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Reportaje:FÚTBOL | La crisis del Real Madrid

El rey de los portazos

Camacho ha justificado alguna de sus espantadas argumentando que a él "nadie le pone colorado"

"Nunca he tenido un ramillete de jugadores de esta élite con la humildad con la que están trabajando". Podría dar la sensación de que ha pasado un siglo desde que José Antonio Camacho, de 49 años, pronunciara esta frase. Pero no. Lo hizo el 13 de agosto y, en los 37 días transcurridos, el técnico murciano ha debido hartarse de tan elitista y humilde ramillete.

El hasta ayer entrenador del Real Madrid se ha convertido en un especialista en decir adiós. En unos casos ha cerrado la puerta de golpe, con contrato en vigor, de forma inesperada. En otros, ha hecho oídos sordos a las súplicas de los dirigentes de los equipos a los que dirigía, por mucha selección española que se llamara. Sólo en una ocasión un club le abrió la puerta de salida: el Sevilla.

Sólo fue destituido en el Sevilla, donde asumió las culpas antes de declarar que se sentía "engañado"
"Nunca he tenido un ramillete de esta élite con tanta humildad", dijo del vestuario el 13 de agosto
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Camacho elige a su sucesor y se va

Diez de julio de 1998, estadio Santiago Bernabéu. La reunión que mantiene José Antonio Camacho con el vicepresidente del Madrid, Juan Onieva, "para atar unos flecos del contrato", según el club, deriva en una bronca mayúscula. Camacho pide la presencia del presidente, Lorenzo Sanz, que acude raudo. El que es entrenador del equipo desde hace 22 días pide explicaciones por el hecho de que a sus ayudantes se les haya obligado a firmar una cláusula por la que aceptan que, en caso de que Camacho abandone el club, ellos lo harán en las mismas condiciones. Para Camacho es una cuestión de Estado. Tras oirle, Sanz explota. Y Camacho explota aún más. Se siente engañado. Y tan engañado se siente, que en ese instante presenta su dimisión.

Y se va. El mundo del fútbol asiste atónito al desenlace. "Si no acceden a esto, imagínense cuando perdamos un partido o les diga que no pueden subir al autobús del equipo. A mí nadie me pone colorado", se justifica Camacho, cuya decisión le abre las puertas de Las noticias del guiñol, donde su muñeco de látex demuestra estar enfadado con el universo en pleno.

Hasta que el Madrid confió en él, el murciano presentaba como técnico una trayectoria brillante: dos ascensos a Primera, con el Rayo y el Espanyol, dos magníficas temporadas en el equipo blanquiazul, con clasificación para la UEFA incluida, y un sonoro fracaso en el Sevilla. Allí, por primera y única vez, a Camacho le abrieron la puerta de salida antes de tiempo. Y tras culparse de lo ocurrido, estalló: "Me siento engañado".

En septiembre del 98, Chipre saca los colores a la selección española, dirigida por Javier Clemente, a la que gana 3-2. El presidente de la federación, Ángel María Villar, cede a la presión popular y destituye a Clemente. El primer candidato es Luis Aragonés, que no acepta. El segundo, Camacho, el preferido de la afición, sí.

En sus primeros tiempos como seleccionador, Camacho muestra un talante dialogante y se gana el aprecio de los jugadores, para los que no duda en organizar capeas. Los resultados también acompañan y el equipo deja para la historia un imponente 9-0 ante Austria. Pero sólo un año después de llegar, cuando el equipo lleva 42 goles en siete partidos, Camacho avisa: "Mi trayecto en la selección será corto". Sólo dos meses después, renueva su contrato hasta 2002.

Camacho acude a la Eurocopa de Bélgica y Holanda con un equipo que levanta unas enormes expectativas. Pero su periplo acaba en los cuartos de final, derrotado por Francia tras un penalti fallado por Raúl. España supera con tranquilidad la fase de clasificación para el Mundial de Corea y Japón, una tranquilidad que no se vive en la concentración asiática. Allí, Camacho carga contra la prensa, a la que acusa, sin citar nombres de querer "joder a la selección". Instantes después, y para sorpresa general, convoca a los medios, a los que somete a una sesión de vídeo y de clase táctica. El desenlace del Mundial, en el que España cae en cuartos ante Corea, hace cambiar de opinión a Camacho que, pese a que tenía un acuerdo verbal para seguir hasta 2004, decide marcharse. ¿El motivo? "Echo de menos la inquietud del trabajo diario".

Para dejar de aburrirse, Camacho se fue al Benfica, donde en año y medio logra sendos subcampeonatos de Liga y una Copa. Allí se hizo con con el apoyo de la directiva y de la afición, no tanto así de los jugadores, o de algunos de ellos, a los que prohibió salir más tarde de las diez de la noche.

Los intentos de renovación del Benfica cayeron en saco roto cuando Camacho supo que el Madrid le quería. Florentino Pérez le presentó un 26 de mayo y el sábado, casi cuatro meses después, oyó de sus labios que se quería ir, que no podía más, que adiós, el largo y repetido adiós de Camacho, siempre tan huidizo.

SCIAMMARELLA

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