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Reportaje:Nick Cave | MÚSICA

"Tengo un jefe invisible, mi musa me exige ir al trabajo todos los días"

Nick Cave conduce su banda The Bad Seeds por baladas románticas, retratos irónicos y brutales cargas sonoras en el doble disco Abattoir Blues / The Lyre of Orpheus que sale a la calle este mes. Apenas ha transcurrido un año desde su largo anterior, Nocturama, pero, en el intervalo, la cultura de masas ha arropado al veterano duende de las tinieblas. El proceso de rehabilitación comenzó, sorprendentemente, con un trabajo oscuro, Baladas de asesinato, de 1996, cuando el músico australiano cosechó su primer superventas con el sencillo La muerte no es el final, cantando a dúo con Kylie Minogue. Con 46 años, otra de sus canciones, People Ain't No Good, aparece ahora en la banda sonora de Shrek 2. Por primera vez, los menores de la familia Cave -dos gemelos de 4 años y dos chavales de 13- podrán disfrutar de la obra de su padre.

"Necesito aislarme para trabajar. El proceso creativo no es algo que los demás deban soportar"
"Es horrendo cómo utilizan el nombre de Cristo o Alá para masacrar bebés"

Internamente, él también ha tomado la senda de la rehabilitación. Seis años sin probar alcohol ni drogas. Una buena marca para un artista que cabalgó hacia el infierno con The Birthday Party, en 1983, y sus sucesores los Bad Seeds. Las visiones apocalípticas, la melancolía y esquizofrenia creativa del pasado nublan todavía su creación. Pero también asoman cuestiones más mundanas, tratadas con ironía y azotes de rabia. "Hay tantos motivos para sentirse asqueado hoy día que es difícil contener la furia. Tengo enorme fe en el individuo. Creo que podemos hacer cosas extraordinarias y tenemos potencial para adoptar decisiones decentes. Pero me enfurece la estupidez colectiva", denuncia en su oficina de Brighton, un apartamento en segunda línea de la playa, azotado por los gruñidos de las gaviotas. "Ruidosas, sanguinarias, repugnantes", dice de sus vecinas voladoras.

"Me desagrada el modo tan increíblemente horrendo en que se utiliza el nombre de Dios. Se cometen actos criminales bajo la bandera de Dios, de Cristo, de Alá. Me cabrea. Es una licencia para masacrar bebés". Nick Cave habla despacio, rebuscando la frase que mejor describa su pensamiento. "No quiero conducir mi vida bajo una nube infernal", prosigue. "Intento descubrir la belleza en las cosas y contribuir al mundo de forma positiva. La música me permite crear belleza".

La oficina es un espacio reducido. Cocina, baño y sala. Estanterías de libros, escritorio, piano, sintetizador, aparato de música y pocas más herramientas de trabajo. Un diván y un par de butacas. Una fotografía de su mujer, la modelo inglesa Susie Bick, y los gemelos, aporta el único toque personal a la habitación. "Me gusta la palabra oficina. Suena a algo frío, formal, descorazonado. Me dicen que parece la consulta de un psicoanalista de tarifas reducidas de Miami", ríe.

"Necesito aislarme para trabajar. Mi mente funciona de otra forma cuando estoy solo. Me resulta difícil ser una persona social y necesito la soledad. Además, el proceso creativo no es algo que los demás deban soportar. No es agradable. Me entrarían ganas de asesinar al que se ponga a componer en mi presencia. Es irrespetuoso e indecoroso".

Es un tipo raro Cave. También divertido. Curtido por el sol de la costa sur inglesa, impecable en su pantalón de sastre y camisa blanca con tímidas rayas azules, habla del trabajo artístico como una obligación. "La inspiración es un lujo. Poco fiable, además. Nunca me planteo si me apetece trabajar o no. Tengo un jefe invisible, mi musa quizá, que me exige ir al trabajo todos los días. Da igual mi estado mental. Cada mañana me levanto, me pongo un traje y vengo a la oficina".

Para el maduro Cave, la disci

plina es musa balsámica y garantía de una productividad constante. Además de componer y grabar los 17 temas del doble compacto, ha escrito este año el guión de The Proposition, un filme que está rodando su amigo John Hillcoat en Australia. "Estos días soy capaz de ir al estudio y dar lo mejor de mí. De joven sentía mucha más presión. Quería hacer el disco definitivo a cada momento. Todavía corre una tensión nerviosa en el estudio, pero no es lo mismo. Después de grabar tantos discos, y pienso hacer muchos más, siento que si uno sale mal, no significa el final del mundo. Ya haré uno bueno al año siguiente. Tampoco me dedico a hacer discos malos, me parecen todos buenos".

Dos décadas dedicadas al rock, con desvíos para escribir una novela, ensayos bíblicos, bandas sonoras y clases maestras sobre canciones de amor. Cave conjuga sus letras con narrativas cortas muy visuales. "Mis canciones tienen un principio y un fin. Una estructura lógica y lineal, que no admite alteraciones. Imagino los temas entrando en un mundo físico con escenarios particulares. Veo con claridad cómo es el entorno, si se trata de un paisaje pastoral o urbano, la posición de los personajes... Me cuesta componer sin visualizar toda la escena. Ése es mi defecto", explica.

Cave ha contado con los Bad Seeds para reproducir sus paisajes sonoros. La amistad es larga y, en el caso de Mick Harvey, se remonta a la niñez en las proximidades de Melbourne. "Montamos una banda heavy metal en el colegio. Se llamaba Concrete Vulture. Teníamos 15 años, y llevamos juntos en un grupo u otro desde entonces. Treinta años después aún no sabemos qué decirnos cuando nos vemos. Es difícil mantener una conversación con Mick porque él siempre lleva la razón. Puedes adoptar una postura abierta pero, conmigo, siempre se las arregla para matar la discusión. No quiere escuchar mi opinión, inculta y profana, según él. En religión, especialmente. Se niega a oír mis creencias en materia espiritual. Pero no sabría qué hacer sin Mick. Es un hombre muy importante en mi vida".

El músico australiano Nick Cave.
El músico australiano Nick Cave.

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