Luces y sombras de Bonifacio
El pintor donostiarra expone en Bilbao más de 50 óleos de los últimos 15 años
El pintor Bonifacio Alfonso (San Sebastián, 1933) muestra de nuevo su imagen de siempre, delgada. Ha tenido que perder por prescripción médica los kilos que se le acumulaban en la tripa y lo primero que hace es quejarse del hambre que pasa. "Y encima vengo a Bilbao y ¿qué voy a querer? Pues comer". Un delgado Bonifacio acudió ayer a inaugurar su última muestra, Personajes y máscaras, en la galería Juan Manuel Lumbreras de Bilbao (Henao, 3), donde reúne lienzos desde 1990 hasta este año.
Bonifacio se presenta como otra veces, parco en palabras sobre su obra, contestando con un bronco "yo qué sé" a cualquier pregunta sobre su proceso creativo, sobre su intención pictórica. Se remite a sus cuadros. "Ahí está todo lo que tengo que decir", afirma, y luego se escuda: "Es que yo no sé hablar, no tengo labia. Si fuera como otros... Pero yo lo que tengo que decir, lo digo pintando".
Más de 50 óleos hablan por él desde ayer y hasta el próximo 16 de octubre en Bilbao, en una muestra que después viajará a Madrid, a la galería Luis Burgos.
La exposición realiza un recorrido por obras de los últimos 15 años, en una trayectoria de fuerza y de color, de figuras inquietantes y de misterios escondidos tras capas de óleo, tras trazos aparentemente bruscos. Los cuadros revelan las distintas caras de Bonifacio, su vida de oscuros y de claros, la luz y la sombra de su existencia creativa y personal, los gritos de angustia y las llamadas exultantes.
Sin embargo, él no ve diferencias entre un lienzo y otro. "Uno se pasa la vida pintando el mismo cuadro, dándole vueltas y vueltas, colocando una cabeza a un lado en una obra y en el otro lado, en otra", comenta. Pero sí hay un Bonifacio nocturno, con tonos sombríos y pinceladas duras, y otro de colores alegres y luminosos, como en los rosas de Tarifa (1997) o Campamento comanche (2001), o en los amarillos de Postre de natillas (2002). El poso más hondo y duro de Bonifacio, de figuras y fantasmas, lo despliega quizá en Minotauro, el óleo de mayor tamaño, 186 x 200 centímetros, que se divisa desde la entrada de la galería como el retrato de uno de los mayores pintores españoles contemporáneos.
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