Tabla rasa
De una cosa no se le podrá acusar a Mercedes Gallizo, directora general de Instituciones Penitenciarias: de indecisión a la hora de tomar medidas expeditivas. Destituyó fulminantemente el pasado agosto al director de Alcalá-Meco por presunto trato de favor a Mario Conde y ahora acaba de despedir a 21 de los 66 responsables de centros penitenciarios y trasladar a otros diez en un gesto cuya magnitud no tiene precedentes. Los destituidos han sido reemplazados por gente de su confianza con el fin de emprender una nueva filosofía de rehabilitación de los presos, que rebasan ya la cifra de 59.000. Es una decisión atrevida por el malestar que ha podido causar en los afectados e incluso susceptible de suscitar críticas de sectarismo y precipitación. Gallizo sostiene que es fruto de un laborioso examen tras haber visitado más de la mitad de las cárceles desde que llegó al cargo hace cinco meses y conocer el problema cuando estaba en la oposición.
La directora general, con un espíritu tal vez demasiado idealista que no siempre casa con la prudencia política, se lo quiere jugar todo a una carta al aplicar una filosofía destinada a humanizar las prisiones y convertirlas sobre todo en lugares de rehabilitación frente al rigorismo actual, consecuencia del endurecimiento de las leyes penales promovidas por el Gobierno del PP y la aplicación de la prisión preventiva a delincuentes menores que han provocado en tres años un aumento del 31,5% de la población carcelaria.
Es cierto que en ese aumento ha influido la llegada de inmigrantes y la delincuencia organizada extranjera. Hay hacinamiento, tensiones, edificios vetustos, y sobre todo necesidad de crear nuevos centros. El Gobierno se ha comprometido a construir siete más en los próximos cuatro años. El número de presos supera al menos en un tercio el de celdas disponibles, lo que hace impensable cumplir con el principio "un preso, una celda". Con esa radiografía en la mano es coherente que se pretendan medidas como la del bienestar del interno o la flexibilización del tercer grado. Si Gallizo cree que para ello necesita antes que nada una revolución de mandos debe saber que será mayor la exigencia de resultados. Si fracasa, le llegará antes la hoguera política.
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