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Columna
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Los chinos

Las protestas en Elche contra los chinos hacen pensar en el último grito del progreso: ahora no somos amenazados tan sólo por los más ricos y avanzados tecnológicamente, sino también por los más pobres y atrasados. La miseria siempre constituyó algo más que una carencia, pero es ahora cuando enseña su potencia y la fuerza que proviene de las desigualdades, sea bajo la forma de hecatombes naturales o bajo las grandes acometidas de la Revolución.

Pero ahora la Revolución no existe y en su lugar sólo queda la protesta fugaz. También se ha perdido la estrategia para construir un porvenir humano, y en su lugar sólo actúa el mercado para hacer o para deshacer. En el mercado, sin embargo, nunca pareció contar de tal forma la pobreza exterior. Las gentes sin recursos o con exiguos recursos de zonas distantes se convertían en detritus y, simbólicamente, perdían entidad mercantil. Actualmente, por el contrario, en el imperio de la globalización, donde nada puede eximirse, los trabajadores de las naciones más desfavorecidas operan como obligadas carcomas sobre el estatus de los obreros de las naciones ricas. Se trata de una revancha internacionalista y fratricida impensable para el marxismo, cuando la explotación de las colonias y los territorios esquilmados con la mediación oficial presentaba un neto provecho unidireccional. El país opulento sorbía la sustancia del país macilento y lo llevaba hasta el punto de su parálisis o de su extenuación. El sorprendente cambio de tendencia que aparece hoy con la deslocalización, por un lado, y los acampamientos vecinales chinos, por otro, acaba con el seguro de prosperidad que parecía gozarse en los territorios más desarrollados. La globalización ha introducido tanto al desarrollo como al subdesarrollo en la misma olla y, como consecuencia, han estallado estos raros efectos de la comida-fusión. No sólo el mundo desarrollado puede cambiar la vida de los desdichados habitantes del subdesarrollo, el mundo subdesarrollado es capaz de empeorar la vida de los desconcertados ciudadanos desarrollados. La reacción de mis paisanos desorientados, perjudicados, amenazados, descubre un rostro más del miedo en Occidente, incluido en el muestrario del terrorismo general.

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