Max Abramovitz, arquitecto del Avery Fisher Hall
Max Abramovitz, el arquitecto que diseñó el Avery Fisher Hall del Lincoln Center y participó en la construcción del complejo de Naciones Unidas y diversos rascacielos del centro de Nueva York, falleció el domingo en Pound Rige, Nueva York. Tenía 96 años.
Abramovitz nació en Chicago y realizó allí sus primeros estudios, pero fue en Nueva York, en una prolongada asociación con Wallace K. Harrison, donde contribuyó significativamente a la arquitectura modernista de la posguerra. Aunque trabajó en una amplia variedad de proyectos durante su carrera, desde embajadas y campus universitarios a las oficinas de la Agencia Central de Inteligencia en Langley (Virginia), el Philarmonic Hall, posteriormente rebautizado Avery Fisher Hall, sigue considerándose uno de los diseños más destacados y emblemáticos de Abramovitz. Cuando se inauguró, en 1962, como el primero de los cinco edificios del Lincoln Center, sus puntiagudas columnas de estilo neoclásico y su interior con paredes de cristal fueron alabados por Ada Louise Huxtable en The New York Times por su "espectacularidad y belleza", especialmente por cómo funcionaban de noche cuando la sala se llenaba de público. "Desde fuera, la expresión de la luz, el movimiento y el color, vista a través de las paredes de cristal y rodeada por su puntiaguda estructura, convierte el edificio en un espectacular triunfo en acción", escribió.
Pero más tarde, el edificio se convirtió en objeto de críticas, en parte porque algunos miembros de la Filarmónica consideraban que su acústica era deficiente y lo describieron como una "máquina de pinball", un "estudio de televisión" y "alcohol sin refinar en lugar de vino añejo". El veredicto de muchos otros críticos de arquitectura tampoco fue tan amable como el de Huxtable. Paul Goldberger, que alabó el complejo del Lincoln Center en The Times en 1979, dijo de los edificios principales que eran "remilgados y delicados en exceso, por dentro y por fuera, con una torpeza formal y una vulgaridad en el detalle que resultaban tan pobres en los años sesenta como en la actualidad".
Abramovitz falleció justo cuando se preparaba la inauguración de una gran retrospectiva de su obra en la Galería Miriam and Fine Arts Library, en el campus de la Universidad de Columbia, donde se conservan sus documentos. En una erudita valoración de la carrera de Abramovitz, John Harwood, candidato a un doctorado de Columbia, considera su diseño del Avery Fisher Hall su momento más triunfante, pero, finalmente, también una victoria pírrica. El ensayo también subraya que el trabajo de Abramovitz no ha sido objeto de estudio en parte porque no desarrolló un estilo propio y no cultivó una figura desmedida, a diferencia de muchos de sus arquitectos contemporáneos. Durante gran parte de su carrera trabajó a la sombra de su socio Harrison, poderoso, bien relacionado y amigo de la familia Rockefeller, fue uno de los cinco arquitectos principales del Rockefeller Center, Naciones Unidas y el Lincoln Center. Abramovitz, hijo de inmigrantes rumanos de clase trabajadora, conoció a Harris en 1931 y se unió a su despacho como asociado en 1935. Pronto se convirtió en copropietario, y durante las tres décadas siguientes, ambos colaboraron en el diseño de diversos rascacielos insignes de Manhattan, incluyendo el edificio Mobil, en el 150 de la calle 42 Este, el edificio Coming Glass, en el 717 de la Quinta Avenida, y los edificios Time & Life, McGraw-Hill, Exxon y Celanese, en la Avenida de las Américas. También fue subdirector durante la planificación del complejo de Naciones Unidas, y más tarde planificador para la Universidad Brandes, además de diseñar las Embajadas de Estados Unidos en La Habana y en Río de Janeiro.
Aunque era conocido por ser un adicto al trabajo, tenía familia. Deja a su hijo Michael, de Denver, a su hija Katherine, de Alexandria (Virginia), y a cinco nietos. También coleccionaba obras de arte, y describía ambas como sus única aficiones. "Me siento, me relajo, leo un poco y vuelvo a empezar", dijo una vez. "Soy un loco del trabajo".
En una entrevista realizada durante sus trabajos en el Philharmonic Hall, Abramovitz se mostró reservado e incluso algo enigmático cuando se le preguntó por su filosofía arquitectónica. Le dijo a un periodista que la gente no debería preguntarle por qué había diseñado un edificio de cierta forma, sino pensar que "es el único modo en que debería haberse hecho".
En una entrevista posterior, fue menos sucinto al explicar sus intenciones con la sala. "Construir se ha convertido en un negocio", afirmó. "Debería ser una de las alegrías visuales de la sociedad. A la gente que pasa por la calle debería gustarle". Añadió que su visión para esta parte del Lincoln Center era "que Nueva York debía tener algo como Roma o Venecia, donde los edificios y las plazas son una fuente de placer para la gente".-
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