Miles de notas
Los Siglos de Oro es un ciclo que si no existiera habría que inventar. Nueve temporadas lleva ya buscando en archivos y bibliotecas para darnos mucha música española desconocida hasta ahora. Le ha tocado el turno esta vez a unos cuantos compositores románticos -con la feliz inclusión de un par de sonatas de Domenico Scarlatti en arreglo de Enrique Granados- que trabajaron en el tiempo de Isabel II, incluso directamente para una soberana a la que, quién lo diría, además de otras cosas le gustaba tocar el piano.
La calidad de sus obras, tomadas aisladamente, no es muy elevada pero, en el contexto en el que surgen -la exaltación del virtuosismo exasperado y la múltiple funcionalidad de la música de salón-, se sitúan a la misma altura de muchas de sus coetáneas escritas por Europa adelante con la misma finalidad de animar conversaciones o de arrebatar audiencias. En las destinadas al salón -las de Colomer y Tintorer-, la banalidad les llega de su propia inspiración, de lo blando de su propuesta. En las escritas para uso de los grandes pianistas de la época se advierte ese exceso de notas que parece demasiado esfuerzo para lo que queda en el alma -muy poquito- después de los aplausos. Así en la obra de Zabalza o en las paráfrasis sobre óperas -Macbeth de Verdi y Fausto de Gounod- de Sánchez Allu y Juan Bautista Pujol. Habrá quien diga que eso es lo que hizo Liszt más de una vez. Hombre, pues sí, pero con más glamour. También hubo en lo escuchado el sábado muestras inefables de una tercera variante, la nacionalista, en los Caprichos para piano a cuatro manos de Pedro Albéniz, cuya reminiscencia popular -con el tiempo convertida en tópico más amable que acartonado- mueve en más de una ocasión a la sonrisa. Pero todo tuvo el interés de la recuperación, de lo que para ser juzgado ha de ser oído.
Los Siglos de Oro
Edoardo Torbianelli y Tsunako Saito, piano. Obras de Scarlatti, Guelbenzu, Zabalza, Sánchez Allu, Pedro Albéniz, Herz, Colomer, Tintorer, Pujol y Ocón. Escuela Superior de Canto. Madrid, 9 de octubre.
Seriedad
El planteamiento del recital fue de una seriedad fuera de duda, en buena medida porque el italiano Edoardo Torbianelli -al que se unió en los citados Caprichos la japonesa Tsunako Saito- es un pianista de muchos quilates, desde luego de esos que parecen tener más de cinco dedos en cada mano pero, además, de una musicalidad sin tacha. Para añadir autenticidad a la sesión se utilizó un piano Steinway construido en 1875 y perteneciente a la colección de la Fundación Hazen Hosseschrueders. No sé cuantas veces en su vida tocará Torbianelli estas piezas, seguramente las mismas que el público las escuchará, es decir, poquísimas. Pues bien, a pesar de eso las tocó de memoria, lo que demuestra, además de una cabeza privilegiada, un amor por lo hispano como para darle una medalla.
Babelia
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