Pudor catedralicio

El 26 de agosto me encontraba paseando por el Barri Gòtic de Barcelona y, al querer hacer unas fotos de la catedral, me dirigí a la fachada. Pero fue imposible. Estaba en obras y unos grandes paneles la cubrían con dibujos y con letras de gran tamaño con el nombre comercial de la empresa colaboradora. Decidí entonces visitar su interior. Tampoco pudo ser. Un guardia de seguridad me impidió el paso alegando que llevaba los hombros demasiado descubiertos. Por si no estaba claro me indicó un dibujo que había adherido a la puerta. Una figura con camisa de tirantes estrechos decía "así no" y otra con tirantes más anchos, "así sí". Y yo llevaba los estrechos, como es propio en el mes de agosto. ¿Es posible que en el siglo XXI sigan ocurriendo estas cosas? Sólo tengo 16 años y este tipo de censura eclesiástica del vestido me habían contado que se hacía en los tiempos de los "años triunfantes" del Caudillo, con plena colaboración de la Iglesia, por supuesto. Me sentí como transportada hacia atrás en el tiempo. Y, digo yo, que puestos a dar tanta importancia a centímetros de carne que quedan a la vista en el interior de las iglesias, al menos que le pongan un chal al Cristo crucificado, ya que se le ven demasiado los hombros.