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Tribuna
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Estamos en guerra

Estamos en guerra.

Esta es la única explicación que se me ocurre para justificarme lo ocurrido el pasado día 30 de septiembre en el avión de British Airways que cubría el trayecto Berlín-Londres y del cual yo era uno de los pasajeros. El avión BA-983, un Airbus 319, despegó del aeropuerto Tegel de Berlín con puntualidad británica a las 12.30 horas. Cuando llevábamos aproximadamente una hora de vuelo el piloto reclama "inmediatamente" la presencia de sus azafatas en cabina, las cuales abandonan el servicio de catering y se aprestan a cumplir las órdenes. Confieso que aunque se produjo una cierta inquietud en el pasaje no me sentí especialmente intranquilo (una gran parte de mi vida transcurre en los aviones y ya he superado mis fobias y mis angustias aéreas hasta el extremo de encontrar verdadero placer en el hecho de tomar un avión). Ni por asomo podía imaginarme lo que nos sucedería posteriormente.

Minutos después, el piloto toma la palabra para comunicarnos que vamos a realizar un aterrizaje de emergencia en Amsterdam y que una vez en tierra se nos dará una explicación de lo que sucede. Quizás una avería técnica, pensé. Pero no. A partir de ese momento y calculo que durante los siguientes 20 o 25 minutos por mi lado izquierdo (siempre viajo en ventanilla) pude observar como un caza se nos acercaba considerablemente y empezaba a escoltarnos. Estábamos siendo protegidos por varios cazas de guerra durante nuestro descenso al aeropuerto. "Bienvenido al club del terror" comentó un canadiense, con el cual una vez en tierra compartiríamos un poquito de coñac, haciendo gala de un humor negro digno de la mejor tradición española. En ese momento ya todos sabíamos que no se trataba de una avería sino de algo quizá peor. Una bomba, un ataque con misiles, un terrorista escondido entre los pasajeros. El miedo invadió el avión a pesar de que no se produjeron escenas de pánico, sólo caras que se debatían entre el estupor, la angustia, la indignación y la tristeza.

Cuando por fin aterrizamos el piloto nos conminó a abandonar de inmediato el avión. Los minutos antes de desembarcar fueron eternos. Una vez en el autobús permanecimos 45 minutos rodeados de policía, militares, bomberos, ambulancias. De allí fuimos conducidos a una sala aislada. El piloto nos explica que ante una amenaza terrorista ha decidido aterrizar en el aeropuerto más cercano. No tiene nada más que decir. Durante las siguientes horas somos interrogados por la policía holandesa. Y asimismo se pone a nuestra disposición el servicio de psicólogos de la British Airways Health Services.

¿Por qué hemos llegado a esta situación? ¿Por qué un ciudadano que no está en primera línea de fuego en una guerra se ve implicado en un incidente aéreo con amenaza de bomba? No me cabe la menor duda de que estamos pagando las consecuencias de una política internacional que conduce a este principio de siglo al caos y al terror. El mundo se ha vuelto mucho más inseguro desde que la primera potencia mundial ha iniciado su particular lucha contra "las fuerzas del mal". Y es más inseguro porque la respuesta no se circunscribe al territorio de los países ocupado,s sino que desde el 11-S y el 11-M todos hemos comprendido que podemos ser un objetivo vulnerable, incluso demasiado fácil. Uno no puede estar tranquilo ni cuando viaja, ni en su lugar de trabajo, ni en su propia casa. Estamos ante una nueva forma de guerra en que lo importante no son las batallas cuerpo a cuerpo sino la violencia contra los civiles que ven así aniquilados sus derechos humanos más esenciales. Las consecuencias son el miedo y el odio entre los diferentes grupos sociales, religiosos y étnicos.

A su vez como si de una estrategia maquiavélica se tratara aumentan las medidas de seguridad, que normalmente no sirven para nada, pero colocan al individuo en un estado de alerta, falta de libertad personal y conmoción. Uno va a los aeropuertos, y a las estaciones intentando pasar desapercibido, sin llamar la atención, intentando recordar todo lo que ha puesto en la maleta. Se produce un efecto de anulación personal, de autocensura, de alteración de los principios de tolerancia y no discriminación.

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En este comienzo de siglo el espíritu del hombre no ha realizado ningún progreso hacia la claridad. Nos rodean la debilidad, el terror y la morbosidad. "¿De dónde surgirán los tesoros de bondad e inteligencia que podrían salvarnos algún día?".

Calixto Bieito es director artístico del teatro Romea.

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