Janet Leigh, el dulce busto de acero
Para la generación de los años cincuenta, Janet Leigh fue la damita joven que se hubiese soñado como novia. No tenía el glamour de las grandes estrellas, aunque sus hermosos pechos bien podrían haberla convertido en otro de los sex symbols que entonces imperaban en los patrones eróticos de Hollywood.
Se la llegó a calificar como busto de acero, pero los estudios optaron por potenciar su aire inocente y frágil de virgencita ideal, capaz de turbar a los adolescentes y de gustar al tiempo a las mamás.
Su boda con Tony Curtis fue considerada modélica por las revistas del corazón, que la mostraban como ejemplo del american way of life, imagen modosa que coincidía con la de sus personajes en Mujercitas, El príncipe Valiente o Scaramouche, películas que le dieron gran popularidad, aunque sin permitirle demostrar todas sus cualidades de actriz.
Sin embargo, lo era. Dúctil y entregada con inteligencia a sus personajes, tan pronto intervenía en un western (Colorado Jim, junto a James Stewart) como en un musical (Mi hermana Elena), en el cine épico (Los vikingos, junto a Kirk Douglas) o divirtiendo en la comedia (Vacaciones sin novia, con su marido, Curtis). En todas ellas, Janet Leigh fue demostrando su buen hacer. Sin embargo, le aburría del encasillamiento.
Tenía otras inquietudes, y de ahí que se confiara ciegamente a Orson Welles, que le ofreció uno de los mejores personajes de su carrera en Sed de mal, en la que compuso la atemorizada esposa americana de un detective mexicano (Charlton Heston), recluida en un motel donde sufría los acosos y vejaciones de unos delincuentes.
Fue, sin embargo, Alfred Hitchcok quien la consagró en Psicosis, cuya famosa secuencia de la ducha en la que era apuñalada salvajemente por un esquizofrénico Anthony Perkins la convirtió en un inolvidable icono del cine.
Sus demás personajes, algunos de mayor mérito, quedaron oscurecidos por esa magistral secuencia, aunque Janet Leigh demostrara que era una actriz de gran versatilidad en sus siguientes películas: El mensajero del miedo, con Laurence Harvey y Frank Sinatra, de la que ahora se ha filmado una nueva versión; Tres en un sofá, con Jerry Lewis; Harper, investigador privado, con Paul Newman, o Un beso para Birdie, junto a Dick van Dyke, entre otras.
La prensa se hizo eco de sus desavenencias conyugales con Tony Curtis y de la posterior separación de la pareja en 1962. Habían intervenido juntos en Coraza negra, Los vikingos, El gran Houdini..., fomentando con ello la imagen de matrimonio ejemplar.
El divorcio fue recibido con desencanto por cuantos habían visto en Janet Leigh un modelo de chica americana, y cuentan algunos biógrafos que ello contribuyó a que la actriz fuera apartándose paulatinamente del cine.
Otros lo adjudicaron a su prematuro envejecimiento. A los 35 años, Janet Leigh no despertaba ya el interés de los estudios. Probó entonces fortuna en algunas modestas producciones italianas de terror que pretendían exprimir la leyenda de la actriz de Psicosis, pero la experiencia le resultó tan decepcionante que decidió retirarse discretamente a los 40 años, sin esperar nuevas posibilidades.
Aplicó sus ilusiones a la carrera cinematográfica de su hija, Jamie Lee Curtis, con lo que recuperó la anterior imagen de madre ejemplar. Su recuerdo fue desvaneciéndose, salvo por la imagen que Hitchcock hiciera inmortal. Una paradoja, puesto que en ella, Janet Leigh no necesitó hacer gala de su notable talento, más evidente en películas de menor fama.
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