Musab al Zarqaui. Cuando exhibe a sus rehenes vestidos de naranja, como los presos de Guantánamo, o cuando decapita al estadounidense Nick Berg después de que estallara el escándalo por las torturas en Irak, Tauid al Yihad se presenta como la organización que venga a los presos iraquíes. El grupo volvió recientemente a secuestrar y decapitar a dos ingenieros estadounidenses y al británico Keneth Bigley después de exigir la liberación de todas las mujeres presas en Irak. Huda al Azaui puede confirmar los malos tratos en la cárcel de Abu Ghraib, pero también sabe muy bien que allí ya no hay mujeres. La última que salió fue ella, el 19 de julio.
Su fortuna -dicen que es la iraquí más rica después de Sajida, la primera esposa de Sadam Husein- y su estatus de empresaria de 49 años, recientemente divorciada, pueden explicar esa libertad a la hora de hablar. Hoy está otra vez a la cabeza de Ish-tar, su empresa de importación de Mercedes. Ropa apretada, uñas pintadas de oro que hacen juego con las joyas que lleva en el cuello y las muñecas, maquillaje audaz y cabello rubio. Una sola mirada basta para entender que Al Azaui no es una "iraquí cualquiera". Relata sin recelos su historia en Abu Ghraib. Es una de las pocas mujeres del país que se atreven a dar testimonio.
Sus problemas empezaron en otoño de 2003. La práctica de las denuncias, corriente en tiempos de Sadam Husein, volvió a ser un deporte nacional. Huda y su rica familia eran blancos ideales. Recibieron cartas anónimas que les amenazaban con denunciarles a los estadounidenses si no pagaban. Al hermano mayor, Alí, le dieron una paliza. A Nahla, la menor, la secuestraron y para liberarla tuvieron que pagar un rescate de 10.000 dólares (algo más de 8.100 euros), pese a que Huda no quería ceder al chantaje.
Como empresaria, decidió arreglar el problema por sí sola. El 22 de diciembre pasado fue al cuartel militar de EE UU en el palacio de Adhamiya para protestar. "Un oficial me escuchó de forma educada durante 10 minutos. Luego nos interrumpió otro militar que vino a entregar un papel. El oficial lo leyó. Un segundo después ya no era señora, sino una terrorista". Tres marines le ataron las manos a la espalda y la encapucharon.
Pasaron varios meses antes de que Huda se percatara de que estaba acusada de financiar a la guerrilla. En diciembre, después de su detención, siguieron las de sus tres hermanos, Alí, Ayad y Mutaz, y la de su hermana, Nahla. Al principio, cada uno ignoraba la presencia de los otros en el centro de detención de Adhamiya. En la habitación en la que se encontraba, con los ojos vendados y las manos atadas, Huda comprendió, por el ruido de unos sollozos reconocibles, que su hermana Nahla estaba a su lado.
Después vino una semana muy dura: patadas o culatazos en el pecho y el vientre, insultos, estancias de varias horas de pie o en cuclillas, privación de alimentos y sueño, música "espantosa" difundida de forma repetitiva. Empujada por un guardia, a Huda se le disloca el hombro. "Paradójicamente, fue lo mejor que me pudo pasar. (...) El médico estaba furioso contra el guardia y exigió que se me ataran las manos delante y no detrás de la espalda, en una postura menos dolorosa".
Lo peor aún estaba por llegar. "Una noche oí un gran ruido y gritos de mi hermana. Le habían tirado encima el cuerpo de un hombre desnudo. Estaba aterrorizada. Se dio cuenta de que el cuerpo estaba inerte. Con las manos esposadas delante, pude levantar parte de la venda que me tapaba los ojos".
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