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Columna
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Agendas

Enrique Gil Calvo

Periódicamente, la vicepresidenta primera desgrana ante la prensa el calendario previsto para esta legislatura, detallando las múltiples agendas abiertas por este Gobierno: presupuestaria, civil (violencia de género, divorcio, matrimonio homosexual), social (inmigración, sanidad, enseñanza, vivienda, empleo, cuarto pilar), económica (productividad, competitividad, reconversión sectorial del modelo ma-cro), política (listas electorales, paridad, financiación de partidos), europea (referéndum), judicial (descentralización autonómica del Tribunal Supremo, reforma del sistema de nombramientos judiciales), constitucional (reforma del Senado), territorial (conferencia de presidentes, plan Ibarretxe, reforma de estatutos) y así sucesivamente.

Demasiadas agendas abiertas para construir con ellas una buena síntesis política, pues quien mucho abarca poco aprieta. Y tanto batiburrillo reformista amenaza con degenerar en un bulímico atracón de lesgislativitis (o hipertrofia legislativa), de acuerdo a esa tradición tan española que parecen verse obligados a seguir los Gobiernos de uno y otro color, pretendiendo demostrar su vocación arbitrista de rehacer el Estado de arriba abajo. Por eso creo que haría falta concentrar los esfuerzos en torno a una sola estrategia unitaria, en lugar de dispersarlos en tantos frentes heterogéneos como los que hasta ahora llevan abiertos. Es lo que le está pasando al candidato aspirante al trono imperial (John F. Kerry), cuyo confuso programa se diluye en un big bang de flecos inconexos cada vez más deshilachados. Mientras que su contrincante, el titular del cargo (George W. Bush), sólo vende una idea fija como argumento central: seguridad preventiva a cualquier precio.

Pues bien, a nuestro Gobierno le pasa igual: al carecer de un sendero prioritario, los árboles le impiden ver el bosque, mientras se va por las ramas y se pierde por un laberinto de sendas entrecruzadas que no parecen conducirle a ninguna parte. Por eso necesita con urgencia un hilo de Ariadna: un argumento unificador, que actúe como cemento cohesivo de tanta agenda dispersa. ¿Cuál podría ser ese nudo argumental, capaz de trabar en un todo coherente los diversos episodios nacionales en que se disemina la acción del Gobierno?

Lo más lógico sería concentrar los esfuerzos en la agenda social, que tarda en surtir efectos visibles porque le cuesta mucho madurar, pero que sin embargo a largo plazo es la más agradecida de todas. No obstante, no parece que sea éste el objetivo estratégico principal, a juzgar por el personaje elegido para responsabilizarse de su gestión. Si hacemos caso a los discursos de Zapatero, su prioridad está centrada en la famosa democracia de los ciudadanos, presuntamente 'republicana'. Y si por ello entendemos la agenda civil que tanto interesa a las clases medias (divorcio, género, homosexualidad...), no hay duda de su evidente rentabilidad mediática. Pero este reformismo burgués, con ser tan bienvenido, se agota demasiado pronto, pues acabada la reforma deja de servir como munición retórica. Así que para rellenar de sentido la legislatura entera hará falta algo más. Y me temo que ese algo será la agenda territorial: la única zanahoria capaz de cohesionar la precaria mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno.

Pero la agenda territorial de Zapatero está por definir, pues no sabemos todavía cuál es su diseño último. Rajoy le reprocha que permanezca callado mientras sus barones reclaman conciertos bilaterales, pero su silencio podría resultar preferible a tanta verborrea irresponsable. Por la boca muere el pez, dice el refrán. Y no hay duda de que Maragall y otros como él, que no merece la pena citar, se han descalificado a sí mismos con sus extemporáneas declaraciones veraniegas. Y bien pudiera suceder que, al final, el gran mudo ZP tenga la última palabra. Pero mientras tanto su silencio sólo produce desconcierto, sin que sepamos muy bien a qué atenernos. Aunque una cosa sí está clara: con conciertos bilaterales no se va a ninguna parte, pues el multilateralismo constituye la imprescindible condición sine qua non.

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