Los espejismos de Lawrence de Arabia

DESIERTOS INFINITOS DE ARENAS BULLENTES... Un joven oficial del ejército británico, T. E. Lawrence (Peter O'Toole), decide tomar partido por la revuelta árabe durante la Primera Guerra Mundial. Su viaje iniciático y el choque entre culturas convertirán su historia en leyenda.

Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), el celebrado filme dirigido por David Lean, recrea la vida del enigmático T. E. Lawrence, erigido en líder de las hordas árabes que batallaron contra el pueblo turco. Una de las escenas clave del filme es el encuentro accidental entre Lawrence y Sherif Ali (Omar Sharif), quien llegaría a convertirse en unos de los más firmes aliados del británico. La llegada de Ali viene precedida por una alucinación óptica: un espejismo que desdibuja los rasgos del jinete y camello, que avanzan bajo un sol abrasador.

El espejismo por excelencia suele invocar la presencia de agua en medio del desierto, un oasis virtual sólo presente en nuestra imaginación. Pero existen otras clases igualmente notables de espejismos: la apariencia mojada del asfalto, en una carretera intensamente bañada por el Sol, o las no menos extrañas visiones que acompañan a los temerarios expedicionarios en zonas heladas, como en los Polos.

¿Delirio? ¿Alucinación producida por un estado físico muy deteriorado o simple fenómeno óptico? Si bien es cierto que, cuando las fuerzas fallan, uno puede llegar a imaginar las más sorprendentes visiones, los espejismos responden a un fenómeno óptico bien conocido: la denominada reflexión total (el mismo principio físico que, de hecho, se emplea en el diseño de periscopios o en la comunicación por fibra óptica).

La velocidad a la que se desplaza la luz depende del medio en la que ésta se propaga. Su valor máximo, cercano a los 300.000 kilómetros por segundo, tiene lugar en su propagación por el vacío. En cambio, en medios materiales, como un plástico, el agua o un cristal, es sustancialmente menor.

Por el contrario, en el aire, la luz se propaga a una velocidad cercana a la del vacío, siendo el valor exacto función de la densidad del aire: cuanto más denso es éste, menor es la velocidad de propagación de la luz. El cociente entre la velocidad de la luz en el vacío y la velocidad con la que ésta se propaga por un medio recibe el nombre de índice de refracción y constituye un valor característico de cada material.

Cuando la luz pasa de un medio a otro, caracterizados por distintos índices de refracción, experimenta un efecto bien conocido: altera su dirección de propagación (fenómeno que en física se conoce como refracción). Al pasar de un medio a otro con mayor índice de refracción (esto es, más denso), como en el paso de aire a agua, la luz tiende a acercarse a la normal, esto es, a la perpendicular al plano que separa ambos medios (la ley matemática exacta fue establecida experimentalmente por el científico holandés Willebrod Snell en 1621).

Por el contrario, al pasar de un medio más denso a uno menos denso, tiende a alejarse de la normal, hasta el punto que, para un ángulo de incidencia lo suficientemente pequeño, el rayo de luz se refleja completamente, sin refracción alguna. En zonas fuertemente bañadas un Sol inclemente, pueden darse variaciones de temperatura en las capas de aire situadas a distintas alturas respecto al suelo (y por tanto, variaciones de densidad e índice de refracción), circunstancia que potencia fenómenos como los anteriormente descritos.

Cabe citar además, que las propias diferencias de temperatura conllevan la aparición de fenómenos convectivos que dan lugar a la circulación (movimiento) del aire, lo que imprime un aura todavía más misteriosa a las ya de por sí sorprendentes imágenes que se perciben en dichas circunstancias (no sólo de calor extremo, ya que variaciones de temperatura pueden también materializarse en situaciones de intenso frío).

Hasta aquí la ciencia. Pero, si haciendo turismo en pleno desierto, divisa usted un oasis de top models, o a su equipo de fútbol favorito, lo más probable es que sufra una fuerte insolación.