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Reportaje:

La gran revolución turca

Juan Carlos Sanz

Sin pañuelo en la cabeza, una ministra islamista y una alcaldesa kurda caminaban hace un par de semanas por un sendero de la Universidad del Bósforo, en el campus de las afueras de Estambul donde se forman las élites turcas entre césped recién cortado. Acudían a participar en uno de los debates sobre la incorporación a la Unión Europea que últimamente proliferan en Turquía. Hace diez, incluso cinco años, ambas podrían haber sido encarceladas por defender sus ideas en un país donde se han sucedido los golpes militares y el laicismo político y el centralismo territorial son dogmas de fe. Pero en su larga marcha hacia Europa, las reformas legales no han cesado de mudar la piel autoritaria del Estado fundado hace 80 años por Mustafá Kemal, Atatürk, entre las cenizas del Imperio Otomano. En apenas tres años, Turquía ha abolido la pena de muerte. La Constitución ha roto con el mito de que los turcos son un pueblo con una sola lengua y ha autorizado la enseñanza del kurdo y su uso en los medios de comunicación. El exorbitante poder del Ejército -guardián último del kemalismo, la ideología nacional-autoritaria que aún impregna la vida cotidiana de la Turquía moderna- ha sido drásticamente recortado... El miércoles, Ankara va a superar con previsible éxito su primer examen de ingreso en la UE. La Comisión tiene previsto hacer público el día 6 en Bruselas un informe que será clave para evaluar los progresos políticos, sociales y económicos de Turquía después de la revisión de 40 artículos de su Constitución y de haber puesto patas arriba su legislación interna.

El viaje de Turquía hacia Europa no será fácil para un país musulmán, aunque laico, y donde los militares intentan marcar el paso a unos gobernantes con raíces en el islamismo

Las autoridades de Bruselas deberán formular también una recomendación para que los jefes de Estado y de Gobierno de Los 25 puedan fijar una fecha para el inicio de las negociaciones de adhesión en su próxima cumbre, el 17 de diciembre. A pesar de las críticas surgidas en varios países europeos contra el acercamiento a Turquía, nadie duda de que, a partir de ese momento, los turcos deberán recorrer un penoso vía crucis de reformas políticas y ajustes económicos durante no menos de una década antes de llegar a ser ciudadanos de pleno derecho de la Unión.

Ankara recibió esta promesa hace dos años: "Si Turquía cumple los criterios políticos de Copenhague [es homologable a cualquier Estado miembro], la UE abrirá sin dilación las negociaciones de adhesión". Turquía parece haber cumplido a grandes rasgos su parte del trato. Pero aún tiene asignaturas pendientes. Bruselas planteará a su vez duras cláusulas de salvaguarda tras cumplir su palabra con Ankara.

"Soy la única alcaldesa en una zona donde la política sigue siendo muy dura". A punto de cumplir los 40 años, Songül Erol Abdil está al frente del Ayuntamiento de Tunceli, en el sureste de Anatolia, desde el pasado mes de marzo. Es una de las mujeres que más lejos ha llegado en política dentro de la comunidad kurda, que agrupa a unos 15 millones de los más de 70 millones de habitantes de Turquía. El Kurdistán turco ha sido escenario de una guerra civil no declarada entre la guerrilla independentista y el Ejército (650.000 militares, el segundo más numeroso de la OTAN) desde 1984 hasta 1999 y que se ha cobrado más de 35.000 muertos.

Rocambolesca operación

Pero tras la detención del líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdulá Ocalan, en una rocambolesca operación de los servicios secretos turcos en Nairobi, la guerrilla quedó descabezada. Juzgado y condenado a muerte en Turquía, la reforma constitucional que abolió la pena capital salvó de la horca a Ocalan, que permanece encarcelado a perpetuidad en una isla del mar de Mármara.

El Kurdistán también ha cambiado; el estado de excepción decretado en las provincias del sureste y controlado con mano de hierro por autoridades militares estuvo vigente hasta finales de 2002, a la llegada de los islamistas al poder en Ankara. Aldeas enteras quedaron arrasadas por una política de tierra quemada de las unidades militares para impedir que la guerrilla del PKK contara con apoyos sobre el terreno.

Songül fue elegida en la lista de un partido de izquierdas turco, aunque en realidad milita en el movimiento nacionalista kurdo Dehap, repetidamente ilegalizado por la justicia turca. "Sólo puedo decir que después de la desaparición de la legislación de excepción, aún hay que trabajar muy duro para que se recupere nuestro territorio", reconoce la alcaldesa de Tunceli.

Tras la desaparición de los tribunales especiales antiterrorista, en un capítulo más de las reformas impuestas a Turquía por la UE, una mujer que simboliza el nacionalismo kurdo en Turquía, la ex diputada Leyla Zana, de 43 años, fue puesta en libertad después de haber permanecido en prisión durante 10 años. Fue excarcelada el pasado mes de junio, una vez que un tribunal ordinario aceptó revisar su condena por "atentado contra la unidad de la patria" por haber intervenido en lengua kurda ante el Parlamento de Ankara.

Zana, cuyo regreso a Diyarbakir, la capital del Kurdistán turco, fue celebrado por decenas de miles de personas, tiene previsto recoger en el Parlamento Europeo, el próximo día 14, el Premio Sajárov a los Derechos Humanos, que le esperaba en la Eurocámara desde 1995. Poco antes de que Turquía reformase su legislación para liberar a la ex diputada kurda, un portavoz de la Comisión advirtió de que un país con "prisioneros políticos, detenidos sólo por expresar sus ideas pacíficamente, no podía aspirar a considerarse miembro de la UE".

"Las televisiones públicas y privadas pueden emitir utilizando la lengua tradicional y los dialectos usados por el pueblo de Turquía en su vida cotidiana", reza el nuevo artículo 4º del estatuto del Consejo Superior de Radio y Televisión de Turquía. La libertad de expresión está recogidas, al menos sobre el papel. Pero ese mismo organismo ha sancionado al canal local de televisión ATV por violar "los principios generales de la Constitución turca" por presentar un programa musical en kurdo.

El viaje de Turquía hacia Europa no será fácil para un país musulmán, aunque laico, y donde los militares aún intentan marcar el paso a unos gobernantes civiles y laicos, pero con profundas raíces en el islamismo político. Los democristianos alemanes cuestionan abiertamente que la Unión Europea, hasta ahora un club cristiano, pueda aceptar en su seno a un Estado islámico que lleva camino de tener el mismo peso demográfico que Alemania. Y en Francia, dos ministros acaban de reclamar la convocatoria de un referéndum para que los ciudadanos franceses se pronuncien sobre una eventual adhesión turca a la UE. Turquía es ahora un país más uniforme. Con un 99% de musulmanes (suníes ortodoxos en su mayoría, si bien una cuarta parte practica el rito alevi), Turquía ha ido perdiendo poco a poco a las minorías que poblaban el corazón del antiguo Imperio Otomano. Unos 60.000 armenios siguen viviendo en territorio turco, después del genocidio que sufrió esta comunidad antes de la I Guerra Mundial. Apenas unos 3.000 griegos ortodoxos siguen dependiendo del patriarca de Constantinopla; decenas de miles tuvieron que abandonar el país. La comunidad judía de Estambul, Esmirna y la costa del Mediterráneo, con una gran e importante presencia de sefardíes, comenzó a trasladarse a Israel después de la II Guerra Mundial. En la actualidad se estima que viven unos 25.000 judíos en Turquía. En la ola de atentados que golpeó a Estambul el pasado mes de noviembre, dos sinagogas quedaron destruidas por la explosión de sendos coches bomba. Otras minorías, como la cristiana asiria, de rito arameo, se han visto afectadas por el conflicto interno en el sureste de Turquía, cerca de la frontera de Irak.

Reformas

El Gobierno turco decidió suprimir el pasado mes de marzo la llamada Comisión Provisional de Minorías, creada casi en secreto en 1962 para investigar las actividades de grupos que podían "constituir un peligro para la seguridad nacional". Esta comisión estaba formada por miembros del Consejo de Seguridad Nacional y de la Organización Nacional de Inteligencia, la temible MIT. La Administración turca va a tener que afrontar el pago de compensaciones por las propiedades que los miembros de las minorías han abandonado en Turquía. El antiguo barrio griego de Estambul próximo al distrito de Taksim, en el corazón de la parte europea, se ha convertido con el tiempo en un gueto de casas abandonadas ocupadas por recién llegados.

En una nación muy apegada a tradiciones y ceremonias, Güldal Aksit, la ministra de Asuntos de la Mujer de Turquía que participaba en Estambul en el debate europeo con la alcaldesa kurda de Tunceli, ha tenido que hacer frente a las crecientes críticas de los sectores laicos turcos y de la opinión pública europea ante la reforma del Código Penal, en la que su Gobierno ha intentado mantener hasta el final el castigo del adulterio como delito. "No podemos hacer una reforma para contentar a todas las capas de la sociedad", reconocía Aksit ante un auditorio mayoritariamente proeuropeo en la Universidad del Bósforo de Estambul.

El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, ha tenido que viajar a Bruselas para despejar las dudas de la Comisión Europea sobre su voluntad de reforma y garantizar que el Código Penal no iba a tipificar el adulterio, una conducta privada que en los países de la UE sólo acarrea consecuencias en el Código Civil. Después de pilotar el largo y complejo proceso de reformas legislativas de Turquía y de vencer la resistencia del Ejército y del aparato kemalista del Estado, Erdogan se ha encontrado en los últimos metros de su recorrido, a pocas semanas del primer examen de entrada en la UE, con un escollo surgido en su propio bando político. El Partido de la Justicia y el Desarrollo, el movimiento conservador de base islamista que le sustenta, votó finalmente el pasado domingo la reforma del Código Penal de acuerdo con las recomendaciones de Bruselas. Pero el ala más radical de su partido ha abierto una profunda crisis en sus filas, al insistir en imponer la pena de cárcel para el adulterio tras la supresión de los llamados crímenes de honor. En 1996, el Tribunal Constitucional turco ya había anulado el delito de adulterio por ser discriminatorio para las mujeres, ya que los hombres sólo eran condenados a pena de cárcel cuando se trataba de una relación adúltera continuada y pública. Una situación que, por lo demás, también se daba en España hasta 1977. La disputa interna en el partido de Erdogan sirve para ilustrar la gran división social que existe en la Turquía del siglo XXI entre los ciudadanos europeos de las grandes ciudades y las regiones costeras y los asiáticos de la Anatolia más profunda.

En su casa con vistas a los puentes que unen Europa y Asia sobre el estrecho del Bósforo, el músico y escritor turco Omer Zülfu Livaneli recordaba hace tiempo su pelea política con el actual primer ministro. Livaneli, hoy diputado socialdemócrata encuadrado en el Partido Republicano del Pueblo, fue el candidato laico que perdió frente a Erdogan las elecciones municipales de 1994, que le catapultaron a la alcaldía de Estambul. "Han cambiado [los islamistas], y tienen voluntad de integrar a Turquía en Europa, pero... sigue habiendo dudas sobre sus intenciones". Como muchos turcos laicos y proeuropeos, el autor de la novela El eunuco de Constantinopla teme que, pese a su apariencia de moderación, los islamistas mantengan una agenda oculta para transformar la sociedad. Livaneli, de 58 años, ha compartido su música con el compositor griego Mikis Teodorakis y con la cantante española Maria del Mar Bonet. Ahora parece más preocupado por la falta de liderazgo en el amplio movimiento laico de Turquía para afrontar el creciente auge del islamismo. "Casi todas las empresas de comunicación turcas tienen deudas fiscales y con el Gobierno, así que Erdogan parece hallarse a salvo de las críticas periodísticas", advierte. Entre los años ochenta y noventa estalló en Turquía un verdadero boom mediático, con decenas de canales de televisión privados de orientación laica casi en su totalidad, que hasta la victoria electoral de noviembre de 2002 censuraban con crudeza a Erdogan y los islamistas.

Esta misma opinión de que la excesiva concentración de los medios en Turquía -un país de grandes conglomerados empresariales- en manos de dos o tres grupos altamente endeudados favorece su control por parte del poder político es compartida por Turgut Erylmaz, de 57 años, editorialista del diario Radikal, de orientación laica. "No creo que vayamos a sufrir un choque de civilizaciones en el interior de Turquía; seguiremos siendo un puente entre Oriente y Occidente", asegura Erylmaz, que, al igual que Livaneli, procede de la izquierda turca que pagó con la cárcel su enfrentamiento con el Ejército tras el golpe militar de 1980.

Los cambios legislativos para desmontar el aparato de poder construido por los militares en la Constitución de 1982 han sido impresionantes en Turquía, aunque gran parte del edificio autoritario levantado por los generales sigue en pie. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos -Turquía es miembro fundador del Consejo de Europa- ha condenado de forma reiterada al Gobierno de Ankara por no respetar la libertad de expresión y no garantizar un juicio justo a miles de detenidos por el simple hecho de ejercer una actividad política. Hasta hace apenas tres meses, la mayor parte de estos casos eran juzgados por los llamados Tribunales de Seguridad del Estado, uno de cuyos integrantes era militar.

Abusos y malos tratos

Pero al margen de la represión de las actividades políticas, que se ha concentrado sobre todo en el nacionalismo kurdo y la izquierda radical, el fantasma de los abusos y los malos tratos policiales han planeado sobre todos los ciudadanos. Un incidente menor de tráfico, una disputa por un coche mal aparcado podía acabar con una paliza en comisaría. Amnistía Internacional considera en su último informe que la situación de los derechos humanos en Turquía ha mejorado a consecuencia de su proceso de acercamiento a la UE, aunque debe esforzarse para que las nuevas leyes aprobadas, como la reforma del Código Penal, se apliquen de forma efectiva por las fuerzas de seguridad y la Administración de Justicia.

La Asociación de Defensa de los Derechos Humanos, una organización próxima al nacionalismo kurdo, asegura, sin embargo, en una carta abierta dirigida al primer ministro, Erdogan, que ha recibido unas 700 denuncias sobre la existencia de casos de tortura en Turquía durante los seis primeros meses de 2004. En la reciente reforma del Código Penal turco se han elevado las penas para los autores de malos tratos hasta los 15 años de cárcel.

El alcalde de Estambul, el islamista Kadir Topbas, se suele prodigar en actos públicos en una de las ciudades más dinámicas y caóticas ( 12 millones de habitantes) del Mediterráneo. Tras una reunión con directivos y jugadores del club de fútbol Galatasaray, uno de los emblemas deportivos de Turquía, reafirma la voluntad de modernidad e integración en Europa del partido en el poder: "He sido responsable del distrito de Beyoglu durante 10 años [donde se concentran los restaurantes y locales de ocio junto al antiguo barrio de embajadas de Estambul] y quiero que la ciudad sea una ciudad abierta 24 horas al día".

En una rara coexistencia pacífica, la impresionante animación nocturna del corazón del Estambul laico convive casi en el mismo espacio físico con la masa de abstemios seguidores del Partido de la Justicia y el Desarrollo, que se concentra frente a mezquitas como las del santo Eyüp, un lugar de pregrinación donde los turcos acuden a formular votos y buenos deseos.

En Turquía, los cambios tardan pero llegan con la fuerza de un terremoto. Después de haber estado a punto de entrar en guerra por las islas del mar Egeo o la dividida isla de Chipre, el Gobierno de Atenas se ha convertido en uno de los más firmes abogados de la causa turca en Bruselas.

Vista de Estambul desde un puente sobre el Bósforo en el que aparece desplegada una gran bandera turca.
Vista de Estambul desde un puente sobre el Bósforo en el que aparece desplegada una gran bandera turca.AP
Ciudadanos turcos, ante un cartel publicitario en el aeropuerto de Estambul.
Ciudadanos turcos, ante un cartel publicitario en el aeropuerto de Estambul.REUTERS

La lira turca pierde seis ceros para acercarse al euro

ANTIGUO VICEPRESIDENTE del Banco Mundial, el economista turco Kemal Dervis se muestra optimista ante la recuperación de su país. "La perspectiva del inicio de las negociaciones con la Unión Europea hace pensar que Turquía va a crecer este año más de un 8%, según los datos de septiembre, mientras que la inflación puede estar contenida por debajo del 10%", explica el ex ministro de Economía socialdemócrata que negoció un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para salvar a su país de la crisis de 2001, en un episodio internacional de recesión en el que aún sigue sumida Argentina.

"Empezamos a ver la salida del túnel, el Gobierno islamista sigue a rajatabla la política que iniciamos nosotros", reconoce con sinceridad Dervis, diputado del Partido Republicano del Pueblo, que conserva las siglas (CHP) del histórico partido único fundado por Atatürk. Los socialdemócratas de Dervis representan hoy por hoy la única oposición laica que planta cara al Gobierno del islamista moderado Recep Tayyip Erdogan.

Si las optimistas previsiones económicas se cumplen, la lira turca perderá seis ceros el próximo 1 de enero para que desaparezcan de la circulación los billetes millonarios heredados de dos décadas de inflación galopante. Un millón de liras turcas (0,65 céntimos de euro) es el precio de una taza de té en un café popular de Estambul. En la crisis de febrero de 2001, la lira turca se devaluó un 50% respecto al dólar en menos de 48 horas. El crash se desencadenó en medio del clima de corrupción en el sistema bancario que acabó con todo el abanico político anterior. Excepto el CHP de Dervis, todos los partidos fueron barridos del Parlamento ante el imparable empuje de Erdogan. Las siglas en turco de su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AK) se traducen al castellano como "partido limpio".

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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