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Columna
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Absurdo

A cuanto carece de lógica, racionalidad o sentido común se suele calificar de absurdo. Durante mucho tiempo estaba como prohibido interpretar públicamente en Israel la música de El holandés Errante, El Ocaso de los Dioses o Lohengrin, porque al racista Adolfo Hitler se le ocurrió un día indicarles a sus correligionarios que le gustaba la música de Richard Wagner. Para cualquier demócrata antirracista que en el mundo entero se deleita con los temas melódicos y armoniosos con que el compositor de Leipzig adornó las viejas sagas germánicas, la anécdota, si de anécdota puede calificarse lo que sucedía en Israel con la música de Wagner, resultaba absurda además de irrisoria. Pero la absurdidez ni la encontramos únicamente en ese episodio, conocido con toda seguridad por muchos lectores, ni la tiene de ninguna manera en exclusiva el Estado de Israel. Aunque hay absurdideces grandes, medianas y más chicas.

Cuando poco antes de la invasión de Irak desfilaron silenciosos por las calles de Castellón miles de ciudadanos que se manifestaban contra una guerra inmediata, algunos de ellos comentaban con tristeza que la invasión podría durar poco, pero el horror tendría después una sombra alargada. Quizá ese mismo comentario fuera idéntico en decenas de manifestaciones que con la misma finalidad tenían lugar a lo largo y ancho de la vieja Al-Andalus, desde Tarifa a Girona y desde Finisterre al cabo de Gata. Era la sensatez y la racionalidad frente a las intenciones belicosas de quienes se fotografiaban en las Azores. De poco sirvió aquella cívica sensatez o racionalidad de los manifestantes, muchos de ellos nada sospechosos de izquierdismo: triunfó un absurdo de dimensiones descomunales, y ahí tienen ustedes a diario los sangrantes titulares de cualquier medio de comunicación. Pero el mundo está mucho mejor que antes de la invasión, repite una y mil veces el candidato Bush, mientras el profesor supernumerario de historia Aznar nos explica no se sabe bien qué relaciones entre la brutalidad sanguinaria también del terrorismo fundamentalista y la batalla de Covadonga. Y al horror que a todos nos afecta desde Valencia al Nepal se une la insensatez de confundir el trasero con las cuatro témporas.

¡Qué absurdo! Un absurdo tan incomprensible como el de esos sindicatos británicos apoyando la presencia de las leales tropas de su graciosa majestad a orillas del Tigris y el Eúfrates, y apoyando esa presencia en un congreso de los laboristas británicos, en un congreso del partido de Blair, otro que tenía también su hueco en la foto de las Azores. A lo mejor, dicho apoyo es una muestra de agria solidaridad del internacionalismo proletario con tanta víctima innecesaria de las bombas que lanzan los aviones invasores, o de los coches bomba que arremeten contra los niños como muestra de la ilógica violencia de fanáticos invadidos. Otro absurdo de grandes dimensiones.

De mediana dimensión aunque muy desagradable es la absurdidez de quienes siguen convencidos o empecinados en que todo lo hicieron correctamente con respecto al tema que nos ocupa, mientras el PP tuvo las riendas del poder. Apenas la voz sensata del alcalde de Madrid -que miren ustedes por donde milita en el PP-, hace una moderada llamada de atención para que reflexionen en las filas conservadoras sobre todo aquello que se hizo mal, por qué no se atendió al cívico murmullo que llegaba desde tanta manifestación pacífica por nuestras calles. Comparado con lo anterior, lo de Wagner es un absurdo de escasa dimensión.

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