Una historia de familia
Érase una vez una niña llamada Tessa que vivía en una casa muy grande, de madera, rodeada de un hermoso jardín, en la ciudad sudafricana de Ciudad del Cabo.
Desde la casa Tessa veía los montes allá lejos, sobre una extensión de chabolas ocupadas por los negros. Cuando Tessa tenía tres años su madre, que era pianista, le enseñó a tocar. Era como un juego. Y por las noches Tessa oía a su madre tocando el piano, un piano maravilloso fabricado en Leipzig, y a veces también oía a su padre, que era igualmente músico, tocando con su madre. Entonces Tessa creía hallarse en el paraíso. Y cuando se despertaba y no los oía tocar, se ponía triste. Pensaba que ya no estaban en la casa. Que se habían marchado. Que la dejaban sola.
Poco a poco Tessa empezó a preguntar cosas. ¿Por qué estaba su madre en Sudáfrica siendo alemana? ¿No le gustaba aquel país? También preguntaba por qué dos niñas judías que aprendían a tocar con ella tocaban mejor que nadie. ¿No podía ser ella un poquito judía? Y entonces la madre de Tessa le dijo a Tessa que no, que Tessa tenía sangre africana y holandesa, por parte de padre, y alemana por parte de madre. Pero su madre siempre le ocultó que era judía, y que sus abuelos maternos eran judíos. Todo esto Tessa no lo supo hasta después de que su madre se suicidara arrojándose desde lo alto de un monte.
Tessa, tenía 16 años y estaba estudiando entonces la carrera de piano en Londres. Regresó a Sudáfrica y, poco a poco, fue descubriendo la historia de la familia a través de la historia del piano de Leipzig. La factura de compra, mudanzas en Berlín, papeles y más papeles.
Tessa Uys está ahora conmigo. Vamos juntos en este viaje de cercanías. Estaba pasando unos días en Calpe. Y nos presentó una amiga suya, que es de Valencia. Le dijo: cuéntale la historia del piano a este viajero, la historia de tu familia, la de tu madre, por triste que sea.
Y Tessa se sentó en el sofá, mirando al valle. Dijo que la sierra de Aitana, que queda a la derecha, le recordaba los montes de su país, Sudáfrica. También dijo que esta vegetación es como la de allí. Después propuso poner un video de cuatro minutos para que viera cómo embarcaban el famoso piano Blüthner de su madre en el puerto de Ciudad del Cabo. El piano que la había acompañado desde Berlín en su huida de los nazis. Ahora ese piano era devuelto a la fábrica de Leipzig para ser restaurado y afinado como Dios manda porque, ¿acaso imaginaba yo el destino que iba a tener ese histórico Blüthner?
Tessa puso una cara traviesa como para dar una sorpresa: "Lo he regalado al museo judío de Berlín, donde me ayudaron a reconstruir la historia de mi familia, el origen judío de mi madre que ella nos ocultó a mi hermano y a mí seguramente para protegernos en Sudáfrica, donde llegaron primero muchos judíos y luego demasiados nazis...".
Más tarde Tessa dijo que el hecho de entregar el piano de su madre a los judíos en Berlín es, de alguna forma, como devolverle la vida a su madre. Es un homenaje a su madre a través del piano. Por eso ella, Tessa, ofrecerá un concierto, tocando ese piano, el 31 de octubre, en Berlín, ante doscientos cincuenta invitados.
Tessa necesita acostumbrarse de nuevo al piano familiar. Se ejercitará varios días antes. "Debo acariciarlo a solas, primero. Tal vez llorar a solas sobre su tapa". Pero después, ese día del concierto aparecerá jubilosa y emocionada muy emocionada y tocará piezas que su madre le enseñaba de niña, también el himno surafricano a la libertad, y la mejor música para una ocasión de verdad única.
"Aquellas niñas judías que tocaban mejor que yo, y a las que yo envidiaba, asistirán al concierto", dice Tessa. Viven en los Estados Unidos. Tuvieron noticia del piano por un artículo publicado en The New York Times. "Y me localizaron al cabo de tantos años sin saber nada unas de otras. Volarán hasta Berlín y las veré entre el público, y nos abrazaremos". Una de ellas es médico en Florida y la otra, añade Tessa, es un genio de la informática.
Luego, Tessa saca de la bolsa unos documentos nazis. Observo que la mano le tiembla. Se trata de la prohibición dictada por las autoridades nazis para que su madre enseñe música. Y para que toque el piano. Éste o cualquier otro piano.
Tessa guarda los documentos. Repite que ha sido a través del piano de su madre, de la sencilla historia de ese piano, como ha ido rastreando su historia familiar. "He encontrado cartas y diarios de mis padres. Voy leyendo esos papeles y sufriendo, con años de retraso, la tragedia de tantas familias judías por supuesto mucho más desdichadas que la mía, familias que no pudieron emigrar y fueron sistemáticamente exterminadas".
Tessa recuerda algunos conciertos que dio siendo muy niña con sus padres. Tres pianos juntos. Pero ella mitad judía ignorando ser judía, aunque deseándolo con toda su alma.
Este piano Blüthner fabricado en 1903, añade Tessa, es mucho más que un instrumento. Es una joya de la memoria. Y su retorno a Berlín no sólo actúa como una catarsis por la pérdida de la madre, sino que también es una hermosa metáfora de eso que llamamos la condición humana.
Tessa Uys tiene ahora 56 años. Su vida de concertista es un éxito. Giras por todo el mundo. Aplausos. Galas benéficas. La dicha que tal vez sólo la música proporciona hasta ese extremo. Pero en el fondo persiste la melancolía detrás del silencio. Y el deseo de compartir una historia familiar que no se agota en la familia, que ya no le pertenece a Tessa Uys únicamente, ni al museo que recibe el piano, ni a quienes lo visiten, o lo escuchen a lo largo de los años. Ahora es una historia abierta, iluminada y de todos. Tessa, pienso yo, habrá de sentirse menos sola.
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