Trabzond
Hace mucho tiempo que al Athletic le cuesta proporcionar satisfacciones deportivas. Proporciona algunas contractuales, si bien éstas sólo afectan a un reducido círculo de beneficiarios. Los demás debemos contentarnos con marcadores adversos. El incierto resultado cosechado frente al Trabzonspor, el equipo turco con el que los rojiblancos reingresaban, tras años de destierro, al fútbol europeo, sirve al menos para mantener la esperanza. Todos esperamos que este regreso a Europa no se reduzca a una visita de médico.
El jueves, el Athletic jugó frente a los turcos en la ciudad de Trabzond. Durante las últimas semanas, muchos medios de comunicación habían fijado el nombre de la localidad y su complicada fonética. Claro que el periodismo deportivo es uno de esos ámbitos donde la ignorancia, sublimada mediante el conocimiento casual, el tropiezo geográfico, adopta ademanes sofisticados.
Hay que preguntarse por esa enfermedad degenerativa del idioma que impide, de un tiempo a esta parte, denominar la geografía extranjera con el vocabulario local. Ahora cualquier recién llegado a los mapas considera de buen gusto pronunciar Goteborg en vez de Gotemburgo o Yoooooyia en vez de Georgia. Un sustancioso sedimento cultural, aquilatado a lo largo de los siglos, se dinamita en cuestión de segundo al pairo de un partido de fútbol, de unas olimpiadas. La profusa toponimia castellana de Bélgica y de los Países Bajos, herencia de siglos de historia común, se va derruyendo a cuenta de ciertos resabidillos del idioma. El fenómeno afecta también a los países. De pronto alguien constata que Ceilán se denomina en su lengua Sri Lanka o que en Alto Volta han decidido llamarse Burkina Faso y asumimos los volatines terminológicos, en contra de muchos años de instrucción escolar. La última gesta de esta costumbre idiota consiste en llamar Myanmar a Birmania. El argumento es fácil: "Han cambiado el nombre a su país: ya no se llama Birmania", como si la evidente fonética de la palabra Birmania no delatara, en sí misma, que los birmanos vaya a saberse cómo llamaban al país, pero seguro que no "Birmania". Es como avergonzarse de "Alemania" porque ellos digan "Deutschland". La mecánica de esta moda estúpida desencadena efectos aún peores. Con Myanmar es imposible generar un adjetivo, mientras que Birmania ya contaba con los asentadísimos birmano y birmana. Algo parecido al espanto ese de Sri Lanka, que implícitamente derogó palabras tan evocadoras y hermosas como cingalesa o cingalés.
Todo esto viene a cuento la aventura del Athletic en Trabzond. ¿Cómo demonios se puede pronunciar semejante cosa? El castellano ya tenía dos denominaciones para la ciudad: Trebisonda y, en su versión más castiza, Trapisonda. Claro que ningún periodista, anclado en la pereza intelectual, se ha molestado en indagarlo, y en proporcionar de paso a sus lectores una pequeña curiosidad. Trapisonda era una ciudad griega que, ante el irresistible avance de los turcos en su conquista del imperio bizantino, permaneció cercada a orillas del Mar Negro. No pudo ser conquistada y sobrevivió, en medio de una marea turca, como un pequeño imperio. De hecho, Trapisonda mantuvo su independencia aún después de la conquista de Constantinopla, en 1453. Los turcos sólo la ocuparon algunos años más tarde, en 1461. Por decirlo de otro modo, no fue Constantinopla, sino Trapisonda, el último reducto del viejísimo Imperio Romano, un reducto, reconvertido en alma griega, que mantuvo el testigo del poder romano desde la mítica fundación de la Urbe. ¿Cómo se sostuvo a salvo la ciudad de Trapisonda frente a los turcos, que iban devorando sin contemplaciones otros pedazos de Bizancio? Pues trapisondeando. La diplomacia de Trebisonda se convirtió en un arte de trapisondistas que retardaban la ocupación turca mediante dilaciones políticas, matrimonios de Estado y pago de tributos. El término pasó así a ostentar el fondo semántico que tiene ahora.
Pero no hay de qué preocuparse: para el partido de vuelta, todos los trapisondistas del idioma volverán a hablar de Trabzond.
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