Un 9 d'Octubre desleído
Devuelta que ha sido la Senyera al Ayuntamiento de Valencia y marchitas las hojas de laurel de las coronas que se depositaron a los pies de la estatua de Jaime I, ¿qué queda de este 9 d'Octubre? Nada. O, si se prefiere, más de lo mismo. Más crisis del PP, más inanidad presidencial y más escepticismo respecto de una oposición a la que se espera, pero que nunca acaba de llegar. Tres constantes en la política valenciana desde que el zaplanismo iniciara el acoso y derribo de Francisco Camps a partir del momento en que éste puso los pies en el Palau de la Generalitat. Acoso que, por mucho que algunas ánimas cándidas fíen que concluirá en el próximo congreso regional del PP, se prolongará hasta las elecciones de 2007. A Camps no le bastará para liquidar la crisis el más que probable apoyo del 90% de los votos en el congreso porque la llave -la clau que obri tots els panys, que diría Vicent Andrés Estellés- la tienen los diputados zaplanistas del grupo parlamentario en las Cortes Valencianas, quienes más pronto que tarde volverán a protagonizar otra asonada idéntica a la que le organizaron al consejero Gerardo Camps cuando éste presentó el plan de inversiones.
Es insólito que Camps mantenga una estrategia política que puede serle suicida
En este contexto es insólito que el presidente mantenga como única estrategia política un dontancredismo que puede serle suicida, máxime cuando se observan indicios de una cierta incomodidad en ese quietismo. Una dualidad que se puede constatar a través de una lectura atenta de sus respuestas en la entrevista que publicó este periódico el pasado sábado.
De un lado, Camps mantiene el eje central del discurso político de sus primeros tiempos al frente de la Generalitat: "El valencianismo es una forma de entender la vida que impregna las decisiones que tomo"; pero cuando se le pide que traduzca en hechos esa declaración de principios se comprueba que todo es retórica, una fachada detrás de la cual no hay nada. Él mismo se desnuda cuando afirma: "No quiero forzar decisiones en cuestiones importantes porque no lo son todo". Es cierto que se refiere a la reforma del Estatuto de Autonomía; pero, dado el tiempo transcurrido desde que llegó al poder, es la concreción de un estilo de gobierno que, a fuerza de prudencia, es incapaz de mostrar iniciativa política.
Cualquiera que se haya detenido mínimamente en seguir el ideario político de Camps sabe que es partidario de una reforma estatutaria que incluya la capacidad de disolución de las Cortes (una competencia, por cierto, que si dispusiera de ella podría aprovechar para librarse del fardo de algunos diputados del PP convocando elecciones anticipadas); sin embargo, es incapaz de apostar por esta vía. Esta contradicción consigo mismo es aún más evidente cuando se compara con la gallarda postura que mantiene respecto del Gobierno de Rodríguez Zapatero, al que exige de forma constante que explique "exactamente" cuál es el modelo de Estado que defiende, y su renuncia a explicitar "exactamente" qué reforma del Estatuto quiere él.
Ese inmovilismo político, que tan mal casa con sus ambiciones íntimas, le ha costado algún que otro desaire por parte de sus propios correligionarios. El último, por el momento, su posición ante las eurorregiones. Durante meses, Camps ha sostenido que el proyecto de Pasqual Maragall era "inconstitucional", hasta que Josep Piqué, en el XV Congreso del PP, validó la conveniencia de este tipo de iniciativas. Puesto en evidencia, el presidente opta por un proyecto diferenciado del catalán: la centralidad valenciana en el Arco Mediterráneo.
Una propuesta política ambiciosa e interesante como se encargaron de poner de relieve el catedrático Joan Romero y el sociólogo José Miguel Iribas en el especial 9 d'Octubre que publicó EL PAÍS, pero absolutamente vacía de contenido. En las páginas de ese mismo especial, el vicepresidente del Consell, Víctor Campos, y el presidente catalán protagonizan un debate virtual sobre las relaciones entre Valencia y Barcelona. Basta leer las opiniones de uno y otro para constatar cómo Campos actúa siempre a la defensiva respecto del proyecto de Maragall, mientras que éste no deja de lanzar propuestas y formular preguntas sobre el papel que debe jugar la Comunidad Valenciana en la eurorregión que defiende.
La centralidad valenciana, como la reforma del Estatuto, que propone el presidente de la Generalitat es gaseosa, no se materializa en nada. Salvo en su rechazo a la propuesta catalana. Pero desde ese punto de vista es inviable, sin Cataluña no tiene sentido; mientras que la eurorregión de Maragall puede ir adelante -desnaturalizada, eso sí- sin los valencianos.
De nada de todo esto habló el presidente en profundidad en el 9 d'Octubre más desleído de los últimos años, en el que un puñado de vocingleros de extrema derecha merecieron honores de portada en un periódico democrático e independiente. La anécdota convertida en categoría. Qué cosas.
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