Enredo de laterales zurdos

García Remón quiso dar descanso a Roberto Carlos, pero mediado el partido se debió de dar cuenta de que Raúl Bravo no está para mandar de vacaciones a nadie.
No atraviesa su mejor época el brasileño. Se le nota en la cara. A sus 31 años, llegó a San Mamés sin mirar a quienes esperaban al Madrid, con un pinganillo en una oreja y los ojos clavados en el respaldo del asiento de delante. Como una estatua de bronce, desconectado del partido, conectado a su móvil. Sabía desde el viernes que no jugaría. A su lado, Guti y Ronaldo miraban al gentío alborotado: ¿cómo serán esos galácticos en persona?
En persona, Roberto Carlos no se parecía en nada a ese individuo locuaz y gesticulante visto por la tele. En su lugar, un hombre más bien pequeño, más bien sombrío, recogido sobre sí mismo. García Remón le dijo que no le pondría contra el Athletic porque quería reservarle para el encuentro contra el Roma, el martes. Argumentada o no, la explicación cayó en mal momento para el lateral. Después de haber sido el centro de las pitadas del Bernabéu, no necesitaba precisamente ir al banquillo para reponerse.
García Remón sentó a Roberto Carlos y puso a Raúl Bravo, el otro lateral zurdo de la plantilla. El sustituto no tardó en exhibir su repertorio de flaquezas. Fue sustituido en la segunda parte. A García Remón no le quedó más remedio.
La caída en desgracia de Roberto Carlos es un síntoma del estado de todo un grupo de jugadores. El brasileño parece en declive. La temporada pasada quiso cambiar de aires, pero José Antonio Camacho lo retuvo y renovó por dos años más. Se diría que no fue una buena idea, en vista de lo respondón que le salió el jugador. Peleado con Camacho, de uñas con la hinchada, el que fuera médium de la grada del Bernabéu se ha convertido en un jugador apagado.
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