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Crítica:TEATRO | 'La cena'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Contra el poder

Tayllerand recibe en su casa a Fouché en la noche del 6 al 7 de julio de 1815. Traduzco un breve párrafo de Stefan Zweig, tomado del programa francés de la obra: "Fouché y Tayllerand, dos ministros de Napoleón capaces de todo, son las figuras más interesantes desde un punto de vista psicológico de esa época. Son dos cerebros claros, positivos, realistas; los dos han pasado por la escuela de la Iglesia y por la ardiente escuela máxima de la Revolución. Tienen la misma sangre fría despojada de conciencia en lo que toca al dinero y al honor. Sirven con la misma infidelidad, la misma ausencia de escrúpulos, a la República, el Directorio, el Consulado, el Imperio y la Monarquía". Lo de siempre, pero de una manera exagerada. El anciano y fuerte autor, Jean-Claude Brisville (1922), les encuentra en la noche en que Napoleón se va al exilio y se opta entre la República, que desea Fouché, y la Monarquía, que quiere el príncipe (Tayllerand). El uno es de clase baja, el otro está emparentado con toda la nobleza de Francia. Los dos han ejercido el poder con todos los sistemas de la época turbulenta: y son asesinos, traidores, miserables; y tienen fuerzas leales y opuestas cada uno de ellos.

La cena

De Jean Claude Brisville (1989). Traducción de Mauro Armiño. Intérpretes: Daniel Murial, Bruno Ciordia, Josep Maria Flotats, Carmelo Gómez. Versión, escenografía y dirección: Josep Maria Flotats. Teatro Bellas Artes. Madrid.

Frente a frente, sus palabras son una esgrima verbal que en francés es viva, brillante, cínica, y en la que cada palabra contiene una amenaza de muerte: Mauro Armiño las traduce con entereza y los dos primeros actores las dicen con un cierto tono de declamación: pero son, sobre todo, grandes comediantes y no hay razón para destacar a uno sobre otro, aunque el regreso de Carmelo Gómez al teatro es una buena noticia. Puede que al espectador español le abrume la historia que conoce poco, porque la Revolución Francesa ha estado silenciada en lo posible en estos últimos doscientos años. El autor tampoco está muy seguro de sus espectadores franceses y abundan las escenas de antecedentes, a partir de la conversión de dos criados y del propio diálogo del par de canallas históricos. Este deseo de preparar al espectador con fechas, datos, citas, cartas, retratos, molesta en la primera parte de la obra; a los enterados, porque la saben; a los que no la saben, porque se les escapa. Pero en cuanto el autor y el versionista se liberan de la didáctica que consideran imprescindible, la obra sube de tono, los actores se hacen más cínicos, más crueles, más amenazadores. Como se decía antes en el teatro, termina en punta.

Lo más interesante es la representación. Y es la que el público profesional del estreno aplaudió y esmaltó de bravos al terminar. Les pareció una obrita de arte minuciosa y capaz de reflejar la maldad del poder: no siempre es así, claro, pero ahora mismo se podría hacer una lista de países gobernados con sangre.

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