Pesadilla en Roma
La agresión a un árbitro el pasado miércoles, último episodio de la degradación del club capitalino
Hay quien culpa a las emisoras de radio. Hay quien culpa a los políticos. Incluso hay quien culpa al papado. Y, seguramente, todas esas explicaciones tienen un punto de verdad. Pero el caso Roma escapa ya a todas las explicaciones: el fútbol de la capital italiana está muy enfermo, el Estadio Olímpico es una pesadilla y el Roma va camino de convertirse en un club apestado para el fútbol europeo. La agresión al árbitro sueco Anders Frisk, el pasado miércoles, es sólo el último episodio de un alarmante proceso de degradación.
Aún no ha sido localizada la persona que arrojó una moneda de un euro a la cabeza de Frisk y le causó una espectacular hemorragia. Han sido identificadas otras que lanzaron mecheros y monedas, pero no la que acertó en plena frente del árbitro. Sólo se sabe que el objeto partió de la tribuna de honor, el espacio en forma de herradura que rodea el palco presidencial y acoge invitados, gentes pudientes y jefes de clan. Esta vez, por tanto, no fueron los ultras de la Curva Sur quienes abrieron las puertas del infierno.
El estadio se cerrará y los romanistas se quejarán de una conspiración europeo-nordista
Mañana se conocerá la sanción de la UEFA, que, en principio, no debería expulsar al Roma de la Liga de Campeones: supondría un trastorno excesivo para la liguilla en la que participan también el Real Madrid, el Bayer Leverkusen y el Dinamo de Kiev. Pero el Dinamo obtendrá la victoria en el encuentro suspendido, el Olímpico se cerrará por bastante tiempo y los romanistas tendrán una nueva excusa para quejarse de presuntas conspiraciones europeo-nordistas. Porque la paranoia es otro de los componentes del caso Roma.
El Roma es un fenómeno especial. No hay club más emocional, simpático, salvaje y terrible. Acumula lo mejor y lo peor. El 95% de sus seguidores viven en la capital (el Lazio tiene más fuerza en los suburbios y los alrededores) y eso se nota en la megafonía del estadio. Tras las victorias, el locutor grita "Roma vince", como en tiempos de los emperadores. No la Roma, sino Roma. Esos seguidores concentrados en una sola ciudad leen el periódico de club más vendido de Europa (Il Romanista, 70.000 ejemplares semanales) y escuchan una constelación de emisoras tifosi muy divertidas, muy demagógicas y muy propensas a tolerar, e incluso fomentar, la violencia. Son el alimento espiritual de los grupos que, hace seis meses, obligaron a suspender un Roma-Lazio con un falso rumor sobre la muerte de un muchacho, para demostrar que en el Olímpico no mandaba la policía, sino ellos. Las mismas que, un año atrás, justificaron los disturbios en el Roma-Galatasaray por las provocaciones del mismo Frisk.
Las emisoras volvieron a hablar el miércoles de provocaciones y protestaron contra el Norte ladrón. Lo de siempre. Todo fue tan habitual, que muchos romanistas de a pie empezaron a decir "basta". El Roma, con deudas superiores a los 500 millones de euros y una imagen pésima en el exterior, ve abrirse un abismo a sus pies.
Pero los políticos, que debían haberse sumado al basta ya, desempeñaron también su papel acostumbrado. Gabriele Albertini, alcalde de Milán, no pudo callarse la boca: "En Milán somos mejores". Walter Veltroni, el muy civilizado y progresista alcalde de Roma, le respondió recordando a Antonio de Falchi, tifoso romanista asesinado en Milán, al genovés Vincenzo Spagnulo, también asesinado por milanistas, y el incidente del vespino arrojado hace cuatro años desde la grada de San Siro por unos hinchas del Inter. El presidente de la región Lazio, el posfascista Francesco Storace, fue uno de los que calificaron de "provocador" al árbitro. Cualquier cosa menos callar en un día de vergüenza.
Algunos dicen que el Roma representa a una ciudad que vivió 14 siglos bajo la teocracia absolutista de los papas y aprendió todo lo que se puede aprender sobre corrupción, pompa e indisciplina; y que, por tanto, no puede ser de otra forma. Uno de los gritos de guerra de los romanistas contra las aficiones contrarias, "Que Dio ve furmini" ("Que Dios os fulmine", en dialecto romano), refleja en parte esa herencia.
El ambiente tradicional en el equipo responde igualmente a la tradición anárquica. Antonio Cassano, el pequeño genio de Bari, tuvo que ser expulsado de la concentración el miércoles, horas antes del encuentro con el Dinamo, por insultar al entrenador Rudi Voeller (por supuesto, dicen algunos tifosi, la culpa es del Juventus, que le desequilibra para que el Roma lo venda). Francesco Totti, el tótem romanista, es tan célebre por su talento futbolístico como por sus estupideces (recuérdese el salivazo en el Europeo). Y el juego colectivo es como los individuos que lo practican: imprevisible, mágico o zafio, siempre ajeno a la normalidad.
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