Ni tanto ni tan calvo
Los delegados al 15º Congreso del PP habrán respirado aliviados con el momentáneo aplazamiento de la crisis creada en Galicia por la rebelión frente los dirigentes nacionales del Partido Popular (incluido su secretario general, Mariano Rajoy) que encabeza el presidente de la Diputación de Ourense, José Luis Baltar; la oportuna gastroenteritis diplomática de presidente de la Xunta y la inesperada salida del armario conspirativo del capo di tutti i capi del caciquismo gallego, Xosé Cuiña, han servido de muñidores a ese tiempo muerto de baloncesto político. Los 3.028 compromisarios del PP convocados en Madrid para el próximo fin de semana podrán representar, así pues, el inconvincente simulacro de un idílico ágape de fraternos correligionarios. La procesión de flagelantes, verónicas y nazarenos populares, sin embargo, va por dentro. A los dirigentes y a los cuadros de un partido que pierde las elecciones tras haber albergado la ensoñación de permanecer un milenio en el poder siempre les cuesta resignarse a la derrota y al frío de la oposición.
En el caso del PP, el inesperado revolcón del 14-M ha significado, además, una tragedia griega: ningún partido puede metabolizar un serio traspié en las urnas cuando da por descontada la victoria, carece de un plan B para emergencias adversas y se muestra incapaz de analizar la causa de que un Gobierno con mayoría parlamentaria termine despeñándose de forma espectacular hacia el vacío. La mezquina alegría por el mal ajeno que exhibieron obscenamente desde el poder los dirigentes del PP cuando los afligidos socialistas trataban vanamente de solucionar su crisis de liderazgo -nacida de la derrota de 1996 y de la posterior renuncia de Felipe González- no fue tampoco la mejor escuela para preparar psicológicamente a sus militantes y para realizar el trabajo de duelo que permite asumir el afloramiento de las tensiones internas mantenidas ocultas gracias al disfrute compartido del poder.
La fanfarronería huera de Arenas, el adusto fanatismo de Acebes, la refitolera cursilería de Michavila y la desvergonzada desenvoltura de Zaplana aprovecharon durante ocho años de Gobierno cualquier oportunidad para exagerar el contraste entre un PP férreamente unido bajo el firme caudillaje de Aznar, por un lado, y un PSOE víctima de las divisiones internas y sin un liderazgo interno, por otro. Defecciones microscópicas como la fuga de la ex ministra Alberdi y la navegación corsaria de Francisco Vázquez (anfitrión como alcalde de A Coruña de un Consejo de Ministros presidido por Aznar con la finalidad de manipular a la opinión pública y hacer olvidar su pésima gestión del naufragio del Prestige) fueron publicitadas por los medios de comunicación al servicio del Gobierno como grandes acontecimientos históricos. Ahora le ha llegado al PP el turno de mostrar la ropa sucia tendida en los patios interiores de sus sedes y mantenida durante largo tiempo a salvo de la curiosidad del vecindario; los socialistas, entre tanto, utilizarán el milagroso pegamento del poder para cerrar filas y silenciar a los discrepantes.
Ni tanto ni tal calvo: estén en el Gobierno o en la oposición, los partidos siempre intentan conjugar el pluralismo irrefrenable de las corrientes ideológicas, tendencias políticas y ambiciones personales que forman su estructura interna con la unidad de representación jurídica que exige su condición de "instrumento fundamental para la participación política" amparada por Constitución. La llamada agenda territorial será seguramente la principal divisoria de aguas interna de los conflictos del PSOE mientras conserve el poder. Las eventuales líneas de fragmentación o de ruptura del PP durante su travesía del desierto tienen un pronóstico menos fácil. De la voluntad y la capacidad del presidente de honor, Aznar, y del presidente fundador, Fraga, para respetar las decisiones del presidente -a secas- del partido, Rajoy, dependerá en gran medida que el PP consiga estudiar los motivos de su derrota, reflexionar sobre los errores cometidos durante la pasada legislativa y reorientar su estrategia como principal fuerza de la oposición; los discursos, los trabajos, los nombramientos y las conclusiones de su 15º Congreso permitirán saber si los populares emprenden o no el camino de la rectificación que les permita regresar antes o después al poder.
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