Descapotable
Brigitte Bardot ha cumplido setenta años el mismo día que Françoise Sagan recibía sepultura. Esa fatal coincidencia ha sido encajada como "un guión terrible" por la actriz que Roger Vadim consagró como la única pasión útil del existencialismo francés. La Sagan, según la Bardot, fue derribada por la enfermedad y los impuestos, mientras los políticos, que la han colmado de discursos en su muerte, "no han movido ni el dedo meñique" por ayudarla en sus dificultades financieras. La Bardot está cargada de ira, aunque, después de todo, la Sagan fue tan consecuente que todo lo que le ha ocurrido ha sido como un espejo de sí misma. Buena parte de su biografía está escrita en los juzgados y en las cuentas de los camellos de cocaína, pero antes de despeñarse por el precipicio, formó con Brigitte Bardot el icono de aquella Francia "viva y en movimiento" que rememoró el ex ministro socialista de Cultura francés, Jack Lang, ante la tumba de la autora de Buenos días, tristeza, aquella que muchos de nosotros apenas habíamos alcanzado a través de fotografías o en forma de rumores muy sugestivos y distorsionados. Uno de ellos, que estremeció a la Barcelona de los setenta, lo exhumó en un artículo el periodista Ramon Barnils cuando nos impartía doctrina en su buhardilla de la jungla preolímpica. En él relataba que a finales de los sesenta la Sagan y la Bardot habían recogido a un autoestopista de camino a Saint-Tropez, y tras congeniar con él en el trayecto lo llevaron al apartamento que ambas compartían, donde "se lo hicieron sucesivamente suyo". Esa historia me dio otra perspectiva del existencialismo, y, en cierto modo, la imagen de las dos en el pescante de un descapotable se me antojó el más certero logotipo de una Francia en la que Je t'aime, moi non plus, que la Bardot había grabado con Serge Gaingsbourg en una versión anterior a la de Jane Birkin, ya había suplantado a La Marsellesa. Hoy ese descapotable que conducía descalza la Sagan se ha estrellado. Ella ha muerto, la Bardot está al caer, Barnils hace años que da nombre a parques y premios, y a los que le sobrevivimos nos da por contar batallitas, que es un síntoma inequívoco de esa degradación que nos llena la cabeza de chatarra.
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