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Maurice Béjart celebra sus 50 años de creación con una noche excepcional en La Scala

Los españoles Rut Miró y Víctor Jiménez protagonizan una velada de baile y recuerdos

Fue emocionante, sobre todo por ver al gran coreógrafo y creador Maurice Béjart (Marsella, 1927) caminar de nuevo sobre la escena, aún con pasos vacilantes tras las operaciones de cadera típicas de quienes han usado su cuerpo como instrumento de expresión durante toda la vida. Béjart celebró anoche y el jueves en el Teatro degli Arcimboldi de La Scala de Milán sus 50 años de coreógrafo con su compañía, el Béjart Ballet Lausanne, notablemente renovado, con savia nueva, donde brillan, entre otros, los españoles Rut Miró y Víctor Jiménez, que abrieron y cerraron la función con emocionantes dúos.

Béjart eligió para la gala de La Scala piezas que no se ven desde hace años. Una vista atrás que se completó con el estreno mundial de una nueva pieza en la que se mira al espejo, con dolor y con gratitud a la danza, su verdadera voz. La creación pensada por Béjart para esta celebración se titula L'art d'etre grand-père (El arte de ser abuelo), un título de Victor Hugo que Béjart toma libremente, queriendo decir que es, por edad, experiencia y actitud, un poco el abuelo de esta tropa veinteañera llena de energía, fuerza y belleza. El artista se mostraba algo melancólico: "Esto empezó hace hoy 50 años y no ha parado. ¡Lo tengo tan vivo en el recuerdo! Han cambiado los artistas, las compañías, las ciudades, pero sigo creando, haciendo siempre coreografías".

La gala empezó con una versión reducida de Wien, Wien nur du allein (Viena, Viena, sólo tú), que se inicia con una pareja solista: la zaragozana Rut Miró y el madrileño Víctor Jiménez (que fueron figuras destacadas del Ballet de la Comunidad de Madrid), ahora convertidos en solistas predilectos de Béjart; ésta es ya la segunda temporada de los madrileños en Lausana, y han triunfado de manera espectacular: encabezan los elencos, protagonizan los ballets y Béjart ha creado para ellos, el mejor signo de que son parte de sus musas, de sus fuentes de inspiración. Rut y Víctor han crecido en lo humano y en la danza, su baile goza de una aceptación instantánea, respira belleza y ganas de dominar el aire y las circunstancias.

Después, la creación mundial. La obra comienza cuando un bailarín aparece con dos caras. Una, a la espalda, es una máscara oriental verde, y su cara verdadera está maquillada como si fuera el Béjart de hace tres décadas. Entonces entran 20 bailarines en ropa de faena pero con metralletas y matan al maestro, matan en realidad al padre para crearlo de nuevo, para redescubrirlo a través de la danza clásica más evolucionada, de los tratamientos bejartianos, tan particulares en lo expresivo como en lo plástico. El maestro de las dos caras vuelve a escena e intima con los bailarines, les ordena los ejercicios, pero se mezcla con ellos, participa de su vida y su afán. Aquello termina con un emocionante tutti, donde hay un caballo con arcos, un irónico trono floral, un personaje que evoca a la madre y un bailarín andrógino que hace perrerías por la escena. A continuación, un pas de deux extraído de Heliogabalo, donde Béjart se acercó antes que nadie, a lo étnico, a África y sus misterios sonoros. Fue bailado por Julien Favreau y Karline Marion, apolíneos, fuertes, tanto que hacían recordar levemente a aquellos héroes bejartianos que fueron Shonach Mirk y Patrice Touron.

Finalmente, el ballet Brel & Barbara cerró y aquí, de nuevo, Rut Miró y Víctor Jiménez fueron los encargados del dúo de amor final. Gil Roman y Elisabet Ros dieron vida a los cantantes franceses evocados a través de sus canciones más significativas. La pieza es una de esas cosas que hicieron en su día de Béjart un coreógrafo popular, en el buen sentido del término, aceptado, entendido, amado por todos. No es que los ballets fueran populares o fáciles, sino inmediatos, con una sensibilidad muy expuesta a flor de piel. Béjart salió a escena, micrófono en mano, y dijo: "Cuando una madre da un helado a un niño, el niño responde: quiero otro... y es por eso que Gil Roman bailará otra canción de Brel". Ése fue el colofón, la gente en pie, Béjart abrazado, sostenido entre sus muchachos. A su diestra, el español, un poco más lejos la cubana Ekaterina Zuasnabar, el italiano Pascuale Alberico, el norteamericano Roger Cunningham y el argentino Octavio Stanley, distinguido con razón esa noche y que hizo el papel del Ángel de las Alas Negras con una vibrante sensación aérea y desesperada. Así había que pensar en el otro bailarín argentino desaparecido y que ha sido parte de la vida del propio Béjart y de la compañía: Jorge Donn. Y a Donn estuvo dedicado ayer la segunda noche de esta celebración con una función especial de Le Presbytère, música de Queen, trajes de Gianni Versace... que tampoco están ya y que son traídos hasta el escenario por la fuerza creativa del marsellés, esa luz de su mirada que sigue siendo intensa, sin edad, con instinto. Béjart también salió anoche a escena micrófono en mano. Dijo: "Mando desde aquí un beso a Gianni".

En la sala, estrellas de siempre como Carla Fracci (el encuentro entre ambos, el abrazo sobre la escena tras caer el telón, fue también seguido con emoción) y estrellas de hoy como el flamante Roberto Bolle, la figura italiana actual más destacada en el ámbito de la danza clásica.

Bailarines del Béjart Ballet Lausanne, durante la gala en La Scala.
Bailarines del Béjart Ballet Lausanne, durante la gala en La Scala.
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