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Reportaje:

Gauguin, guía del arte moderno

Entre el 28 de septiembre del presente año y el 9 de enero de 2005 se podrá visitar en las respectivas sedes del Museo Thyssen-Bornemisza y de la Fundación Caja de Madrid, pues ambas instituciones han promovido su organización, la exposición titulada Gauguin y los orígenes del simbolismo, que ha reunido para la ocasión 186 obras diferentes, entre las que se encuentran pinturas, dibujos, grabados, esculturas, etcétera, de varias decenas de artistas europeos, seleccionados entre los más destacados en las postrimerías del XIX y comienzos del XX. Pero, antes de entrar en más detalles, señalemos que el comisario de la muestra ha sido Guillermo Solana, con el auxilio técnico de Paloma Alarcó, una cita siempre obligada, aunque, en esta ocasión, dada la ambición del empeño, se ha de ribetear con especial énfasis. Por lo demás, que en esta convocatoria se haya logrado un acopio de casi un par de centenares de obras, no sólo implica el haber conseguido muchísimos préstamos temporales de todo el mundo, en consonancia con los excelentes cuadros que posee la colección permanente del Museo Thyssen-Bornemisza, sino, para el caso, que su contenido se distribuya en dos salas y, sobre todo, que su recorrido esté estructurado en nueve capítulos o pasos, cuyo enunciado me parece necesario nombrar aquí, en la medida en que estos epígrafes pueden por sí solos aclarar bastante acerca del propósito y el contenido de esta importantísima muestra. Helos aquí: 1. El círculo de Pisarro. 2. Paisaje y arabesco. De Cézanne a Martinica. 3. Degas, el desnudo y la danza. 4. La visión. Del 'cloisonnisme' al sintetismo. 5. Eva y los dioses. 6. Suite Volpini -todos ellos en el Museo Thyssen-Bornemisza-. 7. La estela de Gauguin: de Pont-Aven a los Nabis. 8. La obra gráfica de los Nabis. 9. Paco Durrio, Picasso y el sintetismo en España -en la Fundación Caja de Madrid-.

Esta muestra no sólo permite una comprensión más honda de la proteica figura de Gauguin, sino de los muchos mimbres contemporáneos que armaron lo que llegó a conseguir

Nada más copiar los títulos de estos apartados, ya me doy cuenta de que una buena parte de ellos pueden resultar más o menos comprensibles al lector no informado en el arte de fines del XIX, pero, aun así, insisto en la cita, se debe a la necesidad de informar acerca de la complejidad de direcciones que se vivió en aquel momento histórico fulgurante del arte de vanguardia y al papel encastrador que al respecto desempeñó la figura apasionante de Paul Gauguin (1848-1903). Nos encontramos, pues, con una exposición argumental -"de tesis"-, y que, como tal, necesita un despliegue coral; esto es: el de confrontar la obra de este agente de Bolsa parisiense, que, cuando pareció tener su supervivencia económica familiar resuelta, se inició tardíamente en el oscuro y proceloso mundo del arte, con la de sus maestros, colegas coetáneos y discípulos. Esto significa que aparezcan los nombres de artistas de diferentes generaciones, como, entre otros, Pisarro, nacido en 1830; Degas, en 1834, o, en fin, nuestro Picasso, que lo hizo en 1881. Como se puede ver, entre unos y otros, hay casi medio siglo de distancia, un dato elocuente para apreciar el alargamiento del horizonte ahora compendiado y la complejidad de los meandros que lo articularon.

¿No será acaso excesivo el empeño? Ahora que se discute mucho sobre la conveniencia o no de las "grandes" exposiciones, como si hubiera al respecto una vara fija de medir, he de señalar que el problema, a mi juicio, no es ése, el de los tamaños, sino, como es lógico, el del sentido que los justifica en cada caso. Una exposición temporal no es, además -he de repetirlo- un "libro", sino una articulación visual, más o menos penetrante y sugestiva, pero, en todo caso, "sintética", de un periodo o un problema artísticos. En el caso de la presente convocatoria, la ambición de miras me parece justificada y puede plantear muchas claves al visitante, no sólo para una comprensión más honda de la proteica figura de Gauguin, sino de los muchos mimbres contemporáneos que armaron lo que éste llegó a conseguir. En este sentido, aunque lógicamente no todos los apartados propuestos tienen la misma fuerza significativa, ni todos están por igual bien representados mediante las correspondientes obras, el resultado global es muy impresionante y aleccionador. Lo es, en primer lugar, porque el relato de la exposición tiene un buen nervio dramático, que se inicia con los desmayos finales del impresionismo, cuya fuerza se consumió en la década de 1880, resaltándose en ese final las figuras que más hicieron por superarlo -Pisarro, Cézanne o Degas-, junto a coetáneos de Gauguin decididamente antiimpresionistas, como Van Gogh, y junto con los posteriores miembros primitivistas de la localidad bretona de Pont-Aven o los Nabis. En este trazado la única representación exigua, que para mí bordea lo injustificable, en la medida en que se quiere rematar el recorrido con Picasso, es la de Henri Toulouse-Lautrec, un punto de unión insoslayable entre estos extremos.

Sea como sea, la trama está, en

general, bien armada, y nos lleva a verificar cómo, a través de Gauguin, la vanguardia no sólo toca el fondo de su aspiración primitivista, con todos los elementos también simbólicos que ello comporta, sino cómo, a su vez, se produce el "aplastamiento" del fondo escenográfico del cuadro, que liquida la concepción tradicional de la perspectiva, cómo se fortalecen las líneas de configuración -como hacían los antiguos maestros vidrieros con sus encajes de hierro o "cloisson"- y, sobre todo, cómo se llega a usar colores planos saturados de manera uniforme. Si a esto añadimos que Gauguin y sus compadres de aventura no se resignaron al terreno exclusivo de lo pictórico, sino que experimentaron con el grabado, a la usanza primitiva, aunque, a veces, con técnicas muy de última, y que también se sirvieron de la escultura, ese arte, según Baudelaire, cuya rudeza primitiva le hacía algo propio de pueblos caribeños, nos encontramos con un friso muy completo y convincente.

Por último, ¿cómo no mencionar, aunque sólo sea de pasada, que esta exposición tiene asimismo un dramatis personae espectacular? Desde esta perspectiva, el visitante de la muestra debe saber, sea cual sea su nivel personal de erudición, que en ella se ha de encontrar, además de los nombres hasta ahora citados, con otros muchos de la enjundia de Bernard, Vuillard, Bonnard, Sérusier, Denis, Maillol, Verkade, Roussel, etcétera, o, entre los españoles, Sunyer, Durrio, Echevarría, Julio y Joan González, etcétera. Es cierto que, sólo con la influencia de Gauguin en España, se podría hacer una muestra, pero, aunque esta escala local rompa un tanto, salvo en el caso potente de Picasso, el vuelo de la iniciativa, tampoco se puede reprochar que se explique al público español las raíces internacionales de su vanguardia vernácula. O sea: que, se mire por donde se mire, o se discuta algún matiz, no hay duda de que nos hallamos ante una propuesta de verdadera altura, que ha de despertar el éxito de público que se merece.

'Visión del sermón' (1888), de Paul Gauguin.
'Visión del sermón' (1888), de Paul Gauguin.NATIONAL GALLERY OF SCOTLAND

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