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VUELTA 2004 | Decimoquinta etapa

La gloria de Pérez en Sierra Nevada

Heras mantiene el liderato por 5s ante la ascensión de Valverde y la fulgurante confirmación del ciclista del Phonak

Carlos Arribas

"Coge aire, Paco", le dijo Eusebio Unzue, desde el coche, cuando Mancebo, asfixiado, suspiró de alivio y agradeció al mundo que el penúltimo repecho del Monachil, el 15%, la tortura, hubiera terminado ya, por fin. "Coge aire, Rober, coge aire", le gritó, acelerado, Manolo Saiz, su director, desde el coche, cuando Heras, un minuto después, superó la misma experiencia sadomasoquista que su amigo Mancebo. A los dos escaladores castellanos sus directores les aconsejaban aire, pero mejor les habría ido un motorcito, algo poco aparatoso, algo ligero y acoplable, algo que les permitiera seguir la senda de los dos ciclistas voladores, de Santi Pérez, dispuesto a revolucionar la jerarquía de la Vuelta en el puerto que le había reconciliado la víspera con el ciclismo, de Alejandro Valverde, aferrado a su idea de destronar, de una vez, en terreno enemigo, a Heras. "Vamo Alehandro, no mires para atrás". Desde el coche, a Valverde, no le llegaban más consejos que las órdenes de su novia, Ángela, sentada, sufriendo, al lado del inefable Belda. A Nozal nadie le decía nada.

Cuando se pensaba que el ganador sucumbiría al esfuerzo de la víspera, multiplicó la diferencia
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Un poco más tarde, ya cuando el inhumano Monachil donde las bicicletas se pegan al asfalto había cedido el paso al suave Sierra Nevada, a la carretera ancha batida por el viento donde el ciclista se siente un explorador de las fronteras de lo intolerable, a Mancebo, que sufrió porque sufrir está escrito como una orden en su libreta vital, le intentaba consolar Unzue engañándolo. "Vamos Paco, vamos, que sólo faltan cuatro kilómetros, que esto se acaba, que vas muy bien". A Heras, al grandioso escalador que se doblaba, que dejaba que sus rizos negros se despeinaran al viento, que se ponía de pie sobre los pedales buscando un ritmo regular que le huía, lo engañaba Manolo Saiz contándole que iba muy bien, que desde el exterior era perfecto, que incluso estaba recobrando tiempo a Valverde, el que amenazaba su maillot dorado, y a Pérez, el insolente que se invitaba a una fiesta en la que nadie contaba con él.

La verdad estaba en otro lado, como pudo comprobar entre otros la ministra de Educación, María Jesús Sansegundo, quien en el coche del director de la Vuelta siguió las pedaladas de los favoritos. "He ido un ratito detrás de cada uno de los últimos cinco que salieron, Sastre, Nozal, Valverde, Mancebo y Heras, y me ha venido muy bien, he podido analizar los diferentes estilos, los pedaleos, la clase de cada uno". Tuvo el privilegio de que le pasaran, como en proyección única, privada, la película de la Vuelta, de lo que fue las dos primeras semanas, de lo que será la última, del empacho de montaña por el que se ha pasado, de la sobredosis de montaña que espera, de los sufrimientos de Mancebo, del orgullo de Heras, de la clase de Valverde, de la frialdad de Pérez, de la agonía de Nozal, de la desaparición de Beltrán, de Landis, de la pasión.

Alejandro Valverde, que no es escalador como Armstrong tampoco es escalador, que no es contrarrelojista de la misma manera que Jalabert tampoco lo era, contrarrelojea en las montañas como quien esprinta, los cuádriceps y los glúteos a punto de reventar, fibras purísimas sometidas a presiones increíbles generando caballos de potencia. Los gemelos, definidos, las venas, ríos azules visibles a través de una piel transparente, sin un milímetro de grasa. Se pone de pie sobre los pedales a la salida de las curvas, se sienta al final de las rectas, se levanta y reacelera, se sienta y mantiene la cadencia, la mirada, ansiosa, fija en las pancartas que va superando, en la curva que se acerca. Por delante (había salido seis minutos antes, le había añadido casi medio minuto en los primeros 20 kilómetros) abría camino Santi Pérez. Otra historia.

Donde Valverde es murciano y expansivo, dinamita, Santi Pérez es asturiano e introvertido. Callado de quienes se tragan sus penas y sus miserias. Serio de los que saben escudriñar en su interior. Es así, pero cuando pedalea en una montaña, cuando supera, grácil, sin esfuerzo aparente, las pendientes más empinadas, es la expresión de la pureza, de la economía del gesto, de la austeridad, del sentimiento que le volvió cuando ganó el día anterior en el mismo puerto, que no le abandonó ayer. De la emoción. Cuando salió marcando los mejores tiempos en el Monachil, el puerto más duro, los especialistas dijeron: como es un escalador puro es donde marca la diferencia, pero esperad a que llegue a la subida ancha, tendida, allí los motores de Valverde, de Mancebo, de Nozal, se lo comerán vivo, allí se acordara del esfuerzo de la víspera. Y llegó lo más suave y la diferencia se multiplicó, y llegó el último tramo, y ni Mancebo, ni Valverde, ni Heras, ni Nozal. Todos sucumbieron al sobreesfuerzo. Sólo Santi Pérez sobrevivió. El asturiano es ahora tercero en la general, a 1,45m de Heras, quien mantiene el maillot amarillo por sólo 5 segundos sobre Valverde. Hoy, descanso.

Valverde, en un momento de la cronoescalada de ayer.
Valverde, en un momento de la cronoescalada de ayer.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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