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Crónica:VUELTA 2004 | Decimoséptima etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El otoño feliz de Heras

Pese a un desfallecimiento final, el bejarano distancia a Valverde y aguanta a Perez

Carlos Arribas

Ayer, a las 18 horas 30 minutos, en algún lugar del océano Atlántico, la perpendicular de los rayos del sol cruzó el Ecuador y por primera vez en seis meses pasó al hemisferio sur. Había empezado el otoño. Exactamente 34 minutos antes, en un lugar muy preciso del hemisferio norte, en el borde de la meseta norte de la península Ibérica, en la vertiente oeste de Gredos, en la Sierra de Béjar, a 1.850 metros de altitud sobre el nivel del mar, a 1,5 kilómetros de la cima de la estación de esquí de La Covatilla, Roberto Heras, escalador de Béjar, de 30 años, hundió la cabeza entre los hombros, se agitó rítmicamente, la boca seca, los ojos ocultos tras unas insólitas gafas de sol, se aferró al manillar como si en ello le fuera la vida y se dispuso a sufrir, a retrasar la llegada del otoño.

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"Heras es un perro viejo", confesó a un amigo Santi Pérez, sudoroso aún, no tan feliz como esperaba, ligeramente desalentado pese a haber terminado segundo la etapa -ganó otro ciclista otoñal y seguro, el colombiano Félix Cárdenas, escapado desde el kilómetro cero, seguro ya, un año más, con su maillot de rey de la montaña, y con un brazo roto desde hace un mes-, pese a marchar segundo en la general, pese a haber contribuido al espectáculo del día, al hundimiento del joven Valverde, el ídolo de España. Heras, dorado como su maillot, le había engañado.

Varios minutos detrás del grupo del fugado Cárdenas, el pelotón, conducido por los azules del Liberty, por los del equipo de Heras, había recorrido los mismos paisajes guiado por gentes como Hruska y Andrle, como Koldo Gil y Baranowski, como Caruso y Serrano. Había menguado, diezmado, sufrido por las abrasadoras alturas -sol y más de 30 grados el último día del verano-, desecado. Había asistido a intentos de maniobras de distracción elaborados por el grupo de Belda tales como Valverde a lo Armstrong fingiéndose torpe en Honduras, o Pascual Rodríguez, en plan cohete, atacando en los falsos llanos que llevan a la Covatilla, se había transformado en un grupo de 15 sudorosos que intentaban aguantar el ritmo desaforado que tras la desaparición de Serrano, el último Liberty, había impuesto Quesada, el último intento ficticio de los de Belda. Faltaba poco menos de siete kilómetros para la cima, se pasaba por las rampas más duras, pero Heras, siempre atento, tenía el oído fino. "Más despacio, Carlos", le oyó jadear a Valverde, rogarle a su compañero Quesada que levantara el pie, "más despacio, que no puedo".

Heras tenía que atacar, necesitaba atacar, necesitaba tiempo, necesitaba alejar a Valverde, tan pegado (5s) en la general. Heras lo oyó y no dudó. Obligado por la necesidad, atacó. Ganó unos metros y se volvió a mirar. Contempló un panorama ideal. Vio a Valverde, casi le oyó, hacer bluff sobre la bici; vio a Mancebo, al invisible Mancebo, agarrarse al manillar, torcer el cuello y someterse a la ley del dolor para seguir su ritmo. Y vio también a Santi Pérez. Fresco como una rosa. Pura exhalación. Fácil. Heras lo vio ya pegado a su rueda y, en su interior, sonrió. Suspiró. Un compañero. El compañero ideal. El mejor escalador del momento. Con él, juntos los dos, Valverde era hombre acabado. "El pacto fue tácito", dijo Saiz, director del Liberty. "Fue un acuerdo común", dijo Álvaro Pino, director de Pérez. "Si Santi quería ganar la etapa tenía que colaborar con Heras". Fue un error, pensó luego Santi Pérez, fue un error le dijeron luego sus amigos expertos. Santi Pérez colaboró enérgicamente con Heras en el hundimiento de Valverde, en evitar que Mancebo, ayudado por Arrieta, otro de los fugados, se acercara, colaboró en todo lo que le fue bien a Heras. Y siguió relevando hasta que, a falta de kilómetro y medio, pasado lo más duro, se volvió y vio que Heras ya no estaba a su rueda, que sin querer lo había dejado atrás. "Ni me di cuenta de que se quedaba", dijo Pérez.

Pero Heras, en su otoño, en su sufrimiento, tiró de computadora. Calculó que Pérez, al que tenía a casi dos minutos le sacaría medio minuto como mucho. Supo que Valverde estaba kaput y pensó que, quizás, estaba ganando su tercera Vuelta en esos momentos. Y quizás pensó también que dentro de seis meses la perpendicular del sol volverá a cruzar el Ecuador hacia el hemisferio norte.

Roberto Heras y, detrás, Alejandro Valverde, antes de que éste se descolgara.
Roberto Heras y, detrás, Alejandro Valverde, antes de que éste se descolgara.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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