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Reportaje:

La tapa de la torre

Una grúa de 160 metros coloca la estructura que cierra el edificio de Aguas de Barcelona

Blanca Cia

Es la tapa, la capucha, el sombrero... que corona la torre de Aguas de Barcelona (Agbar), la torre - o rascacielos, pero de dimensiones mediterráneas, sin nada que ver con las alturas de Manhattan- de 142 metros de altura que emerge en la plaza de las Glòries, muy cerca del centro. Una grúa de 160 metros colocó ayer la elipse que corona el edificio, que debido a su espectacular forma se ha ganado todo tipo de apelativos, entre los que no faltan los de carácter sexual.

El cierre son dos medias cúpulas que se ajustan al aro superior de la torre, obra Jean Nouvel. El arquitecto francés diseñó un edificio con una superficie limpia, diáfana. Una estructura de planta ovoidal que va trepando por el cielo -desde los puntos elevados de la ciudad parece que vaya a despegar, sobre todo en las mañanas de bruma- y que acaba en forma de torpedo. De ahí la peculiaridad del sistema de su culminación.

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La torre Agbar se cierra en las alturas

La torre tiene un núcleo central y entre éste y la fachada no hay paredes divisorias. Por eso la vista de la ciudad es espléndida, desde Montjuïc al Tibidabo y el mar: 360 grados de panorámica.

La planta ovoidal se va estrechando en el último tramo de la torre. Son los últimos pisos, que ocuparán la dirección de Aguas de Barcelona y un mirador. Lo que se colocó ayer fue el elemento que culmina la construcción, una tapa formada por dos elipses de 800 kilos cada una con 11 metros en su lado mayor y 9 en el menor, y una altura máxima de dos metros que permitirá colocar en su interior todo tipo de antenas sin que sobresalga ningún elemento extraño de la fachada.

La torre Agbar, como otros edificios singulares construidos en Barcelona recientemente, entre ellos el edificio Fórum, evita los elementos que los puedan distorsionar. Ni torres de ventilación, ni antenas. Nada que afee su aspecto. Cuestión de estética o de contaminación visual.

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El sistema ideado para rematar la torre también ha sido complejo puesto que era necesario un tipo de material que no creara interferencias y fuera permeable a las ondas. "Arriba no puede haber ni la cabeza de un alfiler porque interferiría las señales", explica Javier Jareño, de la empresa guipuzcoana Composites Jareño.

Ha sido la empresa que ha ideado el sistema del cierre, hecho en dos bloques de material compuesto. Se trata de resinas termoestables reforzadas que habitualmente se utilizan en componentes de aviones, automoción y trenes. La tapa se recubrirá de las mismas lamas de vidrio que visten la torre, que en principio tenía que estar acabada este otoño, algo que parece difícil.

La torre es una rascacielos de colores porque su primera piel, la que cubre el muro de hormigón, es una chapa de aluminio lacada con tonos tierra, azules, verdosos y grises que se descomponen a medida que se gana altura.

Abajo predominan los marrones y anaranjados, y arriba los azules y grises, como el cielo. Sin embargo, desde algunas perspectivas la policromía es difícil de percibir.

El material utilizado para la tapa es habitual en molduras que recubren las fachadas de edificios, pero cerrar la torre comportaba una complejidad mayor, entre otras cuestiones porque tiene que soportar fuertes rachas de viento . "Las pruebas se han hecho con una velocidad máxima de 140 kilómetros por hora. Y aguanta", explica Jareño, que se ha desplazado desde Rentería con su equipo para colocar la tapa. La elipse viajó a Barcelona por carretera en un convoy especial y ayer fue colocada en la estructura metálica que culmina el edificio. Hoy está previsto que acabe el ajuste de la cúpula, que se cierre la tapa.

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Sobre la firma

Blanca Cia
Redactora de la edición de EL PAÍS de Cataluña, en la que ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional en diferentes secciones, entre ellas información judicial, local, cultural y política. Licenciada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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