El 'valverdismo' que no cesa
Juliá, compañero de habitación y de andanzas del líder del Kelme, se alza con el triunfo en Cáceres
Llevaba Joseba Núñez, El Potro, una semana con la misma barrila. "La crónica de Cáceres ya la puedes escribir hoy mismo", decía el viernes. Y el sábado repetía: "¿Has escrito ya la crónica de Cáceres? Es bien sencilla. Llega la carrera y a dos kilómetros de meta arranca Horrillo y nadie le puede". Joseba Núñez es de Eibar, es el masajista de Freire, es amigo de Horrillo, a quien el año próximo también le tocará las piernas en el Rabobank, y es casi todopoderoso, pero no es Dios. Ni Horrillo, por otra parte. Llegó la etapa de Cáceres, llegó la pancarta de los dos kilómetros y quien por allí pasó como una bala comiéndose los bordillos no era el tal Horrillo, sino un tal Juliá, el más fuerte de una escapada de 13 que llegó a tener un cuarto de hora.
José Cayetano Juliá Cegarra (Cieza, Murcia, 1979) es del Madrid y del pueblo de José Antonio Camacho, de la tierra de los melocotones, y dijo que sentía mucho lo del nuevo gatillazo en la relación de su paisano con el club de sus amores, pero que, de todas formas, a él, que antes que nada es ciclista, y antes que ciclista, amigo de Valverde, en aquel momento, allí, recién bajado del podio de la Vuelta, le ocupaban otros asuntos. Como el de su triunfo en Cáceres, por ejemplo, o la probable -"segura", en sus palabras- victoria final de su amigo Valverde en la general de la Vuelta.
Juliá es, evidentemente "valverdista", como adepto al "valverdismo", a la moda que se extiende, mancha de aceite, es medio mundo. Lo es porque Valverde es el más fuerte, porque su equipo es el más fuerte -qué última semana preparan los de Belda, como ya anunciaron el domingo colocando a cuatro entre los diez primeros de la cronoescalada a Sierra Nevada- y porque sienten que sólo un nuevo incidente-accidente -ayer, a su compañero Cabello se le resbaló la cadena sobre el piñón como a Valverde hace unos días y se dio parejo morrazo- puede frenarlos. Y así lo demostró Juliá, compañero de habitación y de andanzas de Valverde desde que tenían 14 años. Juntos corrieron en el juvenil Azulejos J. Ramírez, en los amateur Banesto y Kelme y en el profesional Kelme. Juntos se creyeron campeones hasta que a los 19 años Valverde dio su impresionante salto de calidad y él, Juliá, comprendió que debía aplicarse la frase que siempre había oído: en el ciclismo tiene que haber campeones y gregarios. "Pero a mí no me cuesta nada ayudar a Valverde a lo que haga falta, porque mi amigo Alejandro va a marcar una época", dijo Juliá, que se sintió campeón en la Vuelta por un día.
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